miércoles, 28 de mayo de 2008

Retrato de un esquizofrénico

Estado

La gente me mira mal porque sabe que he perdido la cabeza. Años pasaron desde mi última charla coherente con otro. Ni siquiera el psiquiatra me habla ya, sólo me medica y el resto depende únicamente de mí. Mi mente y yo nos entendemos, como quiera que sea. Sólo me interesa estar bien en mi mundo, lo demás se va al caño.
Porque la gente no me entendió y nunca lo va a hacer. Cualquier cosa que haga genera rechazo. En mi familia produce llanto, sobre todo cuando hablo de María. Me quieren confundir, me quieren ver mal. Me dicen que yo la maté, que ella ya no está. ¡Pero si yo la veo! ¡La siento! Y la amo tanto. Está conmigo todo el tiempo, hablándome y tejiéndome una bufanda negra. Y yo la miro. La miro y le sigo la charla, y me río de lo que dice.
Por eso no entiendo por qué mi familia viene una vez al mes y se va horrorizada. Mi hermana llora y dice que nunca me voy a recuperar. ¡Pero si yo estoy bien! Lo que pasa es que me quieren confundir, me quieren ver mal. Igual a mí no me importa, me siento refugiado en mi mente, aunque sé que lo que yo veo o pienso no tiene nada que ver con lo demás. Pero es así, mi mente es mi mundo y nadie puede entrar en él, así que qué más da.
Intenté explicárselo al psiquiatra pero nada puede él hacer. Dice que creo mundos imaginarios, y no sé cuánta cosa más. No me importa, yo estoy bien así. Lo único que me asusta es que me quieran lavar el cerebro. Sé lo que planean, están todos confabulados. Ellos me quieren confundir, me quieren ver mal.
Sobre todo cuando hablo de María. La última vez que hablé de ella fue hace como un año. Un psicólogo me hizo una consulta. Yo estaba asustado, había tenido una pesadilla. Cuando conté de qué se trataba el sueño, el analista se quedó perplejo. Había soñado que mataba a María dándole incontables puñaladas. Me había quedado el recuerdo de su sangre espesa en mis manos y del cuchillo tirado sobre la alfombra.
Después de haber contado eso el psicólogo comenzó a escribir fervientemente, mientras yo lloraba desconsolado e intentaba limpiarme las manos, porque aún sentía la sangre en mí. De repente entré en pánico y un grupo de enfermeros entró en la habitación y me inyectó algo que me durmió rápidamente…
Desperté y estaba maniatado en un cuarto blanco. Me levanté y me asomé a la puerta. Había policías haciendo guardia. Alguien me tenía prisionero, ¡me iban a matar! Tenía que escapar como sea. Pero cada vez que lo intentaba alguien a quien nunca vislumbré me dopaba, y yo dormía.
Presiento que algo extraño pasa, pero por suerte María está conmigo. Sus palabras callan a mis lágrimas. Lo que no entiendo es por qué ella no está prisionera como yo. Va y vuelve, abre las puertas de la habitación, pero yo no consigo hacer lo mismo. Son esos médicos confabulados con mi familia, que me tratan mal y no sé por qué. Lo único que me consuela es no tener más sueños y por el contrario, tenerla a ella. Todos siguen diciendo que ella murió, que yo la maté, ¡pero nadie entiende que eso fue sólo un sueño! Le voy a suplicar a María que les explique, que se haga ver y les haga entender cómo son las cosas.
Mientras tanto, yo elijo aislarme, no quiero que nadie me toque. Todos me odian, me confunden porque me quieren ver mal. No podrán.

Brote

Me levanté horrorizado. Inesperadamente, tuve un sueño terrible. Mataba al psiquiatra a golpes. ¿Cómo puede alguien ser tan violento? Yo no podría, creo… No entiendo las preguntas que me hacen los médicos. ¿Les había contado sobre mi sueño ya? No entiendo nada, no sé si es de noche o de día, qué hora es, dónde estoy. Ah, el cuarto blanco. ¿Por qué soy prisionero? Me quieren confundir, me quieren ver mal y lo sé. Cómo escapar no tengo idea. Debería luchar pero los medicamentos que me inyectan me debilitan. Sigue habiendo policía afuera.
Pero por suerte sigue estando María. Ahora teje otra cosa, no sé que es. ¿Dónde habrá quedado aquella bufanda negra? No sé qué pasa que no me habla, algo no anda bien. Aparece y desaparece, se va sin decirme a dónde ni cuándo volverá. Quiero estar con ella y no puedo. Algo me dice que debería matarla. El analista escuchó ese pensamiento… Y dijo que sólo me falta matarla psíquicamente. No entendí eso. ¡Si sólo verla me hace amarla! Paparruchadas.
Siento pasos. Son dos médicos, por lo que percibo. ¡Quieren entrar! Algo me harán y no será nada bueno. Los veo venir hacia mí. Son dos médicos con mirada amenazadora dos enfermeros cómplices tres policías enormes mi familia atrás llorando. Me acorralan y me siento débil creo que me quieren llevar a otro lugar entro en pánico me desespera no poder contra ellos no quiero que me toquen me quieren confundir me quieren hacer mal me odian me reprimen pero yo estaba bien con mi mente dicen que maté a María y al doctor también yo lo soñé pero si es verdad que hago me van a matar me quieren confundir me quieren hacer mal me quieren confundir me quieren hacer mal me quieren confundir me quieren hacer mal… ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡NNNNNNNNNOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!!!!!!!!!

Perdición

Mmm… Estoy mareado… ¿Dónde estoy? Otro cuarto blanco, pero creo que más grande. ¿O será mi mente que desvaría? Tengo el cuerpo entumecido, la cabeza me da vueltas… Busco a alguien pero la habitación está vacía. No sé por qué siento murmullos si nadie me habla. No pero alguien está acá, estoy seguro. Busco, busco… nada. Intento relajarme, ¡ruidos de nuevo! ¡Ahhh! ¡Quién será! Pufff… Es María, como siempre. Pero alguien la acompaña… ¡El doctor! Bueno, al menos no estoy solo.

"Río arriba" (primer boceto)

“Río arriba”, película dirigida y actuada por Ulises de la Orden, muestra la superposición entre ciertas búsquedas y hallazgos.
Por un lado, se caracteriza por la búsqueda de una identidad, y esto se evidencia en el viaje que Ulises emprende hacia el norte del país buscando la historia de su familia, relacionada con la industria del azúcar y sus ingenios. A raíz de esto, el protagonista conoce familiares lejanos que le cuentan cómo su bisabuelo comienza el legado familiar fundando el ingenio “San Isidro”. El viajero conoce dicho lugar, hoy apropiado por una cooperativa que recuperó a la fábrica luego de la época menemista, y se encuentra con una grande industria, que alguna vez fue parte de su familia.
No obstante ello, a partir de este viaje al norte Ulises se ve frente a un hallazgo inesperado, que conforma la otra cara de la historia y que es el encuentro del pueblo coya y su cultura (o lo que queda de ella). El protagonista descubre a un pueblo sometido por empresarios azucareros como su bisabuelo, que se van a trabajar a los ingenios (la mayoría de las veces obligados) dejando atrás a su pueblo. Así, el protagonista se encuentra con una economía indígena desmantelada, ya que las terrazas de cultivo de los coyas se han ido deteriorando por la falta de mantenimiento de quienes se van a trabajar para los azucareros. Como consecuencia, los pocos pobladores que viven en pueblos como Iruya (y que son descendientes de quienes migraron hacia los ingenios), viven en una profunda pobreza, producto del decaimiento de una pequeña economía de la que siempre dependieron.
En un triste encuentro con un pueblo sometido, Ulises termina comprometiéndose con una historia ajena pero propia a la vez, ya que se refiere a compatriotas a los que familias como la suya explotaron durante años. Así pues, a lo largo de la película se ve la contracara de una misma historia, el choque entre la felicidad y el crecimiento de una familia y la pobreza y extinción de muchas otras familias, de un pueblo entero. Por último, esta película lleva a la reflexión o al debate sobre el crecimiento de unos pocos a costa de muchos otros, o sobre irrespeto al compatriota, al diferente, al que no tiene la misma clase de vida, a quien comparte un país.

El dilema de Geertz

Geertz plantea la dificultad que hay en la veracidad de un estudio antropológico. Es complejo, para el antropólogo como hombre, “impregnarse” con elementos de objeto de estudio y, acto seguido, construir una descripción objetiva. Es práctica y simplemente imposible estudiar formas humanas sin ser humano, como también producir ciencia objetivamente, separándose de la propia subjetividad.
Tan sólo en el establecimiento de la firma del estudio etnográfico se impone una impronta subjetiva, individual, que choca con el objetivo de retratar una cultura tal cual es. Incluso la propia observación está condicionada: la posición del antropólogo frente a lo que ve, cómo lo ve, qué busca en la observación, cómo la describe y cómo la inscribe.
Dilema a mi entender irresoluble, se presenta ante mí como algo que me sobrepasa. ¿Cómo hacer una descripción objetiva sin ser quien uno es? Es imposible. Quizás, una vía plausible para ello, sea dejar que las ideas fluyan, olvidarme de la posición que tengo frente a lo que observo, y simplemente mirar, presentir, dejarme empapar por lo ajeno. Y escribir.

Les amateurs

Tras la frustrada experiencia con la proyección de “Puna”, salí del Palaice de Glace para dar una vuelta. Eran las 17 hs y tenía una hora libre, ya que a las 18 hs iría a ver un concierto de jazz de la banda “Les amateurs”. No quería perdérmelo por nada del mundo, ya que siempre fui amante del género.
Me fui a una plaza que está en frente de aquel lugar porque había una enorme feria. Siempre me gustaron esos lugares, atraen a gente muy variada y me recuerdan a una época no tan lejana. Mientras me internaba en esos pasillos, evocaba recuerdos del comienzo de mi adolescencia, plagada de ropajes hindúes y de colores varios que hoy son sólo un recuerdo. Mientras caminaba escuchaba lenguajes diversos que, flotando en el aire, conformaban una melodía agradable. Me dejaba llevar por ciertas frases en inglés, que continuamente traducía para mis adentros mientras seguía un rumbo indefinido por aquel lugar.
Tras un largo rato de caminata volví al Palaice de Glace. Me senté en el fondo de un ambiente preparado como auditorio y esperé. A las 18:10 hs, un grupo de gente subió al escenario y comenzó a tocar. Extrañas notas brotaban de los instrumentos que, en conjunto, producían melodías rarísimas, con un ritmo imposible de seguir. Lo inesperado caracterizaba a esta banda, ya que ni bien llegaba a acostumbrarme a un sonido o a un ritmo, aparecía otro nuevo.
El concierto duró una hora, aunque me hubiera gustado que dure más. Al salir me pregunté que hubiera pasado si al llegar al Palaice de Glace no me hubiera chocado con ese pequeño cartel que anunciaba a “Les amateurs”. Oírlos me había transformado, eran lo que estaba buscando y lo que yo misma soñaba hacer.
Intentando rememorar el momento me fui caminando por Callao hasta M. T de Alvear, donde pretendía tomarme el colectivo. Definitivamente disfruté mucho de aquel día, que fue distinto y me hizo sentir muy bien. Y respecto a esas melodías, con sus proliferantes notas… aún las busco en mi mente y, cuando logro recordar, me siento tan relajada y feliz como en aquel preciso instante.

"Puna"

18 de mayo, 16 hs. Era temprano para la película. Pensé que iba a llegar más tarde porque el colectivo tardó en venir. Sin embargo llegué antes de lo previsto, en un 93 semi vacío que me dejó en Callao y Libertador. Caminé dos cuadras y me vi frente al Palaice de Glace. Mi objetivo allí era ver “Puna”, una película de escasos 44 minutos. Entré al edificio y sorprendida por la cantidad de cosas allí, atravesé en salón principal y me dirigí a un pasillo que había en el fondo. Asomé la cabeza cuidadosamente para ver qué había allí, hasta que alguien me dijo: “Hola…”
Un hombre de unos 27 años me recibió amablemente y me hizo entrar a una pequeña sala casi vacía, en la que se daría la película. Me senté en el fondo y me preparé para algo que no esperaba. 16:30 hs. Se apagaron las luces y comenzó la proyección. Sorprendida, me topé con una serie de imágenes transmitidas rápidamente, con sonidos extraños y sin una trama aparente. Era como ver un caleidoscopio la puna que mostraba en pantallazos un estilo de vida totalmente ajeno. La fiesta de la Virgen de Lourdes era el contexto en el cual se revelaban pautas culturales que caracterizaban tanto a la fiesta como al pueblo que la celebraba: bailes con extraños disfraces y un duelo entre un torero y un adversario que sale vencedor. Las imágenes de los ojos de la virgen superpuestos a paisajes de la puna creaban un ambiente aterrador, lúgubre, que dejó en mí una extraña sensación al terminar la película.
Salí de aquella sala perpleja, me intrigaba imaginar qué pensaba el creador de esta película mientras trabajaba en el rodaje de la misma. Así también reconocía la originalidad de la proyección, aunque no fuera de mi agrado. Por suerte, luego de este evento tan particular me esperaba otra actividad en la que tenía más fe.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Al revés como los chinos

Bueno, esto es un tremendo descuelgue. Pero me gustó la idea de jugar con la estructura de un texto, y de saber que puedo hacer lo que quiera con mis palabras...Parece un poco desprolijo, porque no se ve cuándo hay puntos aparte, por consiguiente, es muy difícil seguir un hilo, o decir que posee cierta cohesión. Pero en fin, helo aquí.
Aclaración: Es indispensable leerlo de izquierda a derecha, de abajo para arriba.

A todo esto… ¿Cómo harán los chinos?
a ciertas pautas culturales…
¿superdotada? De repente me sentí tan aferrada
líneas, como si fuera china, japonesa, o…
cuando empecé a leer esas
Así que ya sabrán lo que sentí,
¡Y escribirlo ni les cuento!
es bastante complicado leer todo al revés…
historia para probar que, si bien lo intenté,
y decidí escribir mi
me acordé de la escena con algo de gracia,
condenado apunte,
y de haber ido a cambiar el
Después de haber sufrido un ataque de bronca,
¡Con lo que necesitaba leer eso!
Pero era así nomás… Me quería morir…
revés. Me dije “¡esto no puede estar pasando!”
de la mitad del mismo las hojas estaban al
primer texto, descubrí con asombro que a partir
y tras haber leído varias hojas del
Al abrir el apunte,
encontré con algo que no imaginaba.
me dispuse a leer en la cama, pero me
Después de bañarme, y con la panza llena,
que había comprado.
una rica cena, y la posterior lectura del apunte
sobre el colchón, programé una ducha,
sintiendo como cada parte de mí se relajaba
Mientras respiraba profundamente,
y tiré mi bolso al piso.
arrastrando los pies hasta la cama,
aunque de manera estresante. Llegué a casa,
Todo el día transcurrió con normalidad,
del café que pronto estaría tomando.
imaginándome el gustito
con mi apunte entre manos,
Me retiré tranquila del lugar,
un café más tarde, hacía frío ese día.
ya pensando en comprarme
- Servite - Le entregué el dinero,
- Sí obvio, serían $7, 80.
rogando para mis adentros que lo tuvieran.
- ¿Tenés el módulo I de Semiótica? - Pregunté,
aminoraban la carga, creo.
Los mates, las facturas y la radio prendida
al tener que atender a tanta gente.
me los imaginaba más estresados
había llamado mi atención,
La simpatía de quienes atendían
proliferaban por todos lados.
hojas y apuntes apilados por doquier, que
Me encontré con una habitación con olor a tinta,
apuntes, así que me dirigí al centro de estudiantes.
Recordé que necesitaba comprarme algunos
Pero era mi facultad, por supuesto.
de pasillos y aulas de diferentes tamaños.
ahora un edificio oscuro y lleno
antes fue una fábrica,
Penetré en terreno de lo que
en una escena típica de mi rutina diaria.
Parque Centenario ya se había transformado
cuando desde Palermo me fui a la facultad.
Eran creo las 6 y media de la tarde,
feliz de recorrerlo como siempre.
Venía de una larga travesía por el centro porteño,
Era un día como cualquiera.

Entre sueños y un café

El frío congelaba mis huesos. Estaba en la parada de colectivo, rogando no llegar tarde. Me hubiera encantado viajar en auto pero mis padres iban para otro lado. Lo que me consolaba, no obstante, era saber que el viaje en ese colectivo era dentro de todo placentero: la calefacción y la esperanza de viajar sentada me cambiaban el panorama.
Gracias a mis huesos, llegó el bendito colectivo. Me senté en el fondo de todo, junto a un sujeto bastante curioso que, en continuos y claros gestos de mala educación, se la pasaba mirando lo que escribo. Con mucha rabia, le dirigí unas cuantas miradas amenazadoras. Al poco tiempo bajó, dejándome pensar tranquilamente.
Me adueñé del fondo del colectivo mientras miraba, medio dormida, a toda la gente de afuera yendo al mismo lugar. Todos en sus autos, colectivos, motos, en un monótono y congestionado tránsito. De golpe, en medio del color oscuro que predominaba en la escena, luces naranjas y titilantes comenzaron a llamar mi atención. Había un accidente. Me desesperaba ver a todos los curiosos, que al frenar para ver el choque, entorpecían aún más el tránsito.
Mientras observaba el escenario, la imagen de mis padres se me vino a la mente. Pensé “¿Habrán pasado el choque ya? Los llamo”. Así fue como marqué el número de mi padre, en medio de una inexplicable preocupación. Esperé. No atendía. Tratando de no ponerme nerviosa, llamé a mi madre. Nada. ¿Y si no habían pasado el choque?
En un estado de confusión total me pegué a los vidrios del colectivo. Era una más entre tantos curiosos, a los que había observado con mirada crítica minutos atrás. No podía ver nada, había mucho lío de smoke y autos y, por lo visto, el choque había ocurrido kilómetros más adelante. Mientras buscaba con la mirada, como creyendo que mis padres podrían estar ahí, llamaba por teléfono una y otra vez, sin poder dar con ellos.
Trataba de auto convencerme. “Seguro estoy imaginando cualquiera”, pensaba. Hasta que por fin llegué a ver el choque. Eran tres autos, dos de los cuales estaban completamente arruinados. El tercer auto sólo tenía abolladuras y los vidrios rotos. Para mi sorpresa, era del mismo color y modelo que el de mis padres. “¡¿La patente?!” No estaba.
Más pensaba y más me desesperaba, mientras sentía mis dedos cansados de tanto marcar números. Alucinaba sobre lo que les habría pasado, estaba ida. Era capaz de parar el colectivo en el medio de la ruta para ir a buscarlos. De repente, irrumpe una voz con mucha insistencia.
- Nena. ¡Nena! -
- ¿Mamá? ¡Mamá! ¡¿Por qué no me atendieron?! ¡¿Qué pasó?! ¡¿Chocaron?! ¿Qué…?
- Nena ¿en qué estás pensando? Son las siete menos cinco, se te hizo re tarde… Y tu despertador no deja de sonar… ¡Despabilate!
- ¿¿Qué?? -, grité mientras me daba cuenta de todo lo que estaba pasando.
- Como que… Que te quedaste dormida sonsa. Dale, arriba. Cambiate que te hago un café.
Me incorporé y me encontré en la cama, perpleja. Me vestí y salí al encuentro de mi madre, que me estaba sirviendo un café en la cocina. Me miró como quien mira a un loco y no entiende, y sorprendida - e incluso ahogada - recibió un abrazo mío, como si nunca la abrazara.
Me miró nuevamente y nos largamos a reír.

lunes, 12 de mayo de 2008

Argumento (Parte III)

Querida Helena,
Si estás leyendo esta carta, debe ser porque tu asombro te sobrepasa y lo entiendo. También comprendo tu resentimiento si lo hay. Para todo tengo una explicación posible, que quizás no te satisfaga pero es sincera.
¿Recordás la última pelea que tuvimos, antes de mi partida? Tenías razón cuando dijiste que algo debía cambiar, y por ese motivo me fui. Me sentía insatisfecho sin saber por qué, y eso me sumió en una tristeza enorme. Peor estaba cuando te sentía cerca, porque siempre imprimías en el ambiente una extraña sensación de sosiego, que se expresaba en tus ojos y en toda tu forma. Era algo que sólo vos hacías, dotabas cada espacio con cosas tuyas, cosas que amabas darme. Y yo sólo te opacaba, con mis inconstancias y mi monotonía. Me volví alguien que no quería ser, que vos no merecías que fuera. Siento enormemente esto, porque sé que te lastima tanto como a mí. Me diste todo lo que estuvo a tu alcance, pero yo no podía hacer lo mismo.
Estar en Buenos Aires separado de vos me fue imposible de tolerar, ya que cada rincón de la ciudad guardaba una historia nuestra, un recuerdo, una canción, un olor, algo que te hacía resaltar entre mis pensamientos constantemente. Así que me vine a España, a lo de mi primo Marcos, ¿te acordás? Me recibió con los brazos abiertos como siempre, y aunque también lamenta lo sucedido, se ofreció a hospedarme el tiempo que fura necesario. Me puse a trabajar en su restaurante y acá continúo.
No sé aún cuando volveré, simplemente quería transmitirte las razones de mis actos. De algo estoy seguro, y es que no quiero que se borren tus rastros de mi. Entenderé tu silencio si no hallo una respuesta a mi carta, pero me gustaría saber si estás bien, me aterra enfrentarme a la incertidumbre de no sentirte más. Sin más para decir por ahora, lo que siento ya lo sabés.
Martín.

Tiempo (Parte II)

Estoy en una cornisa, amenazado por los hechos. Helena se fue. Volví a Buenos Aires a buscarla y sólo encontré armarios y cajones vacíos, en lo que fue nuestro rincón del mundo. Recurrí a su mejor amiga Lía, quien me dijo que renunció a su trabajo hace un mes y se fue a vivir a San Miguel del Monte. No recuerdo dónde queda ese lugar, pero siempre supe que a ella le intrigaba ir.
Ahora lamento aún más haberla dejado, pero entiendo su accionar. Estuvimos algo más de dos años juntos, su vida era la mía, yo compartía todo con ella, y eso estaba bien para ambos. Sin embargo, hace tres meses me fui. Un día, sin motivos que pudiera explicar, tomé apresuradamente mis cosas y partí, sin dejar más rastros que el desorden hecho y un departamento medio vacío. No quería enfrentar a Helena ni dar ninguna explicación cuando no la tenía, sólo quería irme y que no me pregunte nada. Era costumbre de ella querer saber todo. Siempre tan curiosa, de todo preguntaba. Pero no era el momento de explicar. Ahora lo es. Me desespera querer verla, contarle, pedirle que esté conmigo y no encontrarla. Nunca pensé que iba a pagar tan caro mis arrebatos y errores. Pero sé también que esto debe ser mucho para ella, como lo es para mí. Soy conciente de mi egoísmo al actuar, pero también creo que en algún punto fue lo mejor que pude hacer.
Estuve algún tiempo en España, sintiendo que en algún momento iba a tener que explicar las razones de abrupta huida. Le escribí una carta a Helena con ese objetivo, pero por miedo nunca se la envié. Así que, luego de pensar un tiempo, decidí volver. Estaba mucho mejor, me hacía mucha falta estar con ella y quería que lo supiera. Pero no haberla encontrado me sumió en un profundo desconcierto.
La única solución que encuentro posible, es ir a San Miguel del Monte a buscarla, a entregarle la carta, a hablarle y escucharla. Ya no hay miedo, sino más bien una profunda necesidad de adueñarme del tiempo para volver atrás.
Llegué rápido a la estación de tren, dejando atrás aquel departamento, claro rastro de antiguos dolores que sólo persisten si no hay diálogo. Es un viaje largo el que me espera hasta San Miguel, pero por suerte llevo la guitarra, mi cuaderno y un lápiz. Sé que todo se va a solucionar, la tranquilidad de haber luchado contra mis propias falencias y de haber aprendido de mis errores me consuela frente a lo sucedido.
Sentado en el último asiento del vagón, tiemblo con el movimiento del tren, que poco a poco aumenta la velocidad y sale de la estación. Observo a la gente que me acompaña en este viaje: fauna joven con apariencia bohemia, de quien sale a explorar otros mundos, como estoy por hacerlo yo. El día está terminando, cae el sol detrás de la estación. Será que con el día finaliza también un periplo de tristezas, que sólo recordaré con una extraña nostalgia en algún día lluvioso. Comienza mi viaje.

Hallazgo (parte I)

3 de septiembre de 1973:

Llego a un lugar que no conocía, pero del que me habían hablado. A medida que voy entrando a San Miguel del Monte descubro con asombro los valles encerrados entre las montañas nevadas, y me imagino explorando esos lugares. Alejarme de la ciudad y acercarme a este refugio parece ser lo que me ayudará a reencontrarme con quien fui alguna vez.
No tengo donde alojarme, no quise programar nada, así que recurro a la gente del lugar en busca de algún sitio donde dormir. El almacenero del pueblo, José, me recomienda una cabaña que hay al pie de la montaña, y amablemente se ofrece a acompañarme hacia el lugar. Mientras me lleva en su vieja camioneta me cuenta sobre lo tranquilo que es vivir en San Miguel, y me garantiza una estadía placentera. Confirmo sus dichos tan sólo con mirar a mi alrededor: calles de tierra abundan y no hay veredas de cemento, sino más bien de pasto. Floridos canteros adornan las esquinas, y las casas son completamente de madera. La calle principal termina al chocar con un sendero, cuidadosamente adornado con plantas y flores, que bordea el río. Hay un puente de madera perfectamente conservado que, atravesando el cordón de agua, conduce a un empinado y verde sendero. Escalar ese gigante de rocas, tierra y pinos debe ser una experiencia maravillosa, y mucho más si al llegar a la cima el paisaje se torna blanco y nevado.
Al llegar a destino José me presenta a Carlos, el dueño de la cabaña, y luego se retira tras invitarme a recoger algunos víveres por su almacén. Carlos me ofrece su cabaña a cambio de trabajar medio turno como mesera en una pequeña confitería que posee sobre la avenida principal. Como no tengo planes de regresar a Buenos Aires tan pronto, acepto su propuesta. Además de tener donde dormir y donde trabajar, voy a tener tiempo para recorrer este maravilloso lugar y cambiar un poco el ritmo de vida.
Me dedico a instalarme mientras pienso ¿por qué tardé tanto en venir hasta acá? Presiento que tomé la decisión correcta, tenía que aislarme por un tiempo. Las encrucijadas no son mis aliadas y mi peor enemiga es la indecisión, pero ya no había lugar a dudas. La vida mustia de la ciudad con sus matices de gris ya no era una opción. Nunca fue un deseo y no quiero siga siendo una realidad.
Hace tiempo que siento que un cambio es necesario, y la partida de Martín funcionó como un detonador. Estar sin él me aterraba los primeros días, sobre todo porque no encuentro motivos en su accionar, pero poco a poco me fui convenciendo de que ya era hora de continuar, y un viaje me pareció la mejor forma de eliminar vestigios de miles de recuerdos que me acechaban. Necesitaba soledad.

4 de septiembre de 1973:

Tras haberme instalado el día de ayer, descansé para recuperarme del largo viaje que tuve. Me levanté temprano y ahora estoy en el río disfrutando del sol de la mañana. Mis pensamientos son mi única compañía durante estas horas, se me vienen recuerdos a la cabeza sobre todo lo que me ha pasado últimamente. Pienso mucho en Martín, y en como se fue sin decirme a dónde ni cuándo volvería. Insisto en que empezar de nuevo es lo mejor que puedo hacer, y la calma de este lugar me ayuda a comenzar de la mejor manera. Reflexionar me hizo perder la noción del tiempo: debo empezar a trabajar en dos horas, así que antes de comenzar decido salir a recorrer un poco el pueblo.
Me sorprende ver lo pequeño que es este lugar. No hay cine, sólo un pequeño teatro abandonado. La confitería parece ser el único punto de encuentro para la poca juventud que habita en este lugar, y la iglesia se adueña de la vida de San Miguel del Monte. Mientras camino la gente me saluda como si me conociera de toda la vida: la calidez de mis vecinos y el aire mezclado con el olor a tilo de los árboles que hay en las calles, me hacen sentir como en casa. De pronto siento una profunda paz, prueba de que mi retiro era necesario, y por otro lado tengo curiosidad por conocer mi nuevo trabajo.
Nunca había trabajado como mesera, en Buenos Aires era secretaria en una importante empresa transnacional. Siempre estaba rodeada de papeles, y mi oficina, aunque lujosa, era muy pequeña. Aquí, en cambio, todo parece ser hermoso, tranquilo y libre. Mi caminata queda interrumpida cuando encuentro a Carlos en la puerta de una antigua casona con un letrero que dice “Confitería Los ángeles”, así que me acerco a saludarlo. Aunque llego temprano, Carlos me lleva a conocer las instalaciones y me explica en qué se basará mi tarea, luego me da una bandeja, un guardapolvos viejo y me envía a atender a los primeros clientes que llegan. Como era de esperarse en un pueblo chico, los clientes ya sabían que me hospedaba en la cabaña de Carlos, que venía de Buenos Aires y que me iba a quedar allí por un tiempo.
- ¿Y en qué parte de Buenos Aires vivías? -, me pregunta una mujer mientras ayuda a su hijo a preparar el submarino que le serví.
- Viví mucho tiempo cerca del congreso -, contesté con vergüenza.
- ¿Y te gustaba?
- Sí, claro, pero siempre tuve la idea de cambiar de lugar.
- Ahhhh… Bueno, llegaste al lugar indicado. Y podes contar con nosotros cuando quieras, ¿sí? Digo, si necesitas alguna cosa…
- No me cabe la menor duda, fui muy bien recibida. ¡Gracias!
- Cualquier cosa yo atiendo en la mercería, soy Silvia.
- En un gusto conocerte, yo soy Helena, y muchísimas gracias por ofrecerte Silvia, en serio. Pero, ¿dónde queda la mercería?
- Ja ja ja, te vas a dar cuenta, porque es la única que hay.
- Listo, ¡mil gracias!
Así, me retiro de esa mesa, feliz. Me siento cómoda, como si ya formara parte de este lugar.

5 de noviembre de 1973:
El trabajo se desarrolla con tranquilidad, la confitería es hermosa y la gente muy amable. Durante estos meses hice algunas tareas de mantenimiento y decoración para que el lugar se viera mejor. Con Carlos nos llevamos bien, es un hombre muy sabio. Solemos perdernos en largas charlas sobre música y libros, pero de lo que más me gusta hablar con él es de este increíble lugar. Me parece tan misterioso pero tan familiar a la vez, que he decidido no irme de aquí. Aprendí mucho sobre la historia y los vecinos de San Martín. De hecho, cambié el turno del trabajo, así que ahora atiendo durante las mañanas y por las tardes me dedico a escribir, a caminar, a sentarme en la margen del río y tomar un poco de sol.
Al caer el sol, a eso de las siete, me voy a la plaza y les preparo unos mates a los artesanos, que con hermosos objetos adornan sus stands. La verdad es que disfruto mucho de su compañía: siempre tienen una anécdota para contar y muchas veces nos quedamos conversando hasta la madrugada, entre tortas fritas, mates y guitarras. He dejado de sentirme tan vacía, estoy feliz y muy relajada.
Martín me localizó por medio de mi mejor amiga Lía, que sabía que yo estaba en San Miguel. Me quedé atónita cuando, esta tarde, lo vi venir caminando por la calle principal, angustiado, pero feliz al verme caminar hacia él. No me opuse a verlo porque quiero oírlo, quiero saber. Me confesó que irse le hizo tan bien como a mí, y que incluso me escribió una carta que nunca me envió, pero que lo ayudó a decidirse y venir a buscarme. Hablamos y la tormenta pasó. Ahora está a mi lado mientras escribo. Hemos vuelto a vernos y lo demás… se verá con el tiempo. Mejor es no precipitarse.
Ambos nos hemos enamorado de este lugar, tiene un aura especial, como si el tiempo se detuviera. Los colores de la naturaleza nos invaden en un arco iris casi insondable, siempre hay algo nuevo, o algo que se redescubre. El día a día es hermoso, con música, charlas y muchísima tranquilidad; y la siesta, gran protagonista de las tardes, es una costumbre nueva, y creo, irremplazable. Con Martín estamos constantemente capturando cada situación, cada imagen, cada instante. Disfrutamos mucho de San Miguel del Monte. Acá somos nosotros mismos de nuevo, un nosotros nuevo.

sábado, 10 de mayo de 2008

Pasó a través de la noche, de Juan L. Ortiz

Pasó a través de la noche...
Qué mujer o niña
pasó...?
Pasó con unos ojos de algas que querían
desprenderse de la profundidad
para flotar sobre la noche, sobre las vías de la noche?

Y de dónde esos ojos?
Venían, ciertamente, de las “veigas” que los vieron
mojar sombras de “paxariños”,
allá
y abrirles otras “follas” al rocío,
allá,
entre pestañas de “herbiñas”?

Pasó a través de la noche y bajó, ay, de la noche...
Sobre las vías del sueño,
unas algas...

Dejó, pues, ella, los ojos, sobre las vías del sueño?
Y qué hará, ella, por ahí,
qué hará,
sin esas niñas, propiamente, de verdín, que le daban el agua,
y daban agua?

O vendrá al sueño, vendrá, antes de que se sequen, ellas,
sin el agua, ahora, de ella?

Niña o mujer...
niña
que atravesó la noche y le abandonó para su viático
unas algas de sueño
por las que teme, ya, el sueño...


Vendrá, ella, vendrá, antes de que las queme
el mismo sueño?

Vendrá?


(de La orilla que se abisma, 1970)

jueves, 8 de mayo de 2008

Harlem´s Nocturne

Escucho una canción. El piano irrumpe con melodías de otro mundo. La voz, de una mujer que parece lúgubre, casi mustia, revela un brillo pocas veces oído. El ritmo que llega a mis oídos es tan penetrante, que casi puedo sentir la evocación de esas notas, como nacen, como se reproducen.
La cantante parece contar algo sobre sus raíces... Esa voz profunda, negra, tan del black spiritual, develando pistas, mostrando nostalgias por lo que fue, pero con una esperanza encubierta que se eleva en algunas notas agudas. Melodía que mezcla lo clásico con lo negro, en un pop que sorprende por su autenticidad.
Y frente a eso estoy yo, sorprendida, decocificando esas notas, esas sensasiones, todo esto me sobrepasa. Pienso que increíble es lo que puede generar una melodía. Recuerdo cosas, historias, cómo empecé a escuchar esto, y me sorprendo por cómo pasa el tiempo, y cómo sigo acá.
Y al escuchar todo esto, pienso en mis raíces... Mis raíces... Todas ellas tienen melodías.