sábado, 11 de octubre de 2008

Ficha - Anexo

Resumen: “Ciencia, conciencia planetaria, interiores” (de “Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación) – Mary Louis Pratt

En el fragmento señalado, Mary Louis Pratt hace un análisis sobre dos eventos que cambian la comprensión que las elites europeas tenían de ellas mismas y de sus relaciones con el resto del mundo. El objetivo de la autora específicamente es el estudio del surgimiento de una nueva conciencia planetaria, con una orientación hacia el espacio interior y la construcción de significado en escala más universal, a través de descripciones de la historia natural.
Es decir, lo que Pratt intenta es explicar cómo una antigua visión europea, basada en el eurocentrismo – la conciencia planetaria – se moderniza a partir una modificación en el contacto que Europa comienza a tener con el resto del mundo, en especial con territorios americanos casi vírgenes (o apenas explorados).
Este proceso se ve fuertemente influenciado por dos sucesos que se dan a lo largo del siglo XVIII: uno es la primera gran expedición científica de Europa, llamada La Condamine (en honor a quien la dirigió). El otro suceso trascendental es la publicación de “Sistema Naturae”, de Carl Linneo.
La Expedición de La Condamine tenía como objetivo clave determinar de una vez y para siempre la forma de la Tierra, para lo cual se comienza un viaje en el cual se intenta registrar todo lo visto para luego concluir dicha meta. Gracias a este evento, se comienza a desarrollar una fuerte corriente de literatura de viaje, que abarca desde descripciones hasta diarios, cartas, mapas, etc. Los escritos resultantes de aquel viaje (que no son únicamente los que integraron el corpus de La Condamine) circularon por Europa durante años. Así también, modificaron por completo y definitivamente la forma de escribir la historia, de describir el contacto con otras partes del mundo: la visión que Europa tenía del resto del mundo ya no fue la misma.
En cuanto a la publicación de Linneo, ésta surgió como un intento del autor de registrar todos los géneros y plantas existentes en el planeta, en un sistema que permitiera reconocer a cada uno de ellos. Esta publicación no sólo fue trascendental por cómo fue escrita (de hecho fue innovadora en su estilo y dio origen a una “historia natural”), sino que además indujo a muchos estudiosos a realizar viajes para registrar, recoger y describir miles de ejemplares diferentes. De esta manera, surgieron cientos de libros que intentaron lograr el mismo proyecto que Linneo había alcanzado. Nuevamente una visión diferente se gestaba y se desarrollaba.
Gracias a estos dos eventos, diría Pratt, Europa cambió su forma de observar al resto del mundo, el eurocentrismo ya no fue una visión tan cerrada, sino que se incluía a otras partes del mundo antes ignoradas. Todo este proceso desarrollado en el siglo XVIII fue parte de un cambio paulatino que vivió tanto Europa como el resto del mundo, y que no es otra cosa que el tránsito hacia la modernidad propiamente dicha.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Ficha (falta una parte a incluir próximamente)

Primera parte: referencias sobre el autor

Mary Louise Pratt es una erudita de renombre en el campo de la lingüística y los estudios sobre el feminismo, la cultura y la teoría poscolonial en América Latina. Oriunda de Listowel, Canadá, donde nació en 1948, se licenció en literatura y lenguas modernas en la Universidad de Toronto en 1971. En 1975 obtuvo la maestría en lingüística en la Universidad de Illinois (Urbana) y un doctorado en literatura comparada en la Universidad de Stanford. Comenzó su labor docente en Stanford en 1976 y se ha desempeñado como catedrática de literatura española y portuguesa y literatura comparada desde 1989. Actualmente dirige el departamento de lengua española y portuguesa.
En 1990 fundó el Archivo Popular de la Mujer -que dirige actualmente- en la Universidad de Stanford, en la que toma parte del Directorio Ejecutivo del Centro de Estudios Chicanos. Frecuentemente pronuncia conferencias sobre temas afines, incluyendo sociolingüística y la transculturación.
La bibliografía de Mary Louise Pratt incluye las siguientes obras:
Toward a Speech Act Theory of Literature Discourse, Bloomington: Indiana University Press, 1977; Linguistics for Students of Literature con Elizabeth Closs Traugott, Nueva York: Harcourt Brace Jovanovich, 1980; Amor Brujo: The Image and Culture of Love in the Andes, con Luis Millones, Syracuse University: Foreign and American Studies Publications. Amor Brujo también fue publicado como una monografía en español, Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1989; Women, Culture and Politics in Latin America, de la que es coautora junto con los integrantes (ocho miembros) del Seminario sobre Feminismo y Cultura en América Latina, Berkeley: University of California Press, 1990; e Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation, Londres y Nueva York: Routledge, 1992. Actualmente está trabajando en un libro titulado Mujer y nación: historia de discursos.

Segunda parte: Referencias sobre la obra

- Título de la obra: “Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación” (Imperial eyes. Travel writing and transculturation)
- Fragmento extraído del capítulo 2: “Ciencia, conciencia planetaria, interiores”.
- Editorial: Routledge. 1992.

Tercera parte: Relacionar el texto con el ensayo de Güichal

En el texto de Mary Louis Pratt se plantea el surgimiento de una “conciencia planetaria” por parte de la sociedad europea, que tiene lugar en el Siglo XVIII. Esto es posible a partir de dos eventos importantes y fundamentales: La expedición de La Condamine y la publicación del libro “Sistema Naturae” de Carl Linneo. El primer evento es importante porque consta de uina expedición científica que se realiza para recorrer, conocer y hacer un relevo de diferentes áreas del continente americano. A partir de este viaje, se pretendía hacer un corpus detallado que ordenara todo lo que había sido visto en aquel viaje. El segundo evento es igual de fundamental debido a que consiste en un innovador sistema creado por Linneo para registrar todas las especies vegetales existentes. Esta obra permitió un gran avance en lo que fue la “herbolaria” como así también en los viajes científicos que se realizaron posteriormente con el objetivo de registrar y ordenar especies a observar.
Ahora bien, este texto tiene cierta relación con “Una metáfora viva”, de Cecilia Güichal. En primer lugar, la idea de que “todo viaje implica nombrar. Nombrar es ordenar”[1] se hace evidente en los eventos analizados en el ensayo de Pratt. En la famosa obra de Linneo lo que se hace es nombrar y ordenar un sinfín de especies vegetales conocidas y desconocidas según su género, seguido por su especie y por todas aquellas características que las distinguieran de otros géneros. Esta nueva forma de orden provocó un cambio rotundo en lo que se consideró como “historia natural”. En la expedición de La Condamine, por su parte, se generó un avance en lo que se denominó “literatura de viajes”, ya que a partir de ese viaje se produjeron obras y textos de variados géneros. El corpus resultante de aquella expedición incluía: “(…) textos orales, textos escritos, textos perdidos, textos secretos, textos robados, abreviados, traducidos, antologazos, plagiados; cartas, informes, relatos de supervivencia, descripción cívica, narraciones de navegación, monstruos y maravillas, tratados de medicina, polémicas académicas, antiguos mitos vividos e invertidos”.[2]
Por otro lado, en ambas empresas aparece una problemática relacionada con la imposición o el poder, de la cual Güichal habla en su “Metáfora viva”: “(…) Nombrar es ordenar. A veces es un ejercicio violento de poder. Es evidente en el caso de los nombres impuestos por los “descubridores” a los lugares que, por supuesto, estaban habitados y por lo tanto ya tenían sus nombres”[3]. Lo que surge es pensar en las consecuencias directas de la transculturación. Lo que subyace a este fenómeno, los costos que éste tiene, es que a partir de dicha transculturación se produce una relación asimétrica de poder. Es decir, se hace efectivo el dominio hegemónico por una de las dos partes.
Dos ejemplos de cómo se desarrolla este proceso son la expedición de La Condamine y del “Sistema Naturae”. Tanto uno como el otro se producen en contextos de “choque cultural”, de transculturación. Ambos generan una relación asimétrica de poder: un grupo de gente (nativos) que ven llegar a otro grupo (los científicos) totalmente diferente, cargado de aparatos extraños y cuyos integrantes miden, controlan, anotan.
Luego lo más fuerte: este último grupo designa con nombres a lugares y especies ya conocidos y nombrados anteriormente por los nativos, que pasivos y casi inconscientes observan el proceso de dominación hegemónica, el cual se hace inmediatamente efectivo en aquellas miradas sorprendidas. Se pasa por alto una cultura, una lengua que designa y nombra, para significar lugares y especies con palabras europeas. Lo profano pasa a ser religiosamente aceptable.
Algo interesante a observar en los hechos desarrollados por Pratt es lo que Güichal explica en el siguiente pasaje: “(…) los viajes contienen esa tensión entre mapa y territorio. Se prevé un itinerario, pero en un verdadero viaje siempre ocurre otra cosa”. Es llamativa la cantidad de textos que surgieron a partir de desviaciones imprevistas por la expedición de La Condamine. Así también es atrayente pensar cómo un viaje con ciertos objetivos termina siendo algo que uno no espera, con metas impensadas que se cruzan en el camino. ¿Cuántos textos podrían haber existido si el viaje se hubiera desarrollado como el viajero esperaba, y cuántos terminaron creándose con esos nuevos y sorpresivos finales?
Pero, ¿cuántos textos precisaron de la existencia de un viaje previo (o simultáneo)? Es verdad que sin viaje no existe narración, y de hecho sin ambos viajes ni el texto de Linneo ni el confuso y multifacético corpus de La Condamine hubieran existido. En ambos casos era indispensable la observación, la exploración en lo desconocido para poder luego pensar un texto.
Ahora, no siempre la exploración, el viaje, consta del traslado físico. ¿Qué sucede cuando el viaje es interior? Lo que sucede en el caso de la expedición de La Condamine y de Linneo es la generación de una nueva conciencia planetaria a partir de un doble viaje: por un lado hay un viaje físico, conocido. Pero también se hace un viaje introspectivo, se identifica un nuevo ser humano a partir de un contacto con otro. Es decir, hay un viaje físico que genera un contacto, un choque cultural inusual y que a su vez posibilita la partida hacia otro viaje: el conocimiento de uno mismo. De uno mismo en el otro. Cuánta razón tendría Todorov al pensar que podemos vernos a nosotros mismos a partir del reflejo en el otro…
¿Qué habrán sentido quienes, habiéndose involucrado en esos viajes (La Condamine y Linneo), leyeron luego alguno de los tantos textos resultantes? “Una profunda impresión de deja vu acompaña al lector que recorra de manera transversal otros textos de viaje”. Debe ser, como dice Güichal, que el relato de viaje genera en quien lee esa sensación de haber transitado esos lugares previamente, aunque no sea de manera física. Algo similar debe haber ocurrido con los estudiantes de Linneo que produjeron textos similares a los de su maestro. Quizás le sucedió a quien posiblemente pudiera haber encontrado los textos que Joseph de Jossieu dejó perdidos en Quito, cuando sus compañeros decidieron enviarlo de vuelta a Francia debido a que la expedición de La Condamine había acabado con su salud mental.
En definitiva, claramente puede verse en el texto de Pratt un puente con ideas expuestas por Güichal: la construcción de un texto a partir de un viaje, el viaje asociado a la introspección, al contacto y conocimiento del otro, el viaje a través de un texto. Ningún viajero de la expedición de La Condamine, ni siquiera el propio Linneo imaginó que podía generar en los demás tal efecto con esas ideas. Tal vez ninguno creyó que podía generar tales ideas, simplemente emprendió el largo y difícil viaje de escribir.

Cuarta parte: ¿En qué sentido influye el texto en mi propio proyecto de ensayo?

Esta lectura hace más fuerte la búsqueda de un objetivo a pensar, relacionado con el viaje con fines etnográficos. Pienso en todas las idas y vueltas que puede tener una etnografía que se produce mediante un viaje. Pienso también en la difícil posición del observador. La tensión presente entre la objetividad y la subjetividad es algo que subyace a lo que leí de Pratt, que subyace en realidad a cualquier lectura científica (o no). Dicha tensión hace ruido en mí, y cada vez que leo un texto de esta clase lo pienso más. Excede muchas veces a mi entendimiento, pero a la vez me intriga.
Hay reflexiones que gracias a esta lectura han echado raíces, sólo es cuestión de tiempo. Estoy en la búsqueda de un texto que inició mis reflexiones acerca de esta tensión planteada en renglones anteriores. Hay algo que se germina pero que necesita más tiempo, quizás. Igualmente, el texto de Pratt impulsó aún más esta necesidad de pensar más sobre todo esto.
[1] “Una metáfora viva”, Cecilia Güichal. Pág. 1.
[2] “Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación”. capítulo 2: “Ciencia, conciencia planetaria, interiores”. Pág. 50.
[3] “Una metáfora viva”, Cecilia Güichal. Pág. 1.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Capítulo 6: La sorpresa

El día D transcurrió con aparente normalidad. Lo últimos días Manuel interrogando a Lía, quien argumentó sentir que era una locura seguir investigando algo que nadie logró terminar. Manuel se fue a visitar a su padre tranquilo ese día, pensando que Lía no haría ninguna locura.
Por su parte, la joven se sentía extraña. El estómago estorbaba y no la dejaba tolerar bocado alguno. La animó recibir una carta de su madre. Impacientemente, y casi destruyendo el sobre, comenzó a leer.

Hija mía:
Obviamente me dejás preocupada. Papá ya sabe todo esto, quedate tranquila porque ya tomó las precauciones necesarias. Tratá de no hacer locuras nena, por favor. Si llegás a encontrar algo no dudes en mandármelo, pero por favor pensá antes de actuar. Sabés que estoy con vos desde siempre, no te voy a dejar. Y cada vez que necesites hablar escribime, me encanta recibir cosas tuyas.
Mi vida también es rutinaria, mis paciente mejoran es verdad, pero no doy a basto. Duermo poco, así que el estrés me desborda.
Mi amor tengo que dejarte, me llaman. Lamento la brevedad de estas líneas, prometo contarte algo más la próxima. No te olvides que te quiero.
Con amor,

Mamá.
……………………………

Al atardecer, llegaron Francisco y Manuel y se encontraron con unos ricos amargos y tostadas con manteca y dulce. Todos se sentaron a la mesa y conversaron sobre temas sin trascendencia. Francisco se veía cansado y se quejaba sobre lo difícil que se tornaba trabajar con cuatro hombres menos. Lía se ponía colorada, como si tuviera que ver con aquellas desapariciones. Sentía culpa por se deshonesta con su familia.
- Esta noche… Esta noche salgo pá – dijo tímidamente.
- ¿Y a dónde pensás ir sola de noche?
- Sola no, con alguien… Me pasa a buscar por acá.
- ¿Quién?
- Se llama Martín, trabaja en “La gaceta de Misiones”. El otro día fui a conocer la redacción y lo conocí. Es muy simpático.
- … Está bien hija, quiero verlo igual ¿eh?
- No te hagas drama, me viene a buscar.

Pocas horas después, sonó el timbre. Lía, quien estaba aún más nerviosa, se acercó al pasillo y se quedó parada, escuchando.
- Buenas noches, mi nombre es Martín, venía a buscar a Lía…
- Que tal Martín, soy Francisco, el padre. Pasá che, pasá que ya la llamo.
- Gracias – dijo tímidamente Martín, que previamente había sido avisado de la coartada a emplear.
- Líaaa… Vení negraaa… - Francisco se sentía extraño, Lía no era una joven a la que le gustara presentar a sus novios.
- ¡Ay llegaste! No había escuchado… Veo que conociste a papá. – los nervios de Lía aparentaban ser por la situación y no por lo que vendría después.
- Vayan chicos, no se retrasen, la noche está hermosa. Cuidala ¿si?
- No se preocupe señor, vine en el jeep y sola no la dejaría volver.
- Bueno pá – interrumpió Lía – Chau – Le dio un beso en la mejilla a Francisco y salió, seguida por Martín, quien le abrió la puerta del jeep y luego arrancó.
Las primeras cuadras se hicieron en silencio. Se escuchaba a Serú Giran en el audio del jeep. Los dos se veían nerviosos, pero comprometidos con su objetivo.
- Hace cuánto que no escucho “Eiti leda” – dijo Lía, tratando de pensar en otra cosa.
Charlaron un rato de música, y Lía agradeció a Martín por haber sido cómplice de aquella situación con Francisco. No obstante, hubo algo de verdad en todo ello, la atracción entre ambos comenzaba a hacerse evidente.
Llegaron a la costanera y estacionaron el jeep lejos de las cuatro famosas cuadras de peligro, sabían que era probable que no estuviera en su lugar al regresar. Caminaron con inhibidos hasta acercarse al puente. Lía frenó. Se sentía paralizada. Martín la abrazó fuertemente, hasta que se decidieron y cruzaron.
Una vez del otro lado, Lía se sintió sorprendida. Estaban ya en otro país, y nadie les había pedido identificación. Comenzaba a creer que de ese lado del Paraná no había ley.
- Mirá, si caminamos dos cuadras hacia la derecha y cuatro hacia adentro, vamos a ver que empiezan los senderos de la selva. Por esos pasillos caminan “las mulas” de Abalos. Podríamos buscar un lugar donde escondernos y esperar un tiempo…
- Sí, podríamos sacar una par de fotos ahí.
Caminaron silenciosos aquellas seis cuadras que los alejaban del puente, rogando por dentro poder volver. Se escondieron en la noche, esperando algún movimiento. Ambos tenían sus cámaras al acecho. Martín observaba a Lía, quien enjugaba sus lágrimas y hacía esfuerzos por no seguir lagrimeando. Dulce y caballerosamente, secó las pocas lágrimas que caían en su rostro con su pañuelo, y la besó dulcemente. Lía se sorprendió con el beso de Martín, pero a la vez se sentía bien. Pocas veces había sentido lo que aquella noche le hacía sentir aquel hombre de ojos penetrantes y claros.
Al instante de dulzura le siguió el peligro. Martín abrazaba a Lía cuando sonidos de pisadas irrumpieron la escena. Ambos se irguieron y comenzaron a prestar atención. Un hombre caminaba con una escopeta en la mano, seguido por seis hombres que cargaban enormes bolsas a cuestas. Otro hombre que portaba un arma larga cerraba la fila y apuraba a los demás con insultos varios.
- ¡Tincho, mirá! Esos cuatro son los obreros… - Lía susurraba apenas, mientras Martín sacaba fotos.
- Tranquila Lía, les saco fotos y las llevamos a la cana. O mejor, al diario.
- Shh, no hagamos ruidos…
Ambos sacaban fotos constantemente mientras la escena transcurría frente a sus ojos. El hombre que presidía la fila se detuvo, y todos de dispusieron a esperar. De repente un rodado comenzó a acercarse. Era una camioneta blanca muy lujosa e importada, que se detuvo frente a ellos. De ella bajó un hombre, que tras revisar las bolsas abrió el fondo de la camioneta. Los hombres que las cargaban comenzaron a subirlas mientras los demás supervisaban alrededor.
Lía y Martín fotografiaban todo, hasta que todo se echó a perder. La luna, que penetraba con su luz a través de las plantas, hizo reflejo sobre la lente de una de las cámaras. Todos los hombres se quedaron inmóviles ante la advertencia del dueño de la camioneta, quien ordenó revisar la zona. Sus secuaces revisaban el terreno acercándose cada vez más a los jóvenes. Uno de ellos se paró a un metro de Lía. Divisó su silueta, y sólo quedó una cosa por hacer: correr.
Martín y Lía corrieron tan rápido como pudieron, mientras sentían cómo los hombres les pisaban el rastro. El miedo realmente los invadió cuando comenzaron a oír tiros. Nunca habían oído tan agudo ruido, penetrante hasta los huesos. Una bala hirió a Martín en la pierna y lo tiró al piso de dolor. Mientras él se retorcía Lía intentaba agarrarlo.
- ¡Corré nena! ¡Y salvá esas fotos!
- ¡No me voy sin vos!
Lía logró levantarlo y, de a poco, retomaron la marcha. No obstante, ya era tarde. La camioneta blanca los sorprendió por delante, cerrándoles el camino. Los jóvenes frenaron, mientras fueron rodeados por los dos hombres con sus armas largas. El conductor de la camioneta bajó del vehículo y se dirigió a ellos.
- La verdad, comenzaba a preguntarme cuándo vendrían – Armando Abalos tenía una voz grave, de ultratumba.
- … Cómo… - A Lía le ganaba el cansancio y la sorpresa. Quería decir tantas cosas, pero estaba muda a la vez.
- ¿Cómo? Mi amor no seas tonta, ¿creés que no sabía nada? Ja ja, como se nota que sos gringa, no me conocés. Y en cuanto a vos, me sorprende que no imaginaras que te iba a pasar esto si cruzabas el puente. Considérense muertos.
- Hay gente que sabe que vine Abalos, nos van a buscar… - Martín sufría por su pierna, pero aún así protegía a Lía ubicándola detrás de él.
- Se, seguro… Ambos sabemos que nadie los va a encontrar. Muchachos, suban a Martincito en la parte de atrás y sigan caminando. Quiero que me traigan la otra carga mañana, ¿está claro? Y Lía, vos venís a casa conmigo. Ya pensaremos que hacemos con vos. En realidad, supongo que los dos tendrán alguna utilidad. Ya veremos.
Lía sentía como cada vez se internaban aún más en la selva. Pensaba en Martín, quien se había hecho un torniquete en la pierna y ya había perdido la conciencia por el dolor. Abalos la había sujetado con fuerza al asiento. Su boca estaba amarrada. Miraba a su captor con miedo e imaginaba el destino que tendría esta odisea. Trataba de retener imágenes de la selva por si lograba escapar, pero el paisaje era tan repetitivo que nada de eso sería fructífero. La luna apenas se veía, la oscuridad reinaba en aquel frondoso laberinto. Todo era incierto en ese momento, aunque la suerte ya estaba echada y el juego había comenzado.
Capítulo 5: Chocar contra la pared. Buscar el equilibrio

Lía intentaba no demostrar ante su hermano el miedo que la gobernaba. Las gotas de sudor rodeaban su frente mientras sus manos se enredaban solas, mas gobernadas por los nervios que explotaban dentro de su cuerpo.
Al día siguiente, Manuel se fue con Francisco y Segundo como solía hacer dos o tres veces por semana. Lía se quedó limpiando la casa, y al terminar decidió que alguien tenía que escuchar sus pensamientos.
…………….

Querida mamá:
No sabés cómo se te extraña por estos rincones del mundo. Pensar que ya hace seis meses de tu partida… El tiempo avanza asombrosamente y sin embargo aquí parece detenerse todo, la rutina –aunque diferente a la de Buenos Aires- se apodera de la gente.
Es extraño esto, porque a pesar de que aquí no pasa nada, a la vez pasa todo. No sé como contarte esto… Pero, ¿vos cómo estás? Imagino que un poco estresada con tu trabajo, ¿cómo anda Lopez? Me dijo papá que sus brotes han disminuido y que encontraste una droga útil para él, así que espero que estés más tranquila… ¡Contame algo de vos cuando respondas esta carta!
Bueno, no quiero dar más vueltas al asunto: necesito tu ayuda. Supongo que papá te ha contado, el otro día vi que estuvo un largo rato al teléfono charlando con vos. Está preocupado y sé por qué. Han desaparecido cuatro obreros de su obra. No sé si es sabe lo mismo que yo, pero en una charla que tuve con Nahuel (el obrero que es indígena, ¿te acordás?), me enteré de algo que quiero investigar.
Resulta que paralelamente están desapareciendo algunos indígenas de la comunidad de Nahuel. Según él, se les acerca gente de Paraguay que les promete trabajo seguro, y como están sumidos en una profunda pobreza, ellos aceptan y esperan que los vayan a buscar. El problema viene después. Cuando llegan los suben a las camionetas lujosas que suelen posar en la costanera y se los llevan del otro lado de la frontera con la promesa de volver… La realidad es que nunca vuelven y que son sometidos a los trabajos de “mula” que los contrabandistas (sí, son contrabandistas de Armando Abalos) les imponen.
Nahuel asegura que o mueren por el trabajo duro o que los matan si dejan de ser útiles o se revelan (borrando toda evidencia, supongo yo). No sé si todo esto es verdad, pero temo que papá se ponga a investigar y le hagan algo. Son hombres poderosos… Pero de mí nadie sospecharía, le dije a Manu. Decidí investigar por mi cuenta, pero para eso necesito tu ayuda. Quisiera enviarte periódicamente la evidencia que logre recolectar para tenerla en un lugar seguro y que nadie sospeche nada. ¿Puedo mandarte lo que consiga?
Voy a tratar de convencer a Nahuel para que me ayude. Tiene miedo pero yo sé que me va a dar una mano. Espero. Por otro lado, tengo que pensar de dónde saco información que verifique las conjeturas que sacamos entre los dos ayer. Espero que no te pongas mal cuando termines de leer todo esto, vamos a estar bien, pero siento que tengo que hacer algo.
Gracias mamá, necesitaba contarle esto a alguien, estoy muy nerviosa porque no sé cómo actuar frente a tales hechos. Espero contar con vos, y recibir noticias tuyas pronto.
Te quiere,
Lía.
………………………..

Llegar al fondo de este misterio necesitaba de una base, de algún tipo de información, y una conversación con sospechas varias no servía de mucho más. Lía decidió empezar buscando noticias o datos en algún diario perdido, para lo cual se dirigió al diario “La gaceta de Misiones”.
Inmersa en una enorme biblioteca plagada de diarios, Lía comenzó la búsqueda. Abrió todas las ventanas del enorme sótano, que destilaba un extraño olor a hojas viejas y humedad. Los estantes de la biblioteca estaban divididos por años y sección, con lo cual la búsqueda estaba dividida por partes. Esta iba a ser una larga búsqueda supuso Lía, quien en seguida buscó un asiento que la haga sentir cómoda. Tras un par de horas, sólo encontró nueve noticias que no le servían de mucho, así que decidió dirigirse a la recepción en busca de ayuda.
Una mujer algo mayor, con lentes exageradamente grandes y un aspecto que la transportaba a 1950, miraba a Lía acercarse al mostrador con un marcado gesto de circunstancia.
- Buenas tardes, disculpe que la moleste pero ¿hay algún periodista con el que pueda hablar? Porque tengo alguna información para cote…- No terminó de hablar cuando esta extraña mujer, casi mostrando los dientes de manera rabiosa, interrumpió a la entusiasta Lía.
- Mirá querida, este diario es muy importante y los periodistas suelen estar muy ocupados ¿viste? Así que si necesitás información para completar tu tarea del cole yo creo que con la Encarta te va a bastar. Buenas tardes – Tras finalizar su desagradable discurso, la mujer se dispuso a atender el teléfono, ignorando por completo la transformación que sufría el rostro de Lía, quien comenzaba a ofuscarse.
- Perdón, sólo necesito a alguien que haya investigado o sepa algo de Armando Abalos – Lía se tomaba revancha
- Ya te dije reina, retirate…- La mujer estaba perpleja ante la pregunta.
Lía odiaba irse con las manos vacías, sentía el trago amargo del momento y la indignación que todo le había generado. Con fuertes y apesadumbrados pasos se alejó de la recepción y salió a la vereda. Llovía. Se paró debajo de un pequeño techo para que el diluvio no acabe con sus pocos papeles. Miraba al cielo gris cuando una voz interrumpió sus pensamientos:
- Escuché que andás buscando algo de Abalos
- ¿Eh?- Lía se asustó, levantó la mirada y se sorprendió. Un joven, con pelo enrulado de color chocolate, y ojos claros la miraba seriamente. Se sintió inhibida por esos ojos, y atraída por esa voz.
- Decía que si estabas buscando algo sobre Abalos…
- Ah, sí… ¿Te conozco?
- Soy Martín Ruiz, trabajo en “La gaceta”, sección “Sociales”. Te vi peleando con Marta, ja ja. Yo puedo ayudarte si lo necesitas.
- ¿Marta? Con el nombre me dijiste todo… Ja ja ja… ¿En serio me ayudarías? Lo necesito con algo de urgencia.
- ¿Por algo en especial?
- No sé si confiarte tanta información, va, tantos supuestos, pero sí, motivos tengo muchos… ¿Qué sabés de Abalos? – Lía elevaba la voz, la lluvia pretendía ser la protagonista de la escena.
- Trabajé en una investigación junto con un compañero de la sección “Policiales”, así que sé bastante del tema… Sigo buscando por dónde agarrarlo a ese tipo… Si tenés un rato te cuento…
- Tengo tiempo sí, ¿dónde nos juntamos sin peligro? – Lía no dejaba de sentirse inhibida por la claridad de esos grandes ojos de pestañas largas, que la atraían de manera extraña.
- Acá cerca hay un bar bastante escondido, es de unos amigos, vamos si querés.
Diez minutos después, los dos jóvenes se hallaban en un bar con un estilo muy under, lleno de cuadros con músicos famosos, ambientado con melodías psicodélicas pero suaves a la vez. La joven pareja estaba en una mesa apartada, tranquila.
Lía intentaba no dejarse llevar por la mirada de Martín y se concentraba en los datos que él le brindaba amablemente. En cuanto a él, había algo que también le atraía de Lía. Quizás era su hiperactividad, la impaciencia e inquietud por saber. Igualmente los rasgos de Lía podían atraer a cualquiera. Tenía ojos color miel, y el pelo castaño. Su rostro era delicado y toda su apariencia de daba cierta presencia, llamaba la atención en todo lugar al que iba.
- O sea que mis sospechas avalan lo que decís… ¿Tenés esas pruebas vos?
- Sí, las tengo en casa, muy escondidas. La verdad creo en lo que me decís Lía, para mí también hay mucha relación entre lo de los obreros y los indígenas. Pero eso sí que es difícil de probar. Igualmente yo quiero ayudarte, creo que esto hay que publicarlo y hacerlo mierda.
- Yo digo lo mismo, y me encantaría que me ayudes, pero ¿cómo pruebo que los tiene a todos trabajando para él como esclavos?
- Hay una forma… No sé qué resultados tendrá, lo que sí sé es que es muy peligroso… Pero si vamos a la frontera y sacamos algunas fotos…
- ¡Es muy arriesgado! ¿Cómo hago para que en casa nadie sospeche dónde voy? Peor aún, ¡¿cómo hacemos para que no nos descubran?! – Lía sentía miedo, incertidumbre.
- Habría que ir de noche…
El silencio invadió la mesa. Ambos se miraban mudos, pensando y analizando todas las posibilidades. La música ya no ayudaba a aliviar el ambiente, el aire pesaba sobre los hombros de los dos jóvenes. Lía centró su mirada en su vaso de cerveza y, tras una larga pausa, retomó la conversación.
- Me da miedo esto Martín. Hace mucho que no tengo tanto miedo. ¿Quién sabe lo que nos espera? Todos me dijeron cada cosa de la frontera… Pero hay que hacerlo.
- Tranquila negra, vas a ver que le vamos a ganar al tipo ese… Cuando la gente lea nuestro artículo va a abrir los ojos. Ojalá podamos salva a esa gente, devolverle la vida a esa comunidad, reencontrar a los obreros con sus familias. Así que sí, hay que hacerlo.
- ¿Cuándo?
- Cuando quieras, tenés que tener una coartada.
- En dos semanas.
Capítulo 4: Encontrarse con lo que no esperamos

Había pasado el mediodía y sin embargo el sol no se mostraba en ciertas partes de la cerrada jungla, lo cual sin embargo ayudaba a soportar el calor y la humedad del lugar.
- Y ¿cuántos obreros están trabajando? – Lía trataba de mantener una charla con Segundo.
- Son como 30, todos de Posadas. Hay uno que es indígena...
- ¿Ah sí? ¿Hay indígenas?
- Sí, por estos pagos hay muchos escondidos. Pero no tratan con la civilización. Son guerreros por lo que se dice. No es el caso de Nahuel, pero que los hay, lo hay.
- Pero qué… ¿viven por acá?- Interrumpió Manuel interesado.
- Sí peque, pero no te confíes, no creo que te cruces con ninguno. Son cortados, viste.
Al poco tiempo llegaron a la obra. Era tremendamente grande, y la meta era poder hacer un camino a lo largo de la selva que atravesara diversos arroyos que había en las inmediaciones. Cuando se acercaron vieron a Francisco comiendo choripanes con los obreros, era tiempo de descanso. Segundo, Lía y Manuel se sumaron y charlaron con el grupo entero, compartiendo un momento de comida y chistes. Le gente del interior era diferente, y el caso de los obreros no era una excepción. Eran todos muy humildes, se notaba su pobreza, pero también eran “buena gente”, educados y no prejuzgaban a los gringos como los Castroman.
Lía le pidió la cámara a Manuel y les sacó fotos a todos, lo había pasado tan bien en el almuerzo que juró que volvería a visitarlos, estaba encariñada con todos. Luego, mientras Manuel acompañaba a Segundo y a su padre a recorrer la obra (protegido con equipo de seguridad, demás está decir), Lía se sentó y se dedicó a describir todo el trayecto, y la gente a la que había conocido.
Estaba escribiendo cuando un grito desesperado irrumpió su relato. Era Manuel, quien tirado en la tierra colorada gritaba de dolor. Lía corrió lo más rápido que pudo y cuando llegó al lugar a ver la escena, se asustó hasta quedar blanca como un papel. Su hermano estaba tendido en el piso, ya sin conciencia, todo hinchado y con la piel morada. “No te acerques, lo mordió una yarará”, explicó Segundo mientras su padre y el resto de los obreros hacían espacio para que Manuel tuviera aire. El capataz fue muy operativo y reaccionó rápido, ya que le inyectó suero y mandó a buscar paños y un boul con agua fría. Entre varios obreros levantaron a Manuel y lo acostaron en el obrador, donde había una camilla.
-¡Llamen a Nahuel!- gritó Segundo, cuyo alegre rostro ahora mostraba perplejidad.
A los dos minutos apareció un hombre alto, con tez morena, ojos achinados y nariz ancha. Todos hicieron silencio y el joven se dispuso a curar a Manuel. Nahuel era curandero, y como indígena conocía muchas formas naturales de curar heridas como ésta. Buscó la mordedura, que halló en el tobillo derecho de Manuel y succionó el veneno, que rápidamente escupió. Aconsejó al paciente unos días de reposo y se retiró silencioso.
Lía había quedado atónita con lo ocurrido. Le intrigaba hablar con Nahuel, conocerlo y saber algo acerca de su cultura. Le preguntó a Segundo si podía charlar con aquel misterioso hombre, y el capataz le confesó que era muy difícil tener una conversación con un indígena, ya que no confiaban en nadie.
Ignorando toda negativa, Lía se acercó a Nahuel y lo saludó. Con muchísimo respeto y hasta admiración agradeció la ayuda que recibió Manuel, a lo que Nahuel se sonrojó como un niño, esbozando una tímida sonrisa. Tras compartir unos amargos, Lía entendió que era cuestión de intentarlo: Nahuel era una persona, pacífico como pocos, sabio para su juventud. Comprobó que el pueblo tenía feos prejuicios, que seguramente habrían causado más de un problema de convivencia.

……………..

Varios meses habían pasado ya. María se había ido, lamentablemente era de esperarse, su trabajo era muy demandante como para desaparecer. No obstante, ella y su hija se comunicaban por teléfono, aunque también circulaban cartas que a Lía le encantaba escribir. Francisco, por su parte, estaba consumido por la obra y pasaba muy poco tiempo con sus hijos, aunque Manuel concurría muy seguido a la obra para acompañar al padre.
A pesar de todo esto, Lía ya se había familiarizado con el lugar. La selva formaba parte de ella y los paseos por las Ruinas de San Ignacio ya eran una constante. No era necesaria la guía de Segundo, recorrer Posadas y su selva era ahora tarea que se hacía con los ojos cerrados.
Demás está decir que una hermosa amistad la unió a Nahuel, con quien tenía muchas charlas entre músicas varias y mates que sola no tendría sentido tomar. Todo lo que Lía aprendió en este tiempo la tatuó con una extraña expresión en su rostro, como si hubiera nacido de nuevo. Tenía otra valoración por las cosas, era libre y se sonreía ante esa antigua sensación de sometimiento que le generaba la vida tecnologizada de la gran ciudad. Supo reconocer esto ni bien tuvo contacto profundo con Nahuel, quien le habló de su cultura y le hizo ver que había otras formas de vida diferentes.
- Pero, ¿cómo vive tu comunidad?, digo ¿es tan rudimentaria la forma de subsistir o se comunican con la ciudad? – Lía no se daba cuenta que a veces solía preguntar demasiadas cosas en el afán de saber algo más.
- Mirá Lía, la realidad es que yo no tengo contacto con mi pueblo… Yo fui desterrado.
- ¡¿Qué pasó?!
- Te explico: vivir en la selva, abrumado por el avance de la “civilización”, o sea de los pueblerinos de Posadas que pretenden avanzar sobre territorios nuestros, tiene sus consecuencias. Mi pueblo empezó a sufrir, a enfermar, murieron muchos, otros se tuvieron que ir y fueron muy juzgados por eso, pero hambre es hambre…
- Qué feo che…
- Y… fue durísimo… - las lágrimas enjugadas en los ojos de Nahuel generaban compasión en Lía, que sabía que eso era algo duro para hablar, pero egoístamente sentía a la vez cierta alegría debido a la confianza que Nahuel estaba depositando en ella.
- Bueno Nahuel, pero vos lo necesitabas… Y antes que morir…
- Sí, en realidad siempre supe que esta también era una forma de luchar por lo que es mío, por mi vida. Pero no me entendieron. Allá son muy cerrados, casi como los de Posadas.
- Lo que no entiendo es por qué el hombre del pueblo se ensaña tanto con tu comunidad.
- No sé si se ensaña, quieren crecer y está bien. Pero no sé si esa es forma de crecer, nos perjudican, nos generan pobreza, nos matan…- Nahuel sintió que no debía continuar la oración, así que bajó la cabeza y se puso a cebar el siguiente mate. Lía, que se dio cuenta de esto, en seguida quiso seguir la conversación.
- ¿Matan?
- Sí – Nahuel se resignó y prosiguió - Matan, vienen con sus camionetas, nos prometen trabajo y nos llevan. Pero nunca nos volvemos a encontrar. La comunidad no sabe bien por qué. En la ciudad se dice que nos llevan a la costanera a cruzar la frontera, y que una vez en el Paraguay… no hay suerte. Nada es lo que parece, o por lo menos nada parece ser como nos prometen.
- ¡Con razón! – Lía ataba cabos sin darse cuenta que había interrumpido la charla, que se tornaba trascendental.
- ¿Con razón qué?
- ¿Viste a esa gente de las camionetas vos?
- Sí, una vez de chico los vi… Por eso estoy seguro de que algo pasa y hace mucho, porque fui testigo…
- Contame…
- Recuerdo a una camioneta blanca muy moderna. Fue hace unos años esto, yo tendría 16… Estaba con la comunidad todavía. Una tarde, estaba buscando algunos frutos por la selva y entre los arbustos y plantas veo algo blanco, enorme... Escuchaba voces, gente gritando y dando órdenes. Me acerqué, escondido, y miré con más detalle. Sí si, era blanca o de un color claro. Había algunos hombres que empujaban a un par amigos de mi comunidad. Los metían en la camioneta, los cargaban Lía… Vi a un hombre que me llamó la atención.
- Pará, pará. ¿Nunca le hablaste de esto a nadie? O sea, ¿la gente siguió desapareciendo? ¿Esas son las desapariciones que decís? Esperá, ¿qué hombre? Pero además, ¿cómo sabes que murieron?
- Lía… ¿Quién le va a creer a un chico que quiere ser hombre, que estaba solo en ese momento…? Además pensá, según se dice, muchos indígenas fueron llevados a la frontera, los cruzaron al Paraguay para hacer de mulas en negocios ilegales y cuando no sirvieron más los mataron y chau.
- Ahora entiendoooo…
- ¿Qué?
- El primer día que pasamos en Posadas quisimos hacer un recorrido y todo el mundo nos advirtió que no vayamos solos a la costanera… Y que la frontera era muy peligrosa. Lo que me llamó la atención de las advertencias fue que todo el mundo describió al lugar como inseguro, pobre, con cosas medio ilegales y demás pero toda la costanera estaba llena de camionetas modernas, caras, de colores variados… Algo raro me sonó, qué se yo. – Lía se mordía los labios, quería preguntar cosas que no sabía si Nahuel toleraría, la charla alcanzaba un terreno ya extraño para ambos. No se contuvo. – Pero igual no entiendo, si estás seguro de esto, ¿por qué nunca hiciste nada?
- Lía repito, nadie le va a creer a un indígena. Esa es una de las razones, pero hay mucho más… y la gente lo sabe bien, pero lo callan por seguridad propia. Esto es conocido en el pueblo.
- ¿Seguridad propia? ¿Hay gente muriendo y nadie dice nada?
- Sí, aunque no lo creas sí, además ya te dije acá el indígena está muy aislado de todo, muy discriminado. Pero por otra parte, aún haciendo algo… Este negocio tiene dueño y él acapara todo… Estoy seguro.
- ¿Quién es?
- ¿Te suena Armando Abalos?
- ¿Quién…?
- Armando Abalos es un contrabandista muy rico de Paraguay que hace muchísimos negocios en Argentina… Algunos legales, pero la mayoría ilegales.
- ¿Ah sí? ¿Y si la gente lo sabe por qué no hacen nada?
- Lía, esta tierra ya es suya también. La gente tiene hambre y para no sufrir tanto la pobreza vive bajo órdenes. O se van en sus camionetas con alguna promesa… Pensá que acá la producción de yerba mate era la fuente de vida de Misiones, pero está en descenso hace años. A Paraguay le va mucho mejor, acapararon el mercado, así que imaginate que a mucha gente no le queda otra que aceptar cualquier trabajo.
- ¿Y tu comunidad?...
- Sí Lía, estoy casi seguro que todo eso es por él. Seguro los manda a Paraguay como mulas de carga de sus drogas, o para transportar millones de cosas que contrabandea en la frontera.
- Pero ¿tenés pruebas de lo que decís?
- No, tengo algunas pero son débiles como para acusarlo… Y si lo acuso estoy muerto. Es un tipo con mucho poder Lía, no hay nada que hacer… Pero algunas pruebas tengo. Es más, cuando los vi en la selva… Ese hombre que me llamó la atención era Abalos. Bajó de la camioneta blanca con un sombrero de cuero enorme, muy bien vestido. Miraba toda la escena ancho, como orgulloso de su trabajo. Es el ícono de la esclavitud y está matando a una cultura, a una parte de mi historia. Pero ¿qué puedo hacer yo?
- Me dejás mal con esto… Algo hay que hacer… Quiero investigarlo, si me ayudás.
- No Lía, te lo prohíbo. No quiero que corras riesgos nena. Además esto se extendió mucho por lo que vi. Ya no es sólo con los indígenas…
- No me digas que hay más…
- Tu padre no te muestra la preocupación que tiene pero en su obra desaparecieron 4 obreros ya.
- ¿Desaparecieron? ¿Y no hizo la denuncia?
- No no, Segundo le recomendó que no lo hiciera, que esto era algo común y que no se podía hacer nada. En realidad todo el mundo en la obra dice que abandonaron por vagos, no aguantaron el trabajo y se fueron a buscar mejor suerte, que eran amigos y lo estaban planeando. Yo no lo creo. Si fueran tan amigos y si lo hubieran planeado se habrían ido el mismo día y no hubieran dejado a sus familias sin noticias.
- Bueno, pero quizás las familias se quedaron porque ellos prometieron enviarles dinero desde donde estén.
- Líaaa… no seas ingenua querida. Uno desapareció en mes pasado, el otro hace dos semanas, el tercero la semana pasada y ya van cuatro días que el cuarto hombre no viene.
Para Lía todo estaba desordenado, la cabeza le daba vueltas y ya no entendía nada. Cuando se despidió de Nahuel quedó como en stand by, la gente le hablaba y ella sólo asentía con la cabeza. No decía nada, pero decía todo. Manuel se dio cuenta en seguida que algo andaba mal y la increpó para saber detalles de ese algo que Lía ocultaba.
Mientras Lía narraba toda la historia, la cara de Manuel se transformaba. Sus expresiones pasaban de preocupación a consternación y hasta miedo.
- Pero Lía, hay que hablar con papá.
- No nene, imaginate! Puede correr riesgos si sabe algo. De nosotros nadie sospecharía. De mí por lo menos no. Voy a investigar.
- ¿Vos estás loca? Sola no lo vas a lograr…
- ¡Hay que llegar hasta el fondo Manuel! Desaparecen los obreros, los indígenas, ¿querés que desaparezca papá o nosotros también?
Capítulo 3: El corazón de la selva

Ya había pasado casi un mes y nadie se había internado en la selva a excepción de Francisco, quien debía ir a trabajar y sólo lo hacía con la ayuda de Segundo. Tras la continua insistencia de los chicos para ir a la selva con su padre, el capataz sugirió que tal travesía podría hacerse únicamente si se vacunaban contra la fiebre amarilla y si trasladaban algunas dosis de suero contra las mordeduras de yayará.
- ¡El que no se vacuna que lo olvide! Y traigan dos frascos de repelente cada uno… - Advirtió Segundo.
Al día siguiente antes del amanecer, lo único que pudo oírse fue el rugido de las llantas de “la bestia” sobre el polvo rojo, rumbo al verde laberinto de lianas y animales extraños. Lía cargaba un morral que contenía una cantimplora, los repelentes y por supuesto, su cuaderno para tomar notas sobre cualquier cosa que viera. Manuel llevaba una cámara digital, cantimplora y algunos dulces por si les bajaba la presión.
Segundo los llevaría a la obra donde se encontrarían con Francisco, tras un paso por las Ruinas de San Ignacio. La ansiedad de los chicos era enorme, y a medida que se internaban en la selva, las expresiones de sus caras se acentuaban y los comentarios enmudecían ante tanta belleza. La selva se mostraba imponente y los seducía con sus colores, sus plantas y los ruidos de animales que no se dejaban ver. Había flores grandes de un color alilado que proliferaban a lo largo de todo el recorrido. El repelente los protegía de los gigantes mosquitos que zumbaban como nunca antes habían oído. Todo lo que alguna vez habían visto en la ciudad era ínfimo en la selva.
Mientras avanzaban en el angosto sendero con “la bestia” se cruzaban con algún que otro pueblerino que, cargando un hacha, volvía de cortar maleza para abrir caminos. Como fuera, en realidad los senderos eran pocos, sólo los esenciales para recorrer aquella antesala del Amazonas.
Luego de una hora de búsqueda, Segundo y los chicos se vieron frente a las Ruinas de San Ignacio. Un paraje inhóspito claro está, ya que a esas alturas no había ruido ni señal de la ciudad de Posadas. Todo era silencio, salvo por el ruido de la propia selva que se expresaba en libertad. No obstante, este punto era turístico así que en la entrada se oía a algunos visitantes de variedad étnica que intercambiaban frases en distintos idiomas.
Lía se sorprendió al ver las ruinas, creyó que eran más pequeñas. Realmente quedó atónita frente a la majestuosidad del lugar y a la conservación que presentaban ciertas partes de lo que alguna vez fue una comunidad jesuítica. Recorrieron el lugar en paz y en silencio, pensando cuánto habrían sufrido aquellos jesuitas que entre 1816 y 1819 sufrieron un ataque de portugueses y paraguayos que culminó con su extinción.
Era paradójico pensar que una comunidad como esta (entre otras 30 que había por la zona), en la que se trataba de integrar y educar a diferentes grupos étnicos, sufriera la expulsión (y matanza en muchos casos) por parte de aquellos que detentaban el poder y que veían en esta experiencia civilizadora un peligro para sus objetivos. “A qué extremo puede llegar el miedo al diferente”, pensaba Lía mientras imaginaba como los colonizadores ocupaban territorios. Terminaron de recorrer el lugar y tras sacar varias fotos, se despidieron con la promesa de volver y continuaron el viaje.
Capítulo 2: la ciudad y sus recovecos

Los primeros dos días estuvieron dedicados a ordenar las cosas de la casa y a conocer la zona: supermercados, despensas, farmacias, todo. Lía y Manuel ordenaron sus cosas velozmente para dedicarse más tiempo a recorrer la ciudad. Ni bien pudieron se apoderaron de sus bicicletas y tras 2 KM de viaje, alcanzaron la ciudad. El resto era fácil, sólo había que preguntar dónde quedaban los principales puntos turísticos.
Conocieron la plaza, la Iglesia, la Biblioteca Popular, la rotonda principal, la comisaría y los lugares más frecuentados por los habitantes, desde pooles hasta confiterías. El paseo excluía una única zona: la costanera, el puente fronterizo que comunicaba con el Paraguay y las cuatro cuadras que desembocaban allí. En Posadas ese lugar era temido, un tabú para cualquier charla. Era tierra de nadie. Segundo fue muy firme al advertir a la familia:
- Nunca vayan solos al puente fronterizo ni a la costanera, ¿ah? Muchos paraguayos aprovechan la frontera para realizar negocios truchos, contrabandear y robar. La frontera es un arma de doble filo: del lado argentino es peligrosa pero dentro de todo segura, del lado paraguayo… del lado paraguayo no hay ley. Así que si por algún motivo se van o se los llevan para ese lado, cuenten con que estarán solos y nadie los ayudará si les pasa algo. Mejor ni se acerquen, ¿ta clarito? –
Al atardecer ese día, todos decidieron salir a caminar para conocer y buscar un restaurante donde comer, ya que tenían la heladera vacía. Luego, y siguiendo las advertencias de Segundo, tomaron un taxi y recorrieron el lugar.
- Qué linda es la ciudad ¿eh? – le dijo Francisco al taxista.
- Sí, muy bonita… Pero recuerden que esta zona… sólo en taxi. Y no lo digo para ganar más dinero ¿eh? Porque estoy acostumbrado a la pobreza. Estamos acostumbrados a la pobreza.
- No, está bien, lo entiendo… ¿Pero tan peligroso es? ¿Y nadie hace nada?
- Mire todo lo que escuche es cierto, y nadie hace nada porque aunque es tierra de nadie, eso le pertenece a alguien…
- ¿A quien?
- Jum mmm, no importa, ustedes sólo no pregunten y escuchen las advertencias y van a estar bien. Bien, después de bordear la costanera los dejo en el centro ¿si?
- Perfecto, gracias – Contestó Francisco un tanto preocupado por lo que acababa de oír. Intentó no mostrarle su consternación a la familia disipando el tema con otras charlas.
Al bordear la costanera con el taxi se podía observar el oscuro puente fronterizo, con gente que según el taxista lo recorría a toda hora. Del otro lado, el terreno paraguayo. Lía observaba que no había tanta distancia entre ambos países, con lo cual podía apreciar el paisaje del otro lado del río. Le llamaba la atención que, a pesar de la pobreza que sucumbía a la zona, había un montón de camionetas importadas estacionadas en los restaurantes a ambos lados del Paraná. “Bueno, serán los pocos ricos de la zona” imaginaba Lía. Como sea, decidió no darle importancia suficiente a su observación.
El paseo duró una media hora, no había mucho más para ver. Aunque linda, Posadas era una ciudad pequeña. Demás está decir que después de haberla conocido mejor y de haber pasado unos días, Lía se sintió más atraída al lugar y menos frustrada por el cambio.

Laberinto verde

Capítulo 1: El cambio

Mediaba julio. Un oscuro día con nubes interminables amenazaba con llorar. Desde la ventana de su cuarto Lía observaba aquel serio paisaje, frotando sus manos heladas y deseando que llegara la lejana primavera. Una lágrima caía lentamente, hidratando su mejilla y mojando débilmente el piso. Al oír un golpe en la puerta, Lía se dio vuelta.
- Si qué pasa…
- Hija, permiso – interrumpe tímidamente María, su madre.
- Estoy ocupada má…
- Ay hija… ¡Dejá de evitarnos! Sé que te duele dejar esto pero tratá de entender, todo va a ser mejor allá. Papá necesita esto y vos también.
- ¿Yo? ¿Qué te hace pensar que salgo beneficiada con esto? A ver si me entendés, yo no quiero vivir lejos de todo. ¿Qué te hace creer que mudarme al medio de la selva me va a ayudar?
- No te mudás a la selva Lía, ¡no exageres! Posadas es una ciudad, no tan grande como Buenos Aires, pero te va a gustar.
- No lo creo… pero bueno, como quieras. Si al final siempre hacemos lo que ustedes quieren… A mí nadie me preguntó si dejar a mis amigos y a la facultad me iba a gustar.
- Tranquila con eso, ¡tenés la facultad allá también! Dejá de buscarle la quinta pata al gato y pensá que es una nueva etapa para todos.
Luego de esa charla, Lía se convenció egoístamente de que nadie podría entenderla. Siempre odió el trabajo de su padre, de hecho juraba nunca ser arquitecta. Le encantaba viajar, incluso estaba convencida de que un periodista (como ella sería en un futuro) debía viajar en busca de la información, pero este no era el momento. Estaba empezando la facultad forzosamente, tenía sus amigos, su pareja (aunque ella le temía al noviazgo), estaba bien así. La noticia de la mudanza a Posadas le había caído como una bomba.
Francisco, su padre, había sido enviado a construir cuatro puentes a unos 20 Km. de las ruinas de San Ignacio, aunque seguramente terminarían encomendándole más trabajo. En resumidas cuentas, a Lía le esperaban unos 3 años de residencia en Posadas, y eso representaba una gran crisis para ella.
Era de madrugada y faltaban tres horas para partir. El tren salía a las 5 AM, así que esa noche no estaba preparada para dormir. Lía ya tenía preparado su bolso y unas cuántas cajas que atesoraban libros, discos y chucherías varias. Como si dejara a alguna persona querida, cerró tristemente la puerta de su habitación y se dirigió al hall principal de la casa, donde la esperaban sus padres Francisco y María y su hermanito Manuel.
María la observaba con una mirada comprensiva, en el fondo entendía lo que su hija sentía. A ella también le costaba dejar sus cosas. Tenía una vida profesional próspera, era una reconocida psiquiatra y daba clases en la Universidad de Buenos Aires. A pesar de todo eso, ahora tendría que dejar todo eso y seguir a su marido, sabiendo que tendría un conflicto en puerta el día que algún paciente suyo necesitara nuevamente de sus servicios. La incertidumbre, en el fondo, estaba a la orden del día.
Por su parte, Manuel estaba feliz y ansioso de ver si la selva tenía lianas y animales extraños como imaginó tantas veces. Siempre que podía acompañaba a su padre al trabajo. Para sus escasos catorce años era muy alto y, por ende atolondrado, no controlaba los movimientos de su cuerpo. Eso era lo único que preocupaba a María respecto de su hijo y aquel nuevo destino. Temía que sufriera accidentes o que en tierra desconocida lo lastimara algún animal. Pero Manuel ignoraba todo eso y trataba de demostrar que era lo suficientemente grande como para ser tan sobreprotegido por sus padres. Necesitaba que confiaran en él.
Francisco analizaba los gestos de Lía de reojo y confiaba en que pronto se le pasaría lo que él consideraba un berrinche. También sentía que este viaje cortaría con su mala suerte. Ya había pasado por muchos trabajos y había empezado de nuevo muchas veces, para ser un hombre de tan sólo de 45 años. Era un hombre muy idealista, libre, pero no obstante ese espíritu, confiar en sus ideales y en su libertad a la hora de hacer negocios no le había dado suerte. La experiencia le había mostrado que el país estaba hecho para las grandes empresas y que sueños como los de él quedaban destinados a sobrevivir en frustrantes relaciones de dependencia económica. Sin embargo, esta oportunidad de crecimiento para su empresa abría un nuevo capítulo en la vida de la familia.
………………………………
La llegada a la estación de tren fue rápida teniendo en cuenta el poco tráfico que circula a las 4 y media de la mañana. A las 5, como estaba pautado, el tren arrancó y de esta manera Lía y su familia se alejaban de una parte de su historia para enfrentar otra que parecía ser diferente. El viaje duró unas 13 horas y ya sobre el final del trayecto la paciencia de todos había traspasado los límites esperados. Manuel se había tornado insoportable para Lía, que sólo quería retornar a su conocida habitación. Francisco y María charlaban, dormían, pero igualmente se mantenían expectantes ante la llegada a destino.
Una vez llegados a Posadas esperaron en una de las esquinas de la estación a que alguien de la empresa de Francisco los fuera a buscar. De repente, comenzaron a oír frenadas de un vehículo que parecía estar a punto de chocar. Ante la sorpresa de todos, sólo fue una maniobra brusca generada por un exaltado conductor a bordo de una Grand Cherokee negra, que más bien parecía marrón debido al polvillo colorado que levantaba al andar. Violentamente, la bestia de cuatro ruedas frenó justo en frente de la atónita familia.
- ¡Hey! ¡Gringos! – decía una voz desde el interior del vehículo - ¿La familia Castroman?
- Sí – dijo Francisco – Usted debe ser…
- ¡Segundo! – contestó el hombre mientras se bajaba de la camioneta – Soy su capataz señor, ¿cómo le va, viajaron bien? Denme sus bultos, que los pongo en el baúl.
- Mucho gusto Segundo, gracias por venir a buscarnos, estamos medio desorientados ya…
- ¡Ahhh! Pero no se preocupeee… ¡Si Posadas es recontra chico! ¡Va ´ ver que enseguidita se va a sentir como en casa! Pero que esperan, ¡suban! Nos espera un viajecito hasta la casa.
Sorprendidos aún por la efusividad de Segundo, todos subieron a la camioneta. Lía sacó un cuaderno que llevaba a todos lados, con la esperanza de hacer un pequeño relato del viaje en tren, pero en cuanto Segundo arrancó el vehículo abandonó su empresa sin pensarlo. El capataz parecía llevarse el mundo por delante desde su camioneta, manejaba tan bruscamente que María ya tenía náuseas. “Es que así se maneja acá”, dijo Segundo, “ya va ´ ver que no va a encontrar a nadie que maneje con prudencia, ¡ja!”
Mientras Segundo manejaba, María intentaba no pensar en su estómago, Francisco y Manuel no dejaban de mirar al pueblo desde la ventanilla y Lía se tomaba su tiempo para analizar al capataz. Era un hombre particular Segundo. Con su pelo largo y enrulado parecía un perro lanudo. Tenía un símbolo de la paz y una letra china tatuados en sus brazos, y algunos aros en su rostro. Parecía joven, de 35 quizás. Su tez era morena del sol y resaltaba sus ojos azules aturquesados. Tenía todo el aspecto de ser un bohemio con sus sandalias de cuero y shorts de jean rotos. Sonreía todo el tiempo, era amable, parecía un buen hombre. A Lía ya le caía bien, le causaba gracia su forma de ser tan avasallante.
- Perdón – dijo Francisco – No le presenté a la familia. María, mi esposa, y mis hijos Manuel y Lía.
- ¡María! ¡Como mi primera esposa! Simpática era la María jaja. ¿y vos cuántos años tenés pibe? ¡Como 18 para mí! ¿ehh?
- No… - dijo tímidamente Manuel – tengo 14 en realidad…
- ¿Ah sí? Te salió grande este ¿eh? Jaja. Ahhh, Lía es una damita ¿ah? Me imagino los novios que habrás dejado llorando allá ¿no?
- Jajaja, no para nada… - dijo tímidamente Lía, pensando cómo extrañaría a su Nicolás, a quien mantuvo todo el tiempo alejado del conocimiento de la familia.
- ¡Bueno, seguro nos llevaremos bien! – Sonrió Segundo, esperanzado. – Ah, ya llegamos y menos mal, porque la cara verde de María explota ¡jaja! Queridaaa, ya te vas a acostumbrar a esto…
En cuanto bajaron de “la bestia” (como le dijo Manuel bautizó a la gigante camioneta) María se sintió mejor. Los hombres comenzaron a bajar el equipaje del baúl y las mujeres se encargaron de examinar la nueva casa. Había tres habitaciones grandes para todos, una cocina con un comedor y un living muy espacioso. Tenían pileta de natación y un hermoso quincho. La casa entera estaba decorada con madera y piedras como una cabaña del sur, lo cual era original a los ojos de Lía.
Tras haberse instalado, lo único que quedaba era recorrer Posadas, la obra de Francisco y todo lo que rodeaba a este lugar que parecía ser tan enigmático, pero que ahora sería su nuevo hogar.

una parte...

La antesala al laberinto verde

Cuántas ideas habrá en la mente rondando solitarias, esperando ser exteriorizadas en la voz de la escritura. Cuántas, hoy ausentes, estuvieron deseosas de ser usadas. ¿Será que se han olvidado de mí? ¿Será que ya no son tan atractivas? Algo les sucede, algo se las llevó de mis recuerdos. Como sea, en algún momento tienen que regresar a mi conciencia.
Cuando empecé a pensar en este proyecto narrativo sentí que me sumergía en una laguna de la que nada valuable podía sacar. Así es, es una extraña paradoja la de tener tantas ideas en momentos inoportunos y ninguna ahora, cuando más lo necesito. Lo intolerable es que esto sucede cada vez más seguido, cada vez que me siento a escribir. ¿Seguirá sucediendo por siempre? Tantas preguntas y sólo un fin: escribir.
Ni siquiera tengo un indicio, una huella, un incentivo. Sólo oscuridad en la mente. O mejor dicho blancura. Ambos extremos son temidos, en ambos extremos siento que estoy. Con la mente dando vueltas imagino una temática, algo. Ficción, ni pensarlo. Se me nublaría aún más la mente. Más perdida no creo sentirme pero prefiero no arriesgarme. Crónica. Interesante objetivo el que viene a mi mente. ¿Sobre?... El territorio del “Delta” me mira desde mi escritorio y yo, en una posición de desgano sobre mi cama, presiento que sin pruebas o ensayos no hay hipótesis para refutar.
Internada sobre este territorio de aguas marrones e islas acumuladas, leo “Claroscuros del Delta”. Atrayentes me parecen los datos históricos, el fervor de algunos inmigrantes que con dos dólares compraban parcelas, como quien hoy –preocupado por la inflación que amenaza con explotar – compra un kilo de pan. Sorprendentes son los relatos sobre aquella gran inundación que superó todo límite esperado. Llamativo y triste es su resultado: el abandono y la desidia de un lugar venido a menos, desconsiderado y rechazado para cualquier inversión. La desconfianza a lo imprevisible se transforma en temor y el éxito se busca en otros rumbos. Cómo un hecho fortuito puede desencadenar tal final resulta difícil de explicar. Y cómo desarrollar ideas que surgen de esta lectura con la mente tan obnubilada, me resulta aún más complejo de entender.
Me engaño creyendo que puedo resolver lo que me sucede, intentando leer los textos que prosiguen con la descripción del Delta. Tras innumerables y frustrados intentos me doy por vencida. Intento leer “Sudeste”. Tan sólo la densa descripción inicial, en conjunto con mi estado de indecisión, me hacen abandonar dicha empresa. Llego desganada a los diálogos. Nada cambia. Leer sobre “las rachas” que tiene el pescado me desvía de tema. Algo similar me sucede con “El río sin orillas”, de Juan José Saer. Aún pensando que podría seguir recorriendo este lugar, que imagino gracias a la lectura y a algunas visitas, siento que no es éste el rumbo a seguir. Pasan las semanas y me sumerjo más profundamente en esta laguna que es mi mente.
Un territorio que no esperaba leer comienza a resonar en mi cabeza casi retumbando. Misiones. Lugar frondoso y verde como pocos, aparece ante mí como una posible solución. Recorro sus kilómetros de palabras y pienso cómo conectarlo conmigo. Y ahí es cuando las vueltas de la vida me llevan a un objetivo. Como caído del cielo un viaje a Posadas se le presenta a un familiar muy cercano a mí, con lo cual lo único que se me ocurre es pedirle fotos y datos, todo lo que pueda traer.
Una semana después me encuentro con fotos varias, un folleto sobre las ruinas de San Ignacio y un abanico de anécdotas que alimentan algo aún indefinido. Ficción. Con temor descubro que una posibilidad es aquello que yo creía imposible. La solución está en el problema. Habrá que adentrarse en la jungla misionera y ver qué hay.
Pienso personajes, nombres, descripciones, lugares. Conecto relatos de viaje con la imaginación. Misiones me busca, yo la busco. Nos encontramos en mi puño y letra. La mente está clara ya, no hay extremos peligrosos, sólo la extensión de lo que escribo. Pensar que estuve semanas en blanco y en tan sólo media hora surgió un proyecto, una idea que brotaba de mi cabeza a borbotones. Las palabras comenzaron a saltar en caída libre hacia el papel, y la trama empezó.
Una historia de aventuras y suspenso se asoma por mi cabeza y mira al papel. La lista de personajes está completa, solo queda contar los hechos que ya están ordenados en la mente.

Personajes
Lía: soñadora como pocas, encuentra en un viaje con su familia a Posadas la posibilidad de conocer otra cultura. Al principio reacciona con ira ante la noticia de la mudanza, ya que se aleja de un lugar al que está aferrada. Teme que Misiones no sea lo que espera, que de hecho es lo que ocurre. Le gusta escribir, quiere ser periodista. Lleva papeles sueltos y un lápiz a todos lados y anota todo lo que ve. Es testigo de hechos importantes y peligrosos, y tras el alejamiento de su madre, le envía cartas con información para que la guarde, porque la investigación que desarrolla pone en riesgo hasta su propia vida.
Francisco Castroman, el padre de Lía: Arquitecto joven, de 45 años, no le gusta trabajar en relación de dependencia. De joven era idealista, hoy busca terminar con la mala racha económica que buscar ideales le trajo, pero se olvida de sus deseos.
Le ofrecen un trabajo a realizar en Posadas, Misiones, con el cual cree que tendrán mejor suerte. Es un impulso para su pequeña empresa personal, y contrata un capataz y obreros de la zona. Se choca con un hábitat y costumbres extrañas a las suyas.
Manuel, hijo de Lía: 6 años menor que Lía, en Misiones se vuelve inseparable de ella. Atolondrado, alegre, desea vivir y es solidario con su hermana. La ayuda en el comienzo de la investigación.
María, la madre: Psiquiatra reconocida en Buenos Aires, sigue a su marido a donde sea. Un paciente reclama su presencia en Buenos Aires, con lo cual no de establece por mucho tiempo en Posadas como el resto de la familia. Igualmente se comunica mucho con la familia, y actúa como cómplice de Lía, quien le envía información recolectada de su investigación para que la proteja de cualquiera que quiera robarla.
Segundo, el capataz: Joven, 35 años. Bohemio y mujeriego, va por su tercer matrimonio. Se lleva el mundo por delante, maneja a altísimas velocidades y conoce la selva como la palma de la mano. Es el único en quien confía Francisco porque le advierte sobre los peligros de la selva, los indígenas ocultos en ella, la frontera con el Paraguay y los contrabandistas.
Armando Abalos, el contrabandista: lidera una organización ilícita que entre otras cosas logra actuar con total impunidad en la frontera, el lugar “sin ley” por excelencia. Secuestros, robos, importación y exportación ilegal son algunas de las actividades que realiza.
Martín, periodista de Posadas: futuro amigo de Lía, que además la ayuda a investigar desapariciones de obreros del padre. Todo apunta a Abalos y su organización.
Indígenas: Pacíficos, sufren la extinción de su cultura en la selva, mueren por el avance de obras de otros hombres, supuestamente más civilizados. El pueblos tiene conceptos errados respecto a su maldad (quizás también hay mitos respecto a sus muertes). Lía investiga sus desapariciones y muertes y las relaciona con el contrabando que lidera Abalos.

Nuevamente aparecen trabas en lo que sospeché que me ocurriría al escribir una ficción. Ordenar una trama no es fácil, y menos cuando siento que la producción hecha es insulsa. Transmito mi sentimiento en sucesivas clases. Es verdad, mi sensación se nota en la narración. También es verdad que insulso es una palabra fuerte para definir a un texto propio. No llego a terminar la historia y tampoco tengo ideas para lograrlo.
Es entonces cuando aparecen esos momentos inesperados pero deseados, que le dan una vuelta de tuerca al asunto y que ayudan a vislumbrar la salida. La ayuda de otros es fructífera, sus críticas generan la posibilidad de darle dinamismo a mi trabajo y eso me consuela mucho. La desazón ya no es tan grande, así que nuevamente me dispongo a tratar de superar mis obstáculos.
Releo el territorio de Misiones y encuentro algo interesante en “La Argentina ya no toma mate”, de Walsh también. Ese racconto que devela el decaimiento económico de una zona me sirve. Pienso que podría utilizarlo en mi narración, y argüir que todo se debe al avance económico de Paraguay sobre nuestros mercados, junto con el florecimiento del contrabando como medio único de subsistencia para las clases bajas.
A su vez me llama la atención la frase que inicia a “Kimonos en tierra roja”, del mismo autor también: “Vinieron de lejos con sus tractores y sus canciones. Nueve años más tarde enfrentan la secular desgracia del campesino japonés: no era ésta la tierra prometida”. No era esta la tierra prometida. Algo resuena de la última parte. Si bien mi relato comienza con la descripción de un lugar que parece prometedor, se termina narrando la contracara de un punto que aparentaba ser simplemente turístico. La explotación, la pobreza, la cultura en terapia intensiva terminan siendo grandes protagonistas de esta historia. Misiones no es la tierra prometida de la familia Castroman en mi historia, mucho menos de los indígenas y de los obreros pobres que trabajan de sol a sol.
Algo que resuena después de una reunión de taller me hace releer “Esperando a Godot en Sarajevo”. Es real esa sensación de que nada pasa, pero esa nada nos aferra a la lectura de igual manera. Pienso que quizás esa nada rodea a la vida del misionero, aunque siempre hay lapsos en los que sucede todo lo contrario. Considero que esto puede ser útil para retratar cierta rutina que adoptan los personajes en Posadas, aún sabiendo que la trama adoptará mayor dinamismo en el nudo.

domingo, 24 de agosto de 2008

El descubrimiento de Lía

Con mucha dificultad subo un boceto de una parte de la narración...

Capítulo 1: El cambio

Mediaba julio. Un oscuro día con nubes interminables amenazaba con llorar. Desde la ventana de mi cuarto observaba aquel serio paisaje, frotando mis manos heladas y deseando que llegara la lejana primavera. Una lágrima caía lentamente hidratando mi mejilla y mojando débilmente el piso.
Era difícil dejar todo esto para mudarme a… ¿Misiones? No, impensado. Esta vez, seguir el camino profesional de mi padre Francisco me ponía en una compleja situación. Pero supongo que nada podía hacer yo. En fin, emprendo este viaje hacia lo que espero sea una mejor época, ya que según mi padre no habrá más mudanzas ni cambios. Ojalá fuera cierto.
………………..
Ya en el tren, me siento observada por mi padre, quien cree que mis reacciones con tan sólo un berrinche. María, mi madre, se siente tan frustrada como yo. Es muy conocida en el ambiente de la psiquiatría por los avances en sus pacientes y también por las clases que da en la Universidad de Buenos Aires, con lo cual dejar todo su trabajo de años para seguir a su marido es un problema. Mi hermano Manuel no está afectado por nada de lo que ocurre. Con sus escasos catorce años está feliz y ansioso de ver si la selva tiene lianas y animales extraños como imaginó tantas veces con sus cuentos.
Por lo que escuché de charlas entre mis padres nos espera una hermosa casa en las afueras de Posadas, como así también largos viajes hacia la obra de mi padre. Creo que tiene que construir algo así como diez puentes que, ubicados en el medio de la selva, hacen un camino que permite atravesar los arroyos que se esconden entre la vegetación. Tendrá que contratar obreros de la zona, aunque la empresa ya contrató a un capataz que estará bajo las órdenes de mi padre. Espero que sea interesante conocerlo, ya que según parece será una especie de guía hasta que nos sintamos cómodos allí.
………………….
Grata sorpresa me llevé con el capataz. Su nombre es Segundo y su aspecto no condice con lo que imaginé. Nos vino a buscar a la estación, montado en una Grand Cherokee negra, que más bien parece marrón debido al polvillo colorado que levantaba al andar. Su efusividad aún nos sorprende y su forma de manejar nos asusta, se lleva al mundo por delante. Nos advirtió que nadie maneja lento en Posadas, pero dudo que así sea. Con su pelo largo y enrulado parece un perro lanudo. Tiene un símbolo de la paz y una letra china tatuados en sus brazos, y algunos aros en su rostro. Parece joven, de 35 quizás. Su tez es morena del sol y resalta sus ojos azules aturquesados. Tiene todo el aspecto de ser un bohemio con sus sandalias de cuero y shorts de jean rotos. Sonríe todo el tiempo, es amable, un buen hombre a mi juicio.
Segundo nos ayudó a instalarnos en nuestra nueva casa, que más bien parece una cabaña del sur, con sus decoraciones en madera y piedras. Tras la ardua tarea de desempacar, sólo nos queda recorrer el pueblo y la obra de papá.

Capítulo 2: la ciudad y sus recovecos

Con Manuel recorrimos el pueblo: la plaza, la Iglesia, la Biblioteca Popular, la rotonda principal, la comisaría y los lugares más frecuentados por los habitantes, desde pooles hasta confiterías. El paseo excluyó una única zona: la costanera, el puente fronterizo que comunica a Posadas con el Paraguay y las cuatro cuadras que desembocan allí. En Posadas ese lugar es temido, un tabú para cualquier charla. Es tierra de nadie. Segundo fue muy firme al advertirnos a todos:
- Nunca vayan solos al puente fronterizo ni a la costanera. Muchos paraguayos aprovechan la frontera para realizar negocios truchos, contrabandear y robar. La frontera es un arma de doble filo: del lado argentino es peligrosa pero dentro de todo segura, del lado paraguayo… del lado paraguayo no hay ley. Así que si por algún motivo se van o se los llevan para ese lado, cuenten con que estarán solos y nadie los ayudará si les pasa algo. Mejor ni se acerquen –
Igualmente, ya con nuestros padres, recorrimos la costanera en taxi, luego de cenar en un hermoso restaurante. Nuevamente, aunque esta vez en voz del taxista, escuchamos una advertencia que no ignoramos:
- Posadas es bellísima pero recuerden que esta zona… sólo en taxi. Y no lo digo para ganar más dinero ¿eh? Porque estoy acostumbrado a la pobreza. Estamos acostumbrados a la pobreza… Así que ya sabe, todo lo que escuche es cierto pero nadie hace nada porque aunque es tierra de nadie, eso le pertenece a alguien…
- ¿A quien? – preguntó mi padre, inquieto.
- Jum mmm, no importa, ustedes sólo no pregunten y escuchen las advertencias y van a estar bien. Bien, después de bordear la costanera los dejo en el centro ¿si?

Al bordear la costanera con el taxi, pudimos observar el oscuro puente fronterizo, con gente que según el taxista lo recorría a toda hora. Del otro lado, el terreno paraguayo. Observé que no había tanta distancia entre ambos países, con lo cual pude apreciar el paisaje del otro lado del río. Me llamó la atención que a pesar de la pobreza que sucumbe a la zona, hay un montón de camionetas importadas estacionadas en los restaurantes a ambos lados del Paraná. Imagino que serán los pocos ricos que viven en el Paraguay. En fin, el paseo duró una media hora, no había mucho más para ver. Aunque linda, Posadas era una ciudad pequeña. Demás está decir que después de haberla conocido mejor y de haber pasado unos días, me sentí más atraída al lugar y menos frustrada por el cambio.

Capítulo 3: El corazón de la selva

Pasó más de un mes y aún no hemos podido ir a la selva, a excepción de papá obviamente. Creo que mañana será el día. Hablamos con Segundo y exigió que llevemos dos botellas de repelente cada uno, mucho agua y algunas dosis de suero para mordeduras de yarará. Por supuesto tuvimos que vacunarnos contra algunos bichos previamente, no sé cuántas inyecciones mi dieron ya, pero supongo q servirán. Manuel llevará la cámara digital y yo mi cuaderno, para poder describir lo que vea.
Me resulta intrigante este viaje, ya que además iremos a las ruinas de San Ignacio. Segundo nos llevará porque es paso obligado para llegar a la obra, que queda a unos 20 KM de allí.
………………..
Comenzó el viaje. A medida que nos internamos en la selva las expresiones de nuestras caras se acentuaban, y los comentarios enmudecían ante tanta belleza. La selva se mostraba imponente y nos seducía con sus colores, sus plantas y los ruidos de animales que no se dejaban ver. Había flores grandes de un color alilado que proliferaban a lo largo de todo el recorrido. En el camino nos hemos cruzado con algún que otro pueblerino que, cargando un hacha, volvía de cortar maleza para abrir caminos. Como fuera, en realidad los senderos eran pocos, sólo los esenciales para recorrer aquella antesala del Amazonas.

Me sorprendí al ver las ruinas, creí que eran más pequeñas. Realmente quedé atónita frente a la majestuosidad del lugar, y frente a la conservación que presentaban ciertas partes de lo que alguna vez fue una comunidad jesuítica. Recorrimos el lugar en paz y en silencio, pensando cuánto habrían sufrido aquellos jesuitas que entre 1816 y 1819 sufrieron el ataque de portugueses y paraguayos, lo cual culminó con su extinción.
Realmente era paradójico pensar que una comunidad como esta (entre otras 30 que había por la zona), en la que se trataba de integrar y educar a diferentes grupos étnicos, sufriera la expulsión (y matanza en muchos casos) por parte de aquellos que detentaban el poder y que veían en esta experiencia civilizadora un peligro para sus objetivos. “A qué extremo puede llegar el miedo al diferente”, pensaba mientras imaginaba como los colonizadores ocupaban territorios. Terminamos de recorrer el lugar y, tras sacar varias fotos nos despedimos con la promesa de volver y continuamos con el viaje.

Diario de escritura del proyecto narrativo

Completamente diferente, y aún en proceso...

Cuántas ideas habrá en la mente rondando solitarias, esperando ser exteriorizadas en la voz de la escritura. Cuántas, hoy ausentes, estuvieron deseosas de ser usadas. ¿Será que se han olvidado de mí? ¿Será que ya no son tan atractivas? Algo les sucede, algo se las llevó de mis recuerdos. Como sea, en algún momento tienen que regresar a mi conciencia.
Cuando empecé a pensar en este proyecto narrativo sentí que me sumergía en una laguna de la que nada valuable podía sacar. Así es, es una extraña paradoja la de tener tantas ideas en momentos inoportunos y ninguna ahora, cuando más lo necesito. Lo intolerable es que esto sucede cada vez más seguido, cada vez que me siento a escribir. ¿Seguirá sucediendo por siempre? Tantas preguntas y sólo un fin: escribir.
Ni siquiera tengo un indicio, una huella, un incentivo. Sólo oscuridad en la mente. O mejor dicho blancura. Ambos extremos son temidos, en ambos extremos siento que estoy. Con la mente dando vueltas imagino una temática, algo. Ficción, ni pensarlo. Se me nublaría aún más la mente. Más perdida no creo sentirme pero prefiero no arriesgarme. Crónica. Interesante objetivo el que viene a mi mente. ¿Sobre?... El territorio del “Delta” me mira desde mi escritorio y yo, en una posición de desgano sobre mi cama, presiento que sin pruebas o ensayos no hay hipótesis para refutar.
Internada sobre este territorio de aguas marrones e islas acumuladas, leo “Claroscuros del Delta”. Atrayentes me parecen los datos históricos, el fervor de algunos inmigrantes que con dos dólares compraban parcelas, como quien hoy –preocupado por la inflación que amenaza con explotar – compra un kilo de pan. Sorprendentes son los relatos sobre aquella gran inundación que superó todo límite esperado. Llamativo y triste es su resultado: el abandono y la desidia de un lugar venido a menos, desconsiderado y rechazado para cualquier inversión. La desconfianza a lo imprevisible se transforma en temor y el éxito se busca en otros rumbos. Cómo un hecho fortuito puede desencadenar tal final resulta difícil de explicar. Y cómo desarrollar ideas que surgen de esta lectura con la mente tan obnubilada, me resulta aún más complejo de entender.
Me engaño creyendo que puedo resolver lo que me sucede, intentando leer los textos que prosiguen con la descripción del Delta. Tras innumerables y frustrados intentos me doy por vencida. Aún pensando que podría recorrer este lugar, que imagino gracias a la lectura y a algunas visitas, siento que no es este el rumbo a seguir. Pasan las semanas y me sumerjo más profundamente en esta laguna que es mi mente.
Un territorio que no esperaba leer comienza a resonar en mi cabeza casi retumbando. Misiones. Lugar frondoso y verde como pocos, aparece ante mí como una posible solución. Recorro sus kilómetros de palabras y pienso cómo conectarlo conmigo. Y ahí es cuando las vueltas de la vida me llevan a un objetivo. Como caído del cielo un viaje a Posadas se le presenta a un familiar muy cercano a mí, con lo cual lo único que se me ocurre es pedirle fotos y datos, todo lo que pueda traer.
Una semana después me encuentro con fotos varias, un folleto sobre las ruinas de San Ignacio y un abanico de anécdotas que alimentan algo aún indefinido. Ficción. Con temor descubro que una posibilidad es aquello que yo creía imposible. La solución está en el problema. Habrá que adentrarse en la jungla misionera y ver qué hay.
Pienso personajes, nombres, descripciones, lugares. Conecto relatos de viaje con la imaginación. Misiones me busca, yo la busco. Nos encontramos en mi puño y letra. La mente está clara ya, no hay extremos peligrosos, sólo la extensión de lo que escribo. Pensar que estuve semanas en blanco y en tan sólo media hora surgió un proyecto, una idea que brotaba de mi cabeza a borbotones. Las palabras comenzaron a saltar en caída libre hacia el papel, y la trama empezó.
Una historia de aventuras y suspenso se asoma por mi cabeza y mira al papel. La lista de personajes está completa, solo queda contar los hechos que ya están ordenados en la mente.

Personajes

Lía: soñadora como pocas, encuentra en un viaje con su familia a Posadas la posibilidad de conocer otra cultura. Al principio reacciona con ira ante la noticia de la mudanza, ya que se aleja de un lugar al que está aferrada. Teme que Misiones no sea lo que espera, que de hecho es lo que ocurre. Le gusta escribir, quiere ser periodista. Lleva papeles sueltos y un lápiz a todos lados y anota todo lo que ve. Es testigo de hechos importantes y peligrosos, y tras el alejamiento de su madre, le envía cartas con información para que la guarde, porque la investigación que desarrolla pone en riesgo hasta su propia vida.

Francisco, el padre de Lía: Arquitecto joven, de 45 años, no le gusta trabajar en relación de dependencia. De joven era idealista, hoy busca terminar con la mala racha económica que buscar ideales le trajo, pero se olvida de sus deseos.
Le ofrecen un trabajo a realizar en Posadas, Misiones, con el cual cree que tendrán mejor suerte. Es un impulso para su pequeña empresa personal, y contrata un capataz y obreros de la zona. Se choca con un hábitat y costumbres extrañas a las suyas.

Manuel, hijo de Lía: 6 años menor que Lía, en Misiones se vuelve inseparable de ella. Atolondrado, alegre, desea vivir y es solidario con su hermana. La ayuda en el comienzo de la investigación.

María, la madre: Psiquiatra reconocida en Buenos Aires, sigue a su marido a donde sea. Un paciente reclama su presencia en Buenos Aires, con lo cual no de establece por mucho tiempo en Posadas como el resto de la familia. Igualmente se comunica mucho con la familia, y actúa como cómplice de Lía, quien le envía información recolectada de su investigación para que la proteja de cualquiera que quiera robarla.

Segundo, el capataz: Joven, 35 años. Bohemio y mujeriego, va por su tercer matrimonio. Se lleva el mundo por delante, maneja a altísimas velocidades y conoce la selva como la palma de la mano. Es el único en quien confía Francisco porque le advierte sobre los peligros de la selva, los indígenas ocultos en ella, la frontera con el Paraguay y los contrabandistas.

Armando Abalos, el contrabandista: lidera una organización ilícita que entre otras cosas logra actuar con total impunidad en la frontera, el lugar “sin ley” por excelencia. Secuestros, robos, importación y exportación ilegal son algunas de las actividades que realiza.

Martín, periodista de Posadas: futuro amigo de Lía, que además la ayuda a investigar desapariciones de obreros del padre. Todo apunta a Abalos y su organización.
Indígenas: Pacíficos, sufren la extinción de su cultura en la selva, mueren por el avance de obras de otros hombres, supuestamente más civilizados. El pueblos tiene conceptos errados respecto a su maldad (quizás también hay mitos respecto a sus muertes). Lía investiga sus desapariciones y muertes y las relaciona con el contrabando que lidera Abalos.

sábado, 2 de agosto de 2008

Proceso de escritura de la narración

Día Uno

¿Qué tan preparado tiene que estar el escritor para crear una narración? Yo diría que la preparación gira en torno a saber cómo manejar de manera plausible y redituable la cantidad de aluviones de ideas que asechan a quien escribe. Es algo así como saber aprovechar y dominar lo que alguna musa inspiradora nos pueda dar a cuentagotas… o a cántaros.
Pues bien, está claro que yo no estoy preparada. Me siento ignorante e invadida por varios conflictos, lo cual hace fácil para cualquiera apreciar la opacidad de cualquier escrito que me anime a producir. Con la mente casi en blanco, reflexiono acerca de lo que los demás esperan que haga, pero ¿qué quiero yo?
En principio busco crear un contexto de escritura, que encuentro en un cómodo sillón que hay en mi habitación y en las voces intercaladas de trovadores brasileños, que tranquilos evocan notas varias y crean sambas suaves, perfectas para relajar y atraer a mis propias musas, si las hay. Intentando no prestarle atención a nada más, excepto a aquellos que cantando alegran a mi espíritu, me dispongo a leer el territorio del Delta. Husmeo buscando un texto por el cual empezar, pero termino haciéndole caso al índice. “Claroscuros del Delta”, de Rodolfo Walsh, es el primer destino de este viaje imaginario que mi mente se dispone a hacer.
¿Por qué seleccioné este territorio? Simple, es conocido para una persona oriunda del norte del GBA, que ha escuchado innumerables comentarios del Tigre y su Delta, extendido hacia el Litoral. Además, cabe aclarar que hay un interés extra. La historia de la familia por parte de mi madre comienza en el Tigre. Mi bisabuelo, un español conocido en la zona como Don Manolo, emprendió su pequeño negocio, que constaba de alimentar a los portuarios del Tigre con su comida de dioses, elaborada en un pequeño puestito que hoy estaría ubicado en medio del paseo del Puerto de Frutos. Por aquellos años (principios del siglo pasado tal vez), muchos trabajadores del Delta se acercaban a este amable español que casi como en los almacenes anotaba los platos pedidos en las cuentas que los conocidos tenían con él, y que a fin de mes cobraba a veces en forma de dinero, otras en especias o elementos que necesitara y que sus clientes empobrecidos pudieran ofrecerle. Fiar era casi una rutina para él, con lo cual también eran rutinarios los números en rojo a fin de mes.
Ahora bien, mientras pienso cómo encarar mi historia, creo que un viaje al Tigre y a las inmediaciones del gigantesco Delta puede solucionar mi problema. Así que contactaré a mi tía abuela (nuera de Don Manolo). Ella es docente en una de las islas del Delta y vive desde siempre en Tigre, así que puede brindarme buena información para poder internarme en esos terrenos. Por supuesto con mucho placer le ofreceré acompañarme a disfrutar de este pequeño viaje, que se realizaría en una de las tantas lanchas colectivas que hay en el puerto.
Todo parece estar encaminado. Sólo falta viajar y conectar las piezas de mi rompecabezas.

Día dos

Hay algo que no me convence de este proyecto. No encuentro la forma de conectar mi experiencia de viaje y la historia familiar en lo que me gustaría que sea una crónica. A la vez quisiera abordar la historia del linaje familiar al estilo de Ulises de la Orden, pero no me siento satisfecha. Presiento que es un rompecabezas forzado, que no sirve. Sigo sin estar preparada para conectar las ideas que tengo y creo que nada bueno va a salir de esto. Volveré a empezar todo de cero. Lo que no sé, es si desarrollar esta idea o buscar algo nuevo. Por lo que parece, es mejor buscar un plan B.

Día tres

Han pasado dos semanas y no se me ocurre nada. Me desespera no tener ni una idea que me convenza. En una de las últimas clases de Taller se me había ocurrido narrar una crónica con un itinerario de viaje a lo largo de Martínez, lugar en el que disfruté gran parte de mi niñez. Pero esto tampoco me gusta, me siento estancada. Qué contar sobre ese lugar no sé. Creo que no quedaría bien contar cosas mías en una crónica, ¿o si? No, sería un invento malo como el anterior.

Día cuatro

Retomo las ideas que había empezado a desarrollar. Sigo sin convencerme de lo que estoy escribiendo. Se nota que no son ideas deseadas para una narración porque el contenido es vacuo, con poco sentido, es insulso.
Hay algo que se me ocurre, en medio de la oscuridad que tiene mi cabeza, que puede ser prometedor si lo aprovecho con inteligencia. Como el territorio del Delta no me gusta – de hecho encuentro a sus textos muy densos, a excepción del de Walsh – creo que sería buena idea leer el territorio de Misiones, y en última instancia el de la Guerra. Nunca pondría un dedo sobre el territorio del Mito, siempre me ofuscó leer mitología, ni me imagino lo que sería escribirla.
Mientras hojeo aquel territorio de tierra roja y selvas abundantes, se me ocurre algo que temo hacer… ficción. Siempre pensé que la ficción era muy interesante, y me imaginaba escribiendo novelas o historias de variedad genérica, pero la práctica me había demostrado que esa tarea es alto pretenciosa y que me faltaba mucho por aprender para tal emprendimiento. Solía pasar que se me agotaban las ideas y dejaba todo lo escrito en el olvido, tratando de nunca regresarlo a la memoria.
Sin embargo, esta vez creo que sería un interesante desafío producir una ficción sobre el territorio de Misiones. Bien, acepto el reto deseosa de ver el resultado.

domingo, 29 de junio de 2008

“Puna”

18 de mayo, 16 hs. Era temprano para la película. Pensé que iba a llegar más tarde porque el colectivo tardó en venir. Sin embargo aparecí allí antes de lo previsto, gracias a un 93 semi vacío que me dejó en Callao y Libertador. Caminé dos cuadras y me vi frente al Palaice de Glace. Mi objetivo allí era ver “Puna”, una película que resultó ser de escasos 44 minutos. Entré al edificio y, sorprendida por todo lo que se exhibía en los diferentes sectores del lugar, atravesé el salón principal y me dirigí a un pasillo que había en el fondo. Asomé la cabeza cuidadosamente para ver qué había allí, hasta que alguien me dijo: “Hola…”
Un hombre de unos 27 años me recibió amablemente y me hizo entrar a una pequeña sala casi vacía, en la que se daría la película. Me senté en el fondo, y me dediqué a observar superficialmente todo ese ambiente: encontré hermosas cortinas de gamuza negras, que colgaban de todas las paredes para darle oscuridad a la sala. Me di cuenta que en realidad, esa era una habitación plagada de ventanales antiguos y grandes, con lo cual las cortinas resultaban ser un buen recurso. Observé brevemente a quienes compartían el salón conmigo, y verifiqué la alta concurrencia de la gente mayor a este tipo de eventos. En seguida me pregunté “¿A esta gente le gustará en cine independiente? ¿Por qué no habría de ser así?”. Como sea, me preparé para algo que sinceramente no esperaba.
16:30 hs. Se apagaron las luces y comenzó la proyección. Sorprendida, me topé con una serie de imágenes transmitidas rápidamente, con sonidos extraños y sin una trama aparente. Un calidoscopio de la puna que mostraba en pantallazos un estilo de vida totalmente ajeno. La fiesta de la Virgen de Lourdes era el contexto en el cual se revelaban pautas culturales que caracterizaban tanto a la fiesta como al pueblo que la celebraba: bailes con extraños disfraces y un duelo entre un torero y un adversario que sale vencedor. Las imágenes de los ojos de la virgen superpuestos a paisajes de la puna creaban un ambiente extraño y lúgubre quizás, que dejó en mí una sensación de sorpresa al terminar la película.
Salí perpleja de aquella sala, me intrigaba imaginar qué habría pensado el creador de esta película mientras trabajaba en el rodaje de la misma. Así también reconocía la originalidad de la proyección, aunque no fuera de mi agrado. Por suerte, luego de este evento tan particular me esperaba otra actividad en la que tenía más fe.

Geertz: Notas

Geertz plantea la dificultad que hay en la objetividad de un estudio antropológico. Es complejo para el antropólogo como hombre “impregnarse” con elementos del objeto de estudio y, acto seguido, construir una descripción objetiva. Resulta contradictorio pensar que un escrito que vacila entre la objetividad y la subjetividad pueda ser leído como un texto científico, ya que tan sólo en el establecimiento de la firma del estudio etnográfico, se impone una impronta personal que choca con el fin de retratar una cultura tal cual es. Incluso la propia observación está condicionada: la posición del antropólogo frente a lo que ve, cómo lo ve, qué busca en la observación, cómo la describe y cómo la inscribe. Todo aquello, todas las preguntas, observaciones, contrastaciones y conclusiones corren el riesgo de develar la posición del antropólogo como hombre y no como estudioso.
Para hablar más claramente, la problemática que aquí se plantea el autor es que resulta práctica y simplemente imposible estudiar formas humanas sin ser humano, como también producir ciencia objetivamente y separándose de la propia subjetividad, aunque ¿debería ocurrir lo contrario, cuando de lo que aquí se trata es de producir un texto científico? ¿Cómo retratar una investigación -basada en el contacto humano- de manera fríamente científica? Dice Geertz: “La dificultad está en que la rareza que supone construir textos ostensiblemente científicos a partir de experiencias claramente biográficas, queda totalmente oscurecida (…). Encontrar a quien pueda construir un texto que se supone debe ser al mismo tiempo una visión íntima y una fría evaluación es un reto tan grande como adquirir la perspectiva adecuada y hacer la evaluación desde el primer momento”.
Entonces, ¿cómo juzgar a un etnógrafo?: ¿es un escritor?, ¿es su producción realmente objetiva, con un perfil científico? Dilema a mi entender irresoluble, se presenta ante mí como algo que me sobrepasa. ¿Cómo hacer una descripción objetiva sin ser quien uno es? Es imposible. Quizás una vía plausible para ello sea dejar que las ideas fluyan, olvidarme de la posición que tengo frente a lo que observo, y simplemente mirar, presentir, dejarme empapar por lo ajeno. Y escribir.

“Les amateurs”

Tras la frustrada experiencia con la proyección de “Puna”, salí del Palaice de Glace para dar una vuelta. Eran las 17 hs y tenía un rato libre, ya que a las 18 me esperaba un concierto de jazz de la banda “Les amateurs”. No quería perdérmelo por nada del mundo, siempre fui amante del género y ansiaba conocer grupos nuevos cómo éste. Después supe que sólo era nuevo para mí, porque es una banda que toca hace varios años.
En fin, me fui a una plaza que está en frente de aquel lugar porque había una enorme feria. Siempre me gustaron esos lugares, atraen a gente muy variada y me recuerdan a una época no tan lejana. Mientras me internaba en esos pasillos, evocaba recuerdos del comienzo de mi adolescencia, plagada de ropajes hindúes y de colores varios que hoy son sólo un recuerdo esbozado en una sonrisa cómplice, de quien disfrutó de incontables momentos. Mientras caminaba escuchaba lenguajes diversos que, flotando en el aire, conformaban una melodía totalmente exótica. Me dejaba llevar por ciertas frases en inglés, que continuamente traducía para mis adentros mientras seguía un rumbo indefinido por aquel lugar.
Ente los pasillos de aquella feria, observaba incansablemente a todos los artesanos, que exponían sus creaciones en medio de la vorágine de todos esos turistas y gentes varias que invadían cada lugar para comprar lo que fuera que se vendiera. Había de todo: desde sandalias, gorros y caricaturas hasta joyas de alpaca, plata, elementos trabajados con vidrio e instrumentos. Pude escuchar música que hace tiempo no recordaba, y sentir ese olorcito a garrapiñada tan particular… Me había insertado en un mundo aparte como una extraña que pronto se familiarizó con todo aquel ambiente, del que no quería escapar pero al que pronto volvería.
Tras un largo rato de caminata y de reencuentro con cosas perdidas, volví al Palaice de Glace. Me senté en el fondo de un ambiente preparado como auditorio y esperé. Había gente probando sonido, haciendo los últimos ajustes de aquel concierto que tanto esperaba ver. A las 18:10 hs, un grupo de gente (cinco personas si mal no recuerdo) subió al escenario y comenzó a tocar. Extrañas notas brotaban de los instrumentos que, en conjunto, producían melodías rarísimas, con un ritmo imposible de seguir. Lo inesperado caracterizaba a esta banda, ya que ni bien llegaba a acostumbrarme a un sonido o a un ritmo, aparecía otro nuevo. Me encantaba esa mezcla de lo diferente con lo improvisado, pero a la vez muy bien pensado, moderno, fusionado.
El concierto duró una hora, aunque me hubiera gustado que durara más. Al salir me pregunté qué hubiera pasado si al llegar al Palaice de Glace no me hubiera chocado con ese pequeño cartel que anunciaba a “Les amateurs”. Oírlos me había transformado, eran lo que estaba buscando y lo que yo misma soñaba hacer en algún momento lejano (o tal vez no). Intentando rememorar el momento me fui caminando por Callao hasta M. T de Alvear, donde pretendía tomarme el colectivo. Definitivamente disfruté mucho de aquel día, que fue distinto y me hizo sentir muy bien. Y respecto a esas melodías, con sus proliferantes notas… aún las busco en mi mente y, cuando logro recordar, me siento como transportada a aquel preciso instante y lugar.

“Los mares del sur”, de Cesare Pavese

En una notable descripción de hermosos paisajes, (“La cumbre está cercana, van aumentando en torno el susurro y el silbido del viento…”) un personaje relata el reencuentro con un familiar que vuelve de un viaje que dura muchos años, y a partir del cual otros familiares hasta lo dan por muerto. (“…mas todos coincidieron en que, si no había muerto, moriría”). Parece haber una cierta admiración, o desconcierto quizás, de parte del protagonista, que ve en su primo a alguien diferente, que regresa de un viaje que lo hace hombre: “Mi primo regresó cuando acabó la guerra, gigantesco, entre unos pocos”.
Ese primo, que parte años atrás en busca de nuevos caminos, se sabe distinto y, por consiguiente, choca con las ideas rasas de un pueblo del que se aleja, pero al que regresa porque es parte de él. “(…) Debí darme cuenta que aquí bueyes y gentes son una misma raza”. En su accionar indiferente frente a quienes lo juzgan por haberse ido y por el estilo de vida que lleva, busca ahora una vida estable, signo de maduración o de haber aprendido en su viaje. En una continua charla con el protagonista, el viajero busca transmitirle al relator las lecciones que rescata de su extensa ruta, por lugares que – gracias a los dones que poseen - le enseñan algo en particular. El protagonista puede ver que el crecimiento personal no necesariamente implica seguir las imposiciones de un pueblo, sino más bien significa superarse a uno mismo, atravesar desafíos cada vez más complejos y seguir íntegro. Se ve en el viajero un cambio, le presencia de ideas que no están en el pueblo, sino en el itinerario – improvisado o no – que sigue durante años y que finaliza en el entendimiento de quien es, o quiere ser. “(…) La vida hay que vivirla lejos del pueblo: se progresa y se goza, y luego, al regresar, se encuentra todo nuevo”.
Entre el relato de imágenes y experiencias, el personaje principal se ve frente a la noción del paso del tiempo y a la búsqueda de quien uno puede ser, frente a cualquier prejuicio, idea o identidad de un pueblo. Se busca ser uno sin importar lo demás, aunque la propia noción del progreso se oponga a otras.