miércoles, 23 de abril de 2008

BAFICI 2008: La orilla que se abisma

Incontables son las veces que leí el programa que me dieron en el cine “Atlas”, en busca de una buena película para ver. Hubo un intento, frustrado por cierto, de ver una de las proyecciones programadas: lamentablemente los horarios de la facultad y yo no tenemos una buena relación. Así que, el viernes 18 de abril me decidí a ir y ver lo que fuera que dieran en esas salas. Tenía curiosidad por ver un cine diferente, algo original.
Llegué con tiempo de sobra, así que me senté en un café ubicado en Uriburu y Sta. Fé. Tan sólo dos cuadras me separaban de la misteriosa proyección de las 19hs. Por supuesto, volví a hojear el programa: lo que iba a ver era “La orilla que se abisma”, de Fontán. Mientras imaginaba de qué trataría, miraba con asombro la rapidez con la que se movía la ciudad, como si el tiempo apresurara a la gente, que parecía no llegar a ningún lado y a todos a la vez. Yo era como un sapo de otro pozo, sentada en la vereda con el sabor del café en mis labios, y sintiendo cómo para mí el tiempo no era algo importante. No tenía otra cosa que hacer que ir a ver la película, y estaba dispuesta a disfrutar de aquel anochecer que parecía haber sido creado sólo para mí.
“18.30”, me dije a mí misma, “es hora de acercarme y ver qué pasa”. Pagué el café que con tanto placer había saboreado, y me dirigí hacia el cine. Mientras caminaba esas dos cuadras observaba la extraña fauna que me rodeaba: extranjeros había por doquier, incluso tuve un gracioso encuentro con una pareja de ingleses que se alegró de saber que yo hablaba su idioma. “¡Es que tuvimos la suerte de no encontrar a nadie que hable inglés!”, me decía el hombre. Me reí para mis adentros porque de miles personas que hablan inglés, justo se encontraron conmigo –una apasionada por el idioma-, y a la vez imaginé que me gustaría mucho retomar las clases que abandoné a principios de este año, de nuevo por horarios de la facultad. Le comenté a la pareja del Festival de Cine, al que de hecho ya habían concurrido, y luego les indiqué cómo llegar a Plaza de Mayo.
Seguí caminando y ahí lo vi: el cine, atestado de gente, tenía varios carteles promocionando el festival, como así también una larga cola para entrar a las salas. Por supuesto la fila no me asustó, así que saqué la entrada y me preparé para una espera paciente, pero corta por suerte. Con sorpresa descubrí que, a pesar de la cantidad de gente que había afuera, la sala sólo estaba llena por la mitad, así que elegí un buen lugar y me dispuse a relajarme.
Nunca había ido sola al cine, siempre una amiga o un novio me acompañaban, pero esta vez, y si bien había pensado en ir con algún acompañante, pensé que era interesante para disfrutarlo sola. Así que ahí estaba, aún con la sensación de tener el café en mi boca, jugando con mis labios, como tratando de atrapar un sorbo más de aquella taza, y esperando a que la película empezara. De repente, un hombre de unos 50 años y vestido con un traje marrón se ubica en frente de la pantalla y agarra un micrófono. Era Fontán, guionista y productor de “La orilla que se abisma”, quien anticipando la trama del filme, explicaría en qué se basaba el mismo. Tenía una voz penetrante, grave, y hablaba lentamente acerca de su última producción.
“La orilla que se abisma”, se basa en la vida de Juan L. Ortiz y en los poemas que escribió. Como explicó Fontán, el poeta trabaja constantemente sobre lo cotidiano, y de hecho sus producciones son prueba fehaciente de dicho objetivo. Con lo cual, la película que en segundos estaría viendo, intentaba reproducir dicho trabajo, mediante la transmisión de imágenes de la naturaleza de Entre Ríos, hogar natal de Ortiz.
La película, que no era un documental pero tampoco una película en su sentido más estricto y clásico, duraba una hora y algunos minutos más. No tenía personajes estrella ni mucho menos, era simplemente una sucesión de imágenes de la naturaleza que, en un intento de mostrar los lugares que rodearon e influyeron en las producciones de Juan L, terminaron por maravillarme. En seguida me sentí como se hubiera sentido Ortiz viendo todo aquel -y casi inverosímil- paisaje: el río, los árboles frondosos, los animales, todo en su estado natural, libre. Me sentí ínfima frente a toda esa perfección, y me fascinó observar bien de cerca cómo las plantas renovaban su color en medio de una tormenta, y cómo las gotas de agua producían insólitas melodías mientras golpeaban a las hojas. El trabajo de edición que tuvo esa película me pareció excelente, original, ya que le daba identidad al rodaje. La película toda era como mis propios ojos observando el mundo en su máxima expresión. Éramos la naturaleza y yo.
Una vez finalizada la película, me quedé a escuchar un breve debate entre Fontán y el público, que curioso le hacía preguntas varias. Recuerdo un alemán que le preguntó si era posible crear la misma película en la ciudad, a lo cual Fontán respondió: “Posible es crear algo similar en la ciudad, sería lindo, pero no sería la misma película, sería algo con otra identidad”. Me quedé con ese diálogo en la mente, ya que el resto fueron elogios variados y preguntas técnicas sobre el montaje y la edición. Al salir de la sala, me topé con aquel hombre, que con tanta simpleza había creado una película tan bonita, tan única. Pude hacerle algunas preguntas que por vergüenza no le hice en el debate, y que por cierto él respondió muy amablemente. Conversamos brevemente sobre varias cosas, me preguntó que estudiaba y se alegró mucho cuando le conté sobre la carrera. Tras finalizar la charla, lo felicité por su trabajo y me dirigí a la salida del cine.
Mientras observaba a nuevos espectadores acercarse para ver una nueva película (era el último rodaje de “La orilla que se abisma”), me fui alejando a aquel edificio. Crucé la avenida en medio de la noche iluminada, con la mirada en esos rostros ansiosos de entrar a las salas del cine “Atlas”, y con la satisfacción de quien vuelve de un hermoso y tranquilo paseo por los terrenos entrerrianos.

Mi perfil como escritora

Siempre me gustó escribir. De chica soñaba con crear hermosos relatos de muchas cosas distintas, pero creo que plasmar ideas en un papel fue algo que comencé a hacer en la adolescencia.
Cuando llegué a 8º año, cambié de docente de Lengua y Literatura, y con mucho miedo tuve que afrontar una nueva etapa. Digo con mucho miedo, porque la docente a cargo era conocida en la escuela por lo exigente: no solía aprobar a mucha gente, era muy estricta con la lectura, la ortografía, la escritura... Eso generó terror en mí, ya que de antemano me imaginaba preparando la materia para las eternas y veraniegas mesas de examen, de las cuales hasta el momento había tenido la suerte de nunca participar. No obstante mi paranoia, decidí aceptar el desafío y no tomar por perdido a algo por lo que aún no había peleado.
Poco a poco lo que se decía sobre la profesora Elina comenzó a presentarse ante mí como un rumor, ya que pronto comencé a disfrutar de sus clases como nunca antes lo había hecho con otra docente. Los libros que nos hacía leer me encantaban y siempre quedaba sorprendida por su sabiduría y su dulzura. Creo que ella se había encariñado con nuestro curso: éramos el último curso sólo de mujeres en todo el colegio, y encima de mujeres apasionadas por la lectura y la escritura, en muchos casos. Eso la incentivaba a darnos opciones sobre qué leer y qué escribir, y así se generaban charlas y debates sobre mil ideas que brotaban y que, luego de condimentar el ambiente, quedaban plasmadas en nuestros cuadernos.
Mi pasión por la lectura y la escritura aumentaba y las ideas que Elina generaba sobre ciertas cosas me hacían pensar mucho. Así fue como comencé a escribir por mi cuenta, y no sólo para los trabajos que la docente solicitaba. De hecho, mis ganas de escribir siguieron en pie aún cuando dejé de participar de aquellas clases: cuando estaba en 2º (creo que tenía 17) mis amigas me regalaron un cuaderno y un libro de Eric Fromm, titulado “El arte de amar”. Todo ese ímpetu, esa apasionada sensación que tenía fue incentivada por esos significativos regalos: a partir de ahí tenía incluso un cuaderno, un “refugio” para mis palabras, para mis sentimientos y mis puntos de vista.
Así pues, durante un tiempo la escritura fue un canal de expresión importante para mí, a través del cual yo expresaba mi opinión sobre diversos temas. Al principio mi estilo fue bastante crítico: veía cosas que me llamaban la atención y pensaba sobre ellas. Lo hice mucho con la televisión, observaba atentamente la programación de los canales y consternada escribía enfurecidas críticas (destructivas más que constructivas, debo confesar) sobre aquella caja que tanto poder parece tener. Posteriormente, esos escritos iracundos, llenos de sarcasmos y enojo, amainaron y dieron lugar a una escritura mucho más sentimental, descriptiva. Quizás la letra de una canción, una melodía, una frase que encontraba por ahí me inspiraba a escribir. Ahí fue cuando descubrí esa extraña pero particular sensación que me genera la escritura: es ese sentimiento de paz, de saber que las palabras en el papel son el reflejo de quienes somos, de qué sentimos y cuáles son nuestros anhelos.
A pesar de lo feliz que me hacía sentir eso, hubo un tiempo en el que escribí poco y nada. Tenía una cierta presión en cuanto a mi vocación, me gustaban muchas cosas además de escribir, y no sabía si vivir de mi puño y letra era algo que anhelaba, aún sintiendo que era (y es) mi pasión más férrea. Era lo mismo que me sucedía, por ejemplo, con el canto: siempre me gustó cantar, nunca supe si lo hacía bien o no, simplemente lo hacía. Mi sueño siempre fue desarrollar esa cualidad, si es que es una cualidad en mí. En consecuencia, luego de haber reflexionado sobre esto durante un tiempo, decidí volver a escribir cosas que en algún momento pudiera cantar, para unir de alguna manera dos cosas que me definían. Lo cierto es que conservo algunas canciones, o versos que pensé servirían para ello, pero después de releerlos decidí nunca usarlos para cantar, creo que no hallé lo que buscaba; y así fue como seguí desarrollando la escritura de la manera en la que lo hacía antes: buscando fuentes de inspiración que me generaran esa paz, esa motivación, ese encuentro con las palabras que me definían y que tanto amaba.
Volver a escribir como solía hacerlo no fue fácil, debo confesar, pero paulatinamente fui encontrando cosas que me ayudaron a pensar. La música fue y es la gran fuente de inspiración para imaginar historias, diálogos, o simples ideas que vuelco en mi cuaderno y que siento mías.
Igualmente, y si bien me costó mucho encontrar quien era cuando escribía, entendí que la variedad de estilos en la escritura se relaciona con los sentimientos que fluyen en determinados momentos, con cosas hacen que uno se exprese de diferentes maneras. Así que, a pesar de mis rotundos y constantes cambios, a pesar de haberme sentido perdida por momentos, a pesar de no haber encontrado la inspiración adecuada, siempre persistió la misma persona, siempre fui yo, y siempre lo voy a ser. Por eso siempre hallaré refugio en las palabras y en el recuerdo de las clases y de aquella profesora que me ayudó a encontrarme con quien siempre quise ser.

Mi perfil como lectora

Creo que tenía 16 años cuando leí Shiddarta, de Herman Hesse, que retrata de forma novelada la historia de Buda. Desde el principio me pareció interesante: es un libro sobre encuentros y desencuentros, sobre búsquedas. Eso fue algo que me impactó y mucho, ya que en ese momento yo también había emprendido mi propio camino, como buscando algo en particular… Desde la primera a la última hoja me sentí cerca del personaje, que logra tal crecimiento espiritual mediante viajes, reflexiones y extrañas experiencias que me fascinaron, como creo que pocos libros lograron fascinarme. Un ejemplo de esas experiencias es su viaje con los samanas del bosque, quienes buscan el alejamiento de los bienes materiales. Ahí el personaje se despoja de todo lo que posee, se viste con poca ropa, come muy poco, etc. Termina descubriendo, gracias a su encuentro con Gotama (el Buda), que ese abandono de sí mismo lo único que provocaba era un choque con su propio yo; en consecuencia, decide abandonar a aquel grupo.
Claro me quedaba, por supuesto, que preparar la lectura de la novela para un examen de Literatura estaba en segundo plano, ya que rápidamente me vi inmersa en la búsqueda que hacía el personaje, quien elige alejarse de una vida de lujos y comodidad para pasar por diversas situaciones a lo largo de los años: recorre lugares que nunca hubiera imaginado, pasa de ser ermitaño a un rico comerciante, y termina en la margen de un río observando a un botero trasladar gente y reflexionando sobre como todo va y vuelve en la vida. De esta manera mi imaginación crecía y volaba tan rápido como la lectura misma, que terminé en pocos días debido a la ansiedad de conocer el contenido de cada página.
Reflexionar en todo el camino recorrido por el personaje me inspiraba a pensar en muchas cosas. Sobre todo me impresionaba como Shiddarta va renunciando a los lujos y a la riqueza material, para internarse en un aprendizaje espiritual en el que encuentra que es verdad que lo material va y vuelve, pero que lo que permanece son los valores inmateriales. Por otro lado, mientras en personaje viajaba, yo imaginaba los paisajes y las hermosas charlas que Shiddarta tenía con personas de pueblos diferentes, quizás como si formara parte de toda esa historia.
Esta novela me atrajo porque siempre encontraba algo nuevo para aprender. Tanto es así que nunca pude olvidar aquellos paisajes que mi mente creaba mientras la lectura avanzaba, como tampoco pude olvidar esa extraña sensación satisfactoria de saber que si Shiddarta había encontrado lo que tanto buscaba, quizás yo pudiera hallar un destino similar.

Una pequeña presentación

Queridos amigos, quería contarles que este blog fue creado con el objetivo de exponer todas las producciones que realizo en el Taller I de la carrera Ciencias de la Comunicación, UBA. Por supuesto, además de mostrar todos los trabajos, pordrán también leer algunas producciones libres, que forman parte de lo que en el taller llamamos "Diario de escritor".
En fin, me agrada mucho compartir esto con uds. a pesar de que en un principio me daba un poco de miedo esto de mostrar en un blog todo lo que escribo... Sobre todo porque siempre suelo considerar a mis escritos como algo poco creativo, pero bueno, es obvio que todo se aprende, y de hecho ése es mi objetivo, así que espero que puedan leer esto con muuucha paciencia...
Me despido y muchas gracias por dejarme compatir con uds. todo esto.