miércoles, 23 de abril de 2008

Mi perfil como escritora

Siempre me gustó escribir. De chica soñaba con crear hermosos relatos de muchas cosas distintas, pero creo que plasmar ideas en un papel fue algo que comencé a hacer en la adolescencia.
Cuando llegué a 8º año, cambié de docente de Lengua y Literatura, y con mucho miedo tuve que afrontar una nueva etapa. Digo con mucho miedo, porque la docente a cargo era conocida en la escuela por lo exigente: no solía aprobar a mucha gente, era muy estricta con la lectura, la ortografía, la escritura... Eso generó terror en mí, ya que de antemano me imaginaba preparando la materia para las eternas y veraniegas mesas de examen, de las cuales hasta el momento había tenido la suerte de nunca participar. No obstante mi paranoia, decidí aceptar el desafío y no tomar por perdido a algo por lo que aún no había peleado.
Poco a poco lo que se decía sobre la profesora Elina comenzó a presentarse ante mí como un rumor, ya que pronto comencé a disfrutar de sus clases como nunca antes lo había hecho con otra docente. Los libros que nos hacía leer me encantaban y siempre quedaba sorprendida por su sabiduría y su dulzura. Creo que ella se había encariñado con nuestro curso: éramos el último curso sólo de mujeres en todo el colegio, y encima de mujeres apasionadas por la lectura y la escritura, en muchos casos. Eso la incentivaba a darnos opciones sobre qué leer y qué escribir, y así se generaban charlas y debates sobre mil ideas que brotaban y que, luego de condimentar el ambiente, quedaban plasmadas en nuestros cuadernos.
Mi pasión por la lectura y la escritura aumentaba y las ideas que Elina generaba sobre ciertas cosas me hacían pensar mucho. Así fue como comencé a escribir por mi cuenta, y no sólo para los trabajos que la docente solicitaba. De hecho, mis ganas de escribir siguieron en pie aún cuando dejé de participar de aquellas clases: cuando estaba en 2º (creo que tenía 17) mis amigas me regalaron un cuaderno y un libro de Eric Fromm, titulado “El arte de amar”. Todo ese ímpetu, esa apasionada sensación que tenía fue incentivada por esos significativos regalos: a partir de ahí tenía incluso un cuaderno, un “refugio” para mis palabras, para mis sentimientos y mis puntos de vista.
Así pues, durante un tiempo la escritura fue un canal de expresión importante para mí, a través del cual yo expresaba mi opinión sobre diversos temas. Al principio mi estilo fue bastante crítico: veía cosas que me llamaban la atención y pensaba sobre ellas. Lo hice mucho con la televisión, observaba atentamente la programación de los canales y consternada escribía enfurecidas críticas (destructivas más que constructivas, debo confesar) sobre aquella caja que tanto poder parece tener. Posteriormente, esos escritos iracundos, llenos de sarcasmos y enojo, amainaron y dieron lugar a una escritura mucho más sentimental, descriptiva. Quizás la letra de una canción, una melodía, una frase que encontraba por ahí me inspiraba a escribir. Ahí fue cuando descubrí esa extraña pero particular sensación que me genera la escritura: es ese sentimiento de paz, de saber que las palabras en el papel son el reflejo de quienes somos, de qué sentimos y cuáles son nuestros anhelos.
A pesar de lo feliz que me hacía sentir eso, hubo un tiempo en el que escribí poco y nada. Tenía una cierta presión en cuanto a mi vocación, me gustaban muchas cosas además de escribir, y no sabía si vivir de mi puño y letra era algo que anhelaba, aún sintiendo que era (y es) mi pasión más férrea. Era lo mismo que me sucedía, por ejemplo, con el canto: siempre me gustó cantar, nunca supe si lo hacía bien o no, simplemente lo hacía. Mi sueño siempre fue desarrollar esa cualidad, si es que es una cualidad en mí. En consecuencia, luego de haber reflexionado sobre esto durante un tiempo, decidí volver a escribir cosas que en algún momento pudiera cantar, para unir de alguna manera dos cosas que me definían. Lo cierto es que conservo algunas canciones, o versos que pensé servirían para ello, pero después de releerlos decidí nunca usarlos para cantar, creo que no hallé lo que buscaba; y así fue como seguí desarrollando la escritura de la manera en la que lo hacía antes: buscando fuentes de inspiración que me generaran esa paz, esa motivación, ese encuentro con las palabras que me definían y que tanto amaba.
Volver a escribir como solía hacerlo no fue fácil, debo confesar, pero paulatinamente fui encontrando cosas que me ayudaron a pensar. La música fue y es la gran fuente de inspiración para imaginar historias, diálogos, o simples ideas que vuelco en mi cuaderno y que siento mías.
Igualmente, y si bien me costó mucho encontrar quien era cuando escribía, entendí que la variedad de estilos en la escritura se relaciona con los sentimientos que fluyen en determinados momentos, con cosas hacen que uno se exprese de diferentes maneras. Así que, a pesar de mis rotundos y constantes cambios, a pesar de haberme sentido perdida por momentos, a pesar de no haber encontrado la inspiración adecuada, siempre persistió la misma persona, siempre fui yo, y siempre lo voy a ser. Por eso siempre hallaré refugio en las palabras y en el recuerdo de las clases y de aquella profesora que me ayudó a encontrarme con quien siempre quise ser.

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