viernes, 12 de septiembre de 2008

Capítulo 6: La sorpresa

El día D transcurrió con aparente normalidad. Lo últimos días Manuel interrogando a Lía, quien argumentó sentir que era una locura seguir investigando algo que nadie logró terminar. Manuel se fue a visitar a su padre tranquilo ese día, pensando que Lía no haría ninguna locura.
Por su parte, la joven se sentía extraña. El estómago estorbaba y no la dejaba tolerar bocado alguno. La animó recibir una carta de su madre. Impacientemente, y casi destruyendo el sobre, comenzó a leer.

Hija mía:
Obviamente me dejás preocupada. Papá ya sabe todo esto, quedate tranquila porque ya tomó las precauciones necesarias. Tratá de no hacer locuras nena, por favor. Si llegás a encontrar algo no dudes en mandármelo, pero por favor pensá antes de actuar. Sabés que estoy con vos desde siempre, no te voy a dejar. Y cada vez que necesites hablar escribime, me encanta recibir cosas tuyas.
Mi vida también es rutinaria, mis paciente mejoran es verdad, pero no doy a basto. Duermo poco, así que el estrés me desborda.
Mi amor tengo que dejarte, me llaman. Lamento la brevedad de estas líneas, prometo contarte algo más la próxima. No te olvides que te quiero.
Con amor,

Mamá.
……………………………

Al atardecer, llegaron Francisco y Manuel y se encontraron con unos ricos amargos y tostadas con manteca y dulce. Todos se sentaron a la mesa y conversaron sobre temas sin trascendencia. Francisco se veía cansado y se quejaba sobre lo difícil que se tornaba trabajar con cuatro hombres menos. Lía se ponía colorada, como si tuviera que ver con aquellas desapariciones. Sentía culpa por se deshonesta con su familia.
- Esta noche… Esta noche salgo pá – dijo tímidamente.
- ¿Y a dónde pensás ir sola de noche?
- Sola no, con alguien… Me pasa a buscar por acá.
- ¿Quién?
- Se llama Martín, trabaja en “La gaceta de Misiones”. El otro día fui a conocer la redacción y lo conocí. Es muy simpático.
- … Está bien hija, quiero verlo igual ¿eh?
- No te hagas drama, me viene a buscar.

Pocas horas después, sonó el timbre. Lía, quien estaba aún más nerviosa, se acercó al pasillo y se quedó parada, escuchando.
- Buenas noches, mi nombre es Martín, venía a buscar a Lía…
- Que tal Martín, soy Francisco, el padre. Pasá che, pasá que ya la llamo.
- Gracias – dijo tímidamente Martín, que previamente había sido avisado de la coartada a emplear.
- Líaaa… Vení negraaa… - Francisco se sentía extraño, Lía no era una joven a la que le gustara presentar a sus novios.
- ¡Ay llegaste! No había escuchado… Veo que conociste a papá. – los nervios de Lía aparentaban ser por la situación y no por lo que vendría después.
- Vayan chicos, no se retrasen, la noche está hermosa. Cuidala ¿si?
- No se preocupe señor, vine en el jeep y sola no la dejaría volver.
- Bueno pá – interrumpió Lía – Chau – Le dio un beso en la mejilla a Francisco y salió, seguida por Martín, quien le abrió la puerta del jeep y luego arrancó.
Las primeras cuadras se hicieron en silencio. Se escuchaba a Serú Giran en el audio del jeep. Los dos se veían nerviosos, pero comprometidos con su objetivo.
- Hace cuánto que no escucho “Eiti leda” – dijo Lía, tratando de pensar en otra cosa.
Charlaron un rato de música, y Lía agradeció a Martín por haber sido cómplice de aquella situación con Francisco. No obstante, hubo algo de verdad en todo ello, la atracción entre ambos comenzaba a hacerse evidente.
Llegaron a la costanera y estacionaron el jeep lejos de las cuatro famosas cuadras de peligro, sabían que era probable que no estuviera en su lugar al regresar. Caminaron con inhibidos hasta acercarse al puente. Lía frenó. Se sentía paralizada. Martín la abrazó fuertemente, hasta que se decidieron y cruzaron.
Una vez del otro lado, Lía se sintió sorprendida. Estaban ya en otro país, y nadie les había pedido identificación. Comenzaba a creer que de ese lado del Paraná no había ley.
- Mirá, si caminamos dos cuadras hacia la derecha y cuatro hacia adentro, vamos a ver que empiezan los senderos de la selva. Por esos pasillos caminan “las mulas” de Abalos. Podríamos buscar un lugar donde escondernos y esperar un tiempo…
- Sí, podríamos sacar una par de fotos ahí.
Caminaron silenciosos aquellas seis cuadras que los alejaban del puente, rogando por dentro poder volver. Se escondieron en la noche, esperando algún movimiento. Ambos tenían sus cámaras al acecho. Martín observaba a Lía, quien enjugaba sus lágrimas y hacía esfuerzos por no seguir lagrimeando. Dulce y caballerosamente, secó las pocas lágrimas que caían en su rostro con su pañuelo, y la besó dulcemente. Lía se sorprendió con el beso de Martín, pero a la vez se sentía bien. Pocas veces había sentido lo que aquella noche le hacía sentir aquel hombre de ojos penetrantes y claros.
Al instante de dulzura le siguió el peligro. Martín abrazaba a Lía cuando sonidos de pisadas irrumpieron la escena. Ambos se irguieron y comenzaron a prestar atención. Un hombre caminaba con una escopeta en la mano, seguido por seis hombres que cargaban enormes bolsas a cuestas. Otro hombre que portaba un arma larga cerraba la fila y apuraba a los demás con insultos varios.
- ¡Tincho, mirá! Esos cuatro son los obreros… - Lía susurraba apenas, mientras Martín sacaba fotos.
- Tranquila Lía, les saco fotos y las llevamos a la cana. O mejor, al diario.
- Shh, no hagamos ruidos…
Ambos sacaban fotos constantemente mientras la escena transcurría frente a sus ojos. El hombre que presidía la fila se detuvo, y todos de dispusieron a esperar. De repente un rodado comenzó a acercarse. Era una camioneta blanca muy lujosa e importada, que se detuvo frente a ellos. De ella bajó un hombre, que tras revisar las bolsas abrió el fondo de la camioneta. Los hombres que las cargaban comenzaron a subirlas mientras los demás supervisaban alrededor.
Lía y Martín fotografiaban todo, hasta que todo se echó a perder. La luna, que penetraba con su luz a través de las plantas, hizo reflejo sobre la lente de una de las cámaras. Todos los hombres se quedaron inmóviles ante la advertencia del dueño de la camioneta, quien ordenó revisar la zona. Sus secuaces revisaban el terreno acercándose cada vez más a los jóvenes. Uno de ellos se paró a un metro de Lía. Divisó su silueta, y sólo quedó una cosa por hacer: correr.
Martín y Lía corrieron tan rápido como pudieron, mientras sentían cómo los hombres les pisaban el rastro. El miedo realmente los invadió cuando comenzaron a oír tiros. Nunca habían oído tan agudo ruido, penetrante hasta los huesos. Una bala hirió a Martín en la pierna y lo tiró al piso de dolor. Mientras él se retorcía Lía intentaba agarrarlo.
- ¡Corré nena! ¡Y salvá esas fotos!
- ¡No me voy sin vos!
Lía logró levantarlo y, de a poco, retomaron la marcha. No obstante, ya era tarde. La camioneta blanca los sorprendió por delante, cerrándoles el camino. Los jóvenes frenaron, mientras fueron rodeados por los dos hombres con sus armas largas. El conductor de la camioneta bajó del vehículo y se dirigió a ellos.
- La verdad, comenzaba a preguntarme cuándo vendrían – Armando Abalos tenía una voz grave, de ultratumba.
- … Cómo… - A Lía le ganaba el cansancio y la sorpresa. Quería decir tantas cosas, pero estaba muda a la vez.
- ¿Cómo? Mi amor no seas tonta, ¿creés que no sabía nada? Ja ja, como se nota que sos gringa, no me conocés. Y en cuanto a vos, me sorprende que no imaginaras que te iba a pasar esto si cruzabas el puente. Considérense muertos.
- Hay gente que sabe que vine Abalos, nos van a buscar… - Martín sufría por su pierna, pero aún así protegía a Lía ubicándola detrás de él.
- Se, seguro… Ambos sabemos que nadie los va a encontrar. Muchachos, suban a Martincito en la parte de atrás y sigan caminando. Quiero que me traigan la otra carga mañana, ¿está claro? Y Lía, vos venís a casa conmigo. Ya pensaremos que hacemos con vos. En realidad, supongo que los dos tendrán alguna utilidad. Ya veremos.
Lía sentía como cada vez se internaban aún más en la selva. Pensaba en Martín, quien se había hecho un torniquete en la pierna y ya había perdido la conciencia por el dolor. Abalos la había sujetado con fuerza al asiento. Su boca estaba amarrada. Miraba a su captor con miedo e imaginaba el destino que tendría esta odisea. Trataba de retener imágenes de la selva por si lograba escapar, pero el paisaje era tan repetitivo que nada de eso sería fructífero. La luna apenas se veía, la oscuridad reinaba en aquel frondoso laberinto. Todo era incierto en ese momento, aunque la suerte ya estaba echada y el juego había comenzado.
Capítulo 5: Chocar contra la pared. Buscar el equilibrio

Lía intentaba no demostrar ante su hermano el miedo que la gobernaba. Las gotas de sudor rodeaban su frente mientras sus manos se enredaban solas, mas gobernadas por los nervios que explotaban dentro de su cuerpo.
Al día siguiente, Manuel se fue con Francisco y Segundo como solía hacer dos o tres veces por semana. Lía se quedó limpiando la casa, y al terminar decidió que alguien tenía que escuchar sus pensamientos.
…………….

Querida mamá:
No sabés cómo se te extraña por estos rincones del mundo. Pensar que ya hace seis meses de tu partida… El tiempo avanza asombrosamente y sin embargo aquí parece detenerse todo, la rutina –aunque diferente a la de Buenos Aires- se apodera de la gente.
Es extraño esto, porque a pesar de que aquí no pasa nada, a la vez pasa todo. No sé como contarte esto… Pero, ¿vos cómo estás? Imagino que un poco estresada con tu trabajo, ¿cómo anda Lopez? Me dijo papá que sus brotes han disminuido y que encontraste una droga útil para él, así que espero que estés más tranquila… ¡Contame algo de vos cuando respondas esta carta!
Bueno, no quiero dar más vueltas al asunto: necesito tu ayuda. Supongo que papá te ha contado, el otro día vi que estuvo un largo rato al teléfono charlando con vos. Está preocupado y sé por qué. Han desaparecido cuatro obreros de su obra. No sé si es sabe lo mismo que yo, pero en una charla que tuve con Nahuel (el obrero que es indígena, ¿te acordás?), me enteré de algo que quiero investigar.
Resulta que paralelamente están desapareciendo algunos indígenas de la comunidad de Nahuel. Según él, se les acerca gente de Paraguay que les promete trabajo seguro, y como están sumidos en una profunda pobreza, ellos aceptan y esperan que los vayan a buscar. El problema viene después. Cuando llegan los suben a las camionetas lujosas que suelen posar en la costanera y se los llevan del otro lado de la frontera con la promesa de volver… La realidad es que nunca vuelven y que son sometidos a los trabajos de “mula” que los contrabandistas (sí, son contrabandistas de Armando Abalos) les imponen.
Nahuel asegura que o mueren por el trabajo duro o que los matan si dejan de ser útiles o se revelan (borrando toda evidencia, supongo yo). No sé si todo esto es verdad, pero temo que papá se ponga a investigar y le hagan algo. Son hombres poderosos… Pero de mí nadie sospecharía, le dije a Manu. Decidí investigar por mi cuenta, pero para eso necesito tu ayuda. Quisiera enviarte periódicamente la evidencia que logre recolectar para tenerla en un lugar seguro y que nadie sospeche nada. ¿Puedo mandarte lo que consiga?
Voy a tratar de convencer a Nahuel para que me ayude. Tiene miedo pero yo sé que me va a dar una mano. Espero. Por otro lado, tengo que pensar de dónde saco información que verifique las conjeturas que sacamos entre los dos ayer. Espero que no te pongas mal cuando termines de leer todo esto, vamos a estar bien, pero siento que tengo que hacer algo.
Gracias mamá, necesitaba contarle esto a alguien, estoy muy nerviosa porque no sé cómo actuar frente a tales hechos. Espero contar con vos, y recibir noticias tuyas pronto.
Te quiere,
Lía.
………………………..

Llegar al fondo de este misterio necesitaba de una base, de algún tipo de información, y una conversación con sospechas varias no servía de mucho más. Lía decidió empezar buscando noticias o datos en algún diario perdido, para lo cual se dirigió al diario “La gaceta de Misiones”.
Inmersa en una enorme biblioteca plagada de diarios, Lía comenzó la búsqueda. Abrió todas las ventanas del enorme sótano, que destilaba un extraño olor a hojas viejas y humedad. Los estantes de la biblioteca estaban divididos por años y sección, con lo cual la búsqueda estaba dividida por partes. Esta iba a ser una larga búsqueda supuso Lía, quien en seguida buscó un asiento que la haga sentir cómoda. Tras un par de horas, sólo encontró nueve noticias que no le servían de mucho, así que decidió dirigirse a la recepción en busca de ayuda.
Una mujer algo mayor, con lentes exageradamente grandes y un aspecto que la transportaba a 1950, miraba a Lía acercarse al mostrador con un marcado gesto de circunstancia.
- Buenas tardes, disculpe que la moleste pero ¿hay algún periodista con el que pueda hablar? Porque tengo alguna información para cote…- No terminó de hablar cuando esta extraña mujer, casi mostrando los dientes de manera rabiosa, interrumpió a la entusiasta Lía.
- Mirá querida, este diario es muy importante y los periodistas suelen estar muy ocupados ¿viste? Así que si necesitás información para completar tu tarea del cole yo creo que con la Encarta te va a bastar. Buenas tardes – Tras finalizar su desagradable discurso, la mujer se dispuso a atender el teléfono, ignorando por completo la transformación que sufría el rostro de Lía, quien comenzaba a ofuscarse.
- Perdón, sólo necesito a alguien que haya investigado o sepa algo de Armando Abalos – Lía se tomaba revancha
- Ya te dije reina, retirate…- La mujer estaba perpleja ante la pregunta.
Lía odiaba irse con las manos vacías, sentía el trago amargo del momento y la indignación que todo le había generado. Con fuertes y apesadumbrados pasos se alejó de la recepción y salió a la vereda. Llovía. Se paró debajo de un pequeño techo para que el diluvio no acabe con sus pocos papeles. Miraba al cielo gris cuando una voz interrumpió sus pensamientos:
- Escuché que andás buscando algo de Abalos
- ¿Eh?- Lía se asustó, levantó la mirada y se sorprendió. Un joven, con pelo enrulado de color chocolate, y ojos claros la miraba seriamente. Se sintió inhibida por esos ojos, y atraída por esa voz.
- Decía que si estabas buscando algo sobre Abalos…
- Ah, sí… ¿Te conozco?
- Soy Martín Ruiz, trabajo en “La gaceta”, sección “Sociales”. Te vi peleando con Marta, ja ja. Yo puedo ayudarte si lo necesitas.
- ¿Marta? Con el nombre me dijiste todo… Ja ja ja… ¿En serio me ayudarías? Lo necesito con algo de urgencia.
- ¿Por algo en especial?
- No sé si confiarte tanta información, va, tantos supuestos, pero sí, motivos tengo muchos… ¿Qué sabés de Abalos? – Lía elevaba la voz, la lluvia pretendía ser la protagonista de la escena.
- Trabajé en una investigación junto con un compañero de la sección “Policiales”, así que sé bastante del tema… Sigo buscando por dónde agarrarlo a ese tipo… Si tenés un rato te cuento…
- Tengo tiempo sí, ¿dónde nos juntamos sin peligro? – Lía no dejaba de sentirse inhibida por la claridad de esos grandes ojos de pestañas largas, que la atraían de manera extraña.
- Acá cerca hay un bar bastante escondido, es de unos amigos, vamos si querés.
Diez minutos después, los dos jóvenes se hallaban en un bar con un estilo muy under, lleno de cuadros con músicos famosos, ambientado con melodías psicodélicas pero suaves a la vez. La joven pareja estaba en una mesa apartada, tranquila.
Lía intentaba no dejarse llevar por la mirada de Martín y se concentraba en los datos que él le brindaba amablemente. En cuanto a él, había algo que también le atraía de Lía. Quizás era su hiperactividad, la impaciencia e inquietud por saber. Igualmente los rasgos de Lía podían atraer a cualquiera. Tenía ojos color miel, y el pelo castaño. Su rostro era delicado y toda su apariencia de daba cierta presencia, llamaba la atención en todo lugar al que iba.
- O sea que mis sospechas avalan lo que decís… ¿Tenés esas pruebas vos?
- Sí, las tengo en casa, muy escondidas. La verdad creo en lo que me decís Lía, para mí también hay mucha relación entre lo de los obreros y los indígenas. Pero eso sí que es difícil de probar. Igualmente yo quiero ayudarte, creo que esto hay que publicarlo y hacerlo mierda.
- Yo digo lo mismo, y me encantaría que me ayudes, pero ¿cómo pruebo que los tiene a todos trabajando para él como esclavos?
- Hay una forma… No sé qué resultados tendrá, lo que sí sé es que es muy peligroso… Pero si vamos a la frontera y sacamos algunas fotos…
- ¡Es muy arriesgado! ¿Cómo hago para que en casa nadie sospeche dónde voy? Peor aún, ¡¿cómo hacemos para que no nos descubran?! – Lía sentía miedo, incertidumbre.
- Habría que ir de noche…
El silencio invadió la mesa. Ambos se miraban mudos, pensando y analizando todas las posibilidades. La música ya no ayudaba a aliviar el ambiente, el aire pesaba sobre los hombros de los dos jóvenes. Lía centró su mirada en su vaso de cerveza y, tras una larga pausa, retomó la conversación.
- Me da miedo esto Martín. Hace mucho que no tengo tanto miedo. ¿Quién sabe lo que nos espera? Todos me dijeron cada cosa de la frontera… Pero hay que hacerlo.
- Tranquila negra, vas a ver que le vamos a ganar al tipo ese… Cuando la gente lea nuestro artículo va a abrir los ojos. Ojalá podamos salva a esa gente, devolverle la vida a esa comunidad, reencontrar a los obreros con sus familias. Así que sí, hay que hacerlo.
- ¿Cuándo?
- Cuando quieras, tenés que tener una coartada.
- En dos semanas.
Capítulo 4: Encontrarse con lo que no esperamos

Había pasado el mediodía y sin embargo el sol no se mostraba en ciertas partes de la cerrada jungla, lo cual sin embargo ayudaba a soportar el calor y la humedad del lugar.
- Y ¿cuántos obreros están trabajando? – Lía trataba de mantener una charla con Segundo.
- Son como 30, todos de Posadas. Hay uno que es indígena...
- ¿Ah sí? ¿Hay indígenas?
- Sí, por estos pagos hay muchos escondidos. Pero no tratan con la civilización. Son guerreros por lo que se dice. No es el caso de Nahuel, pero que los hay, lo hay.
- Pero qué… ¿viven por acá?- Interrumpió Manuel interesado.
- Sí peque, pero no te confíes, no creo que te cruces con ninguno. Son cortados, viste.
Al poco tiempo llegaron a la obra. Era tremendamente grande, y la meta era poder hacer un camino a lo largo de la selva que atravesara diversos arroyos que había en las inmediaciones. Cuando se acercaron vieron a Francisco comiendo choripanes con los obreros, era tiempo de descanso. Segundo, Lía y Manuel se sumaron y charlaron con el grupo entero, compartiendo un momento de comida y chistes. Le gente del interior era diferente, y el caso de los obreros no era una excepción. Eran todos muy humildes, se notaba su pobreza, pero también eran “buena gente”, educados y no prejuzgaban a los gringos como los Castroman.
Lía le pidió la cámara a Manuel y les sacó fotos a todos, lo había pasado tan bien en el almuerzo que juró que volvería a visitarlos, estaba encariñada con todos. Luego, mientras Manuel acompañaba a Segundo y a su padre a recorrer la obra (protegido con equipo de seguridad, demás está decir), Lía se sentó y se dedicó a describir todo el trayecto, y la gente a la que había conocido.
Estaba escribiendo cuando un grito desesperado irrumpió su relato. Era Manuel, quien tirado en la tierra colorada gritaba de dolor. Lía corrió lo más rápido que pudo y cuando llegó al lugar a ver la escena, se asustó hasta quedar blanca como un papel. Su hermano estaba tendido en el piso, ya sin conciencia, todo hinchado y con la piel morada. “No te acerques, lo mordió una yarará”, explicó Segundo mientras su padre y el resto de los obreros hacían espacio para que Manuel tuviera aire. El capataz fue muy operativo y reaccionó rápido, ya que le inyectó suero y mandó a buscar paños y un boul con agua fría. Entre varios obreros levantaron a Manuel y lo acostaron en el obrador, donde había una camilla.
-¡Llamen a Nahuel!- gritó Segundo, cuyo alegre rostro ahora mostraba perplejidad.
A los dos minutos apareció un hombre alto, con tez morena, ojos achinados y nariz ancha. Todos hicieron silencio y el joven se dispuso a curar a Manuel. Nahuel era curandero, y como indígena conocía muchas formas naturales de curar heridas como ésta. Buscó la mordedura, que halló en el tobillo derecho de Manuel y succionó el veneno, que rápidamente escupió. Aconsejó al paciente unos días de reposo y se retiró silencioso.
Lía había quedado atónita con lo ocurrido. Le intrigaba hablar con Nahuel, conocerlo y saber algo acerca de su cultura. Le preguntó a Segundo si podía charlar con aquel misterioso hombre, y el capataz le confesó que era muy difícil tener una conversación con un indígena, ya que no confiaban en nadie.
Ignorando toda negativa, Lía se acercó a Nahuel y lo saludó. Con muchísimo respeto y hasta admiración agradeció la ayuda que recibió Manuel, a lo que Nahuel se sonrojó como un niño, esbozando una tímida sonrisa. Tras compartir unos amargos, Lía entendió que era cuestión de intentarlo: Nahuel era una persona, pacífico como pocos, sabio para su juventud. Comprobó que el pueblo tenía feos prejuicios, que seguramente habrían causado más de un problema de convivencia.

……………..

Varios meses habían pasado ya. María se había ido, lamentablemente era de esperarse, su trabajo era muy demandante como para desaparecer. No obstante, ella y su hija se comunicaban por teléfono, aunque también circulaban cartas que a Lía le encantaba escribir. Francisco, por su parte, estaba consumido por la obra y pasaba muy poco tiempo con sus hijos, aunque Manuel concurría muy seguido a la obra para acompañar al padre.
A pesar de todo esto, Lía ya se había familiarizado con el lugar. La selva formaba parte de ella y los paseos por las Ruinas de San Ignacio ya eran una constante. No era necesaria la guía de Segundo, recorrer Posadas y su selva era ahora tarea que se hacía con los ojos cerrados.
Demás está decir que una hermosa amistad la unió a Nahuel, con quien tenía muchas charlas entre músicas varias y mates que sola no tendría sentido tomar. Todo lo que Lía aprendió en este tiempo la tatuó con una extraña expresión en su rostro, como si hubiera nacido de nuevo. Tenía otra valoración por las cosas, era libre y se sonreía ante esa antigua sensación de sometimiento que le generaba la vida tecnologizada de la gran ciudad. Supo reconocer esto ni bien tuvo contacto profundo con Nahuel, quien le habló de su cultura y le hizo ver que había otras formas de vida diferentes.
- Pero, ¿cómo vive tu comunidad?, digo ¿es tan rudimentaria la forma de subsistir o se comunican con la ciudad? – Lía no se daba cuenta que a veces solía preguntar demasiadas cosas en el afán de saber algo más.
- Mirá Lía, la realidad es que yo no tengo contacto con mi pueblo… Yo fui desterrado.
- ¡¿Qué pasó?!
- Te explico: vivir en la selva, abrumado por el avance de la “civilización”, o sea de los pueblerinos de Posadas que pretenden avanzar sobre territorios nuestros, tiene sus consecuencias. Mi pueblo empezó a sufrir, a enfermar, murieron muchos, otros se tuvieron que ir y fueron muy juzgados por eso, pero hambre es hambre…
- Qué feo che…
- Y… fue durísimo… - las lágrimas enjugadas en los ojos de Nahuel generaban compasión en Lía, que sabía que eso era algo duro para hablar, pero egoístamente sentía a la vez cierta alegría debido a la confianza que Nahuel estaba depositando en ella.
- Bueno Nahuel, pero vos lo necesitabas… Y antes que morir…
- Sí, en realidad siempre supe que esta también era una forma de luchar por lo que es mío, por mi vida. Pero no me entendieron. Allá son muy cerrados, casi como los de Posadas.
- Lo que no entiendo es por qué el hombre del pueblo se ensaña tanto con tu comunidad.
- No sé si se ensaña, quieren crecer y está bien. Pero no sé si esa es forma de crecer, nos perjudican, nos generan pobreza, nos matan…- Nahuel sintió que no debía continuar la oración, así que bajó la cabeza y se puso a cebar el siguiente mate. Lía, que se dio cuenta de esto, en seguida quiso seguir la conversación.
- ¿Matan?
- Sí – Nahuel se resignó y prosiguió - Matan, vienen con sus camionetas, nos prometen trabajo y nos llevan. Pero nunca nos volvemos a encontrar. La comunidad no sabe bien por qué. En la ciudad se dice que nos llevan a la costanera a cruzar la frontera, y que una vez en el Paraguay… no hay suerte. Nada es lo que parece, o por lo menos nada parece ser como nos prometen.
- ¡Con razón! – Lía ataba cabos sin darse cuenta que había interrumpido la charla, que se tornaba trascendental.
- ¿Con razón qué?
- ¿Viste a esa gente de las camionetas vos?
- Sí, una vez de chico los vi… Por eso estoy seguro de que algo pasa y hace mucho, porque fui testigo…
- Contame…
- Recuerdo a una camioneta blanca muy moderna. Fue hace unos años esto, yo tendría 16… Estaba con la comunidad todavía. Una tarde, estaba buscando algunos frutos por la selva y entre los arbustos y plantas veo algo blanco, enorme... Escuchaba voces, gente gritando y dando órdenes. Me acerqué, escondido, y miré con más detalle. Sí si, era blanca o de un color claro. Había algunos hombres que empujaban a un par amigos de mi comunidad. Los metían en la camioneta, los cargaban Lía… Vi a un hombre que me llamó la atención.
- Pará, pará. ¿Nunca le hablaste de esto a nadie? O sea, ¿la gente siguió desapareciendo? ¿Esas son las desapariciones que decís? Esperá, ¿qué hombre? Pero además, ¿cómo sabes que murieron?
- Lía… ¿Quién le va a creer a un chico que quiere ser hombre, que estaba solo en ese momento…? Además pensá, según se dice, muchos indígenas fueron llevados a la frontera, los cruzaron al Paraguay para hacer de mulas en negocios ilegales y cuando no sirvieron más los mataron y chau.
- Ahora entiendoooo…
- ¿Qué?
- El primer día que pasamos en Posadas quisimos hacer un recorrido y todo el mundo nos advirtió que no vayamos solos a la costanera… Y que la frontera era muy peligrosa. Lo que me llamó la atención de las advertencias fue que todo el mundo describió al lugar como inseguro, pobre, con cosas medio ilegales y demás pero toda la costanera estaba llena de camionetas modernas, caras, de colores variados… Algo raro me sonó, qué se yo. – Lía se mordía los labios, quería preguntar cosas que no sabía si Nahuel toleraría, la charla alcanzaba un terreno ya extraño para ambos. No se contuvo. – Pero igual no entiendo, si estás seguro de esto, ¿por qué nunca hiciste nada?
- Lía repito, nadie le va a creer a un indígena. Esa es una de las razones, pero hay mucho más… y la gente lo sabe bien, pero lo callan por seguridad propia. Esto es conocido en el pueblo.
- ¿Seguridad propia? ¿Hay gente muriendo y nadie dice nada?
- Sí, aunque no lo creas sí, además ya te dije acá el indígena está muy aislado de todo, muy discriminado. Pero por otra parte, aún haciendo algo… Este negocio tiene dueño y él acapara todo… Estoy seguro.
- ¿Quién es?
- ¿Te suena Armando Abalos?
- ¿Quién…?
- Armando Abalos es un contrabandista muy rico de Paraguay que hace muchísimos negocios en Argentina… Algunos legales, pero la mayoría ilegales.
- ¿Ah sí? ¿Y si la gente lo sabe por qué no hacen nada?
- Lía, esta tierra ya es suya también. La gente tiene hambre y para no sufrir tanto la pobreza vive bajo órdenes. O se van en sus camionetas con alguna promesa… Pensá que acá la producción de yerba mate era la fuente de vida de Misiones, pero está en descenso hace años. A Paraguay le va mucho mejor, acapararon el mercado, así que imaginate que a mucha gente no le queda otra que aceptar cualquier trabajo.
- ¿Y tu comunidad?...
- Sí Lía, estoy casi seguro que todo eso es por él. Seguro los manda a Paraguay como mulas de carga de sus drogas, o para transportar millones de cosas que contrabandea en la frontera.
- Pero ¿tenés pruebas de lo que decís?
- No, tengo algunas pero son débiles como para acusarlo… Y si lo acuso estoy muerto. Es un tipo con mucho poder Lía, no hay nada que hacer… Pero algunas pruebas tengo. Es más, cuando los vi en la selva… Ese hombre que me llamó la atención era Abalos. Bajó de la camioneta blanca con un sombrero de cuero enorme, muy bien vestido. Miraba toda la escena ancho, como orgulloso de su trabajo. Es el ícono de la esclavitud y está matando a una cultura, a una parte de mi historia. Pero ¿qué puedo hacer yo?
- Me dejás mal con esto… Algo hay que hacer… Quiero investigarlo, si me ayudás.
- No Lía, te lo prohíbo. No quiero que corras riesgos nena. Además esto se extendió mucho por lo que vi. Ya no es sólo con los indígenas…
- No me digas que hay más…
- Tu padre no te muestra la preocupación que tiene pero en su obra desaparecieron 4 obreros ya.
- ¿Desaparecieron? ¿Y no hizo la denuncia?
- No no, Segundo le recomendó que no lo hiciera, que esto era algo común y que no se podía hacer nada. En realidad todo el mundo en la obra dice que abandonaron por vagos, no aguantaron el trabajo y se fueron a buscar mejor suerte, que eran amigos y lo estaban planeando. Yo no lo creo. Si fueran tan amigos y si lo hubieran planeado se habrían ido el mismo día y no hubieran dejado a sus familias sin noticias.
- Bueno, pero quizás las familias se quedaron porque ellos prometieron enviarles dinero desde donde estén.
- Líaaa… no seas ingenua querida. Uno desapareció en mes pasado, el otro hace dos semanas, el tercero la semana pasada y ya van cuatro días que el cuarto hombre no viene.
Para Lía todo estaba desordenado, la cabeza le daba vueltas y ya no entendía nada. Cuando se despidió de Nahuel quedó como en stand by, la gente le hablaba y ella sólo asentía con la cabeza. No decía nada, pero decía todo. Manuel se dio cuenta en seguida que algo andaba mal y la increpó para saber detalles de ese algo que Lía ocultaba.
Mientras Lía narraba toda la historia, la cara de Manuel se transformaba. Sus expresiones pasaban de preocupación a consternación y hasta miedo.
- Pero Lía, hay que hablar con papá.
- No nene, imaginate! Puede correr riesgos si sabe algo. De nosotros nadie sospecharía. De mí por lo menos no. Voy a investigar.
- ¿Vos estás loca? Sola no lo vas a lograr…
- ¡Hay que llegar hasta el fondo Manuel! Desaparecen los obreros, los indígenas, ¿querés que desaparezca papá o nosotros también?
Capítulo 3: El corazón de la selva

Ya había pasado casi un mes y nadie se había internado en la selva a excepción de Francisco, quien debía ir a trabajar y sólo lo hacía con la ayuda de Segundo. Tras la continua insistencia de los chicos para ir a la selva con su padre, el capataz sugirió que tal travesía podría hacerse únicamente si se vacunaban contra la fiebre amarilla y si trasladaban algunas dosis de suero contra las mordeduras de yayará.
- ¡El que no se vacuna que lo olvide! Y traigan dos frascos de repelente cada uno… - Advirtió Segundo.
Al día siguiente antes del amanecer, lo único que pudo oírse fue el rugido de las llantas de “la bestia” sobre el polvo rojo, rumbo al verde laberinto de lianas y animales extraños. Lía cargaba un morral que contenía una cantimplora, los repelentes y por supuesto, su cuaderno para tomar notas sobre cualquier cosa que viera. Manuel llevaba una cámara digital, cantimplora y algunos dulces por si les bajaba la presión.
Segundo los llevaría a la obra donde se encontrarían con Francisco, tras un paso por las Ruinas de San Ignacio. La ansiedad de los chicos era enorme, y a medida que se internaban en la selva, las expresiones de sus caras se acentuaban y los comentarios enmudecían ante tanta belleza. La selva se mostraba imponente y los seducía con sus colores, sus plantas y los ruidos de animales que no se dejaban ver. Había flores grandes de un color alilado que proliferaban a lo largo de todo el recorrido. El repelente los protegía de los gigantes mosquitos que zumbaban como nunca antes habían oído. Todo lo que alguna vez habían visto en la ciudad era ínfimo en la selva.
Mientras avanzaban en el angosto sendero con “la bestia” se cruzaban con algún que otro pueblerino que, cargando un hacha, volvía de cortar maleza para abrir caminos. Como fuera, en realidad los senderos eran pocos, sólo los esenciales para recorrer aquella antesala del Amazonas.
Luego de una hora de búsqueda, Segundo y los chicos se vieron frente a las Ruinas de San Ignacio. Un paraje inhóspito claro está, ya que a esas alturas no había ruido ni señal de la ciudad de Posadas. Todo era silencio, salvo por el ruido de la propia selva que se expresaba en libertad. No obstante, este punto era turístico así que en la entrada se oía a algunos visitantes de variedad étnica que intercambiaban frases en distintos idiomas.
Lía se sorprendió al ver las ruinas, creyó que eran más pequeñas. Realmente quedó atónita frente a la majestuosidad del lugar y a la conservación que presentaban ciertas partes de lo que alguna vez fue una comunidad jesuítica. Recorrieron el lugar en paz y en silencio, pensando cuánto habrían sufrido aquellos jesuitas que entre 1816 y 1819 sufrieron un ataque de portugueses y paraguayos que culminó con su extinción.
Era paradójico pensar que una comunidad como esta (entre otras 30 que había por la zona), en la que se trataba de integrar y educar a diferentes grupos étnicos, sufriera la expulsión (y matanza en muchos casos) por parte de aquellos que detentaban el poder y que veían en esta experiencia civilizadora un peligro para sus objetivos. “A qué extremo puede llegar el miedo al diferente”, pensaba Lía mientras imaginaba como los colonizadores ocupaban territorios. Terminaron de recorrer el lugar y tras sacar varias fotos, se despidieron con la promesa de volver y continuaron el viaje.
Capítulo 2: la ciudad y sus recovecos

Los primeros dos días estuvieron dedicados a ordenar las cosas de la casa y a conocer la zona: supermercados, despensas, farmacias, todo. Lía y Manuel ordenaron sus cosas velozmente para dedicarse más tiempo a recorrer la ciudad. Ni bien pudieron se apoderaron de sus bicicletas y tras 2 KM de viaje, alcanzaron la ciudad. El resto era fácil, sólo había que preguntar dónde quedaban los principales puntos turísticos.
Conocieron la plaza, la Iglesia, la Biblioteca Popular, la rotonda principal, la comisaría y los lugares más frecuentados por los habitantes, desde pooles hasta confiterías. El paseo excluía una única zona: la costanera, el puente fronterizo que comunicaba con el Paraguay y las cuatro cuadras que desembocaban allí. En Posadas ese lugar era temido, un tabú para cualquier charla. Era tierra de nadie. Segundo fue muy firme al advertir a la familia:
- Nunca vayan solos al puente fronterizo ni a la costanera, ¿ah? Muchos paraguayos aprovechan la frontera para realizar negocios truchos, contrabandear y robar. La frontera es un arma de doble filo: del lado argentino es peligrosa pero dentro de todo segura, del lado paraguayo… del lado paraguayo no hay ley. Así que si por algún motivo se van o se los llevan para ese lado, cuenten con que estarán solos y nadie los ayudará si les pasa algo. Mejor ni se acerquen, ¿ta clarito? –
Al atardecer ese día, todos decidieron salir a caminar para conocer y buscar un restaurante donde comer, ya que tenían la heladera vacía. Luego, y siguiendo las advertencias de Segundo, tomaron un taxi y recorrieron el lugar.
- Qué linda es la ciudad ¿eh? – le dijo Francisco al taxista.
- Sí, muy bonita… Pero recuerden que esta zona… sólo en taxi. Y no lo digo para ganar más dinero ¿eh? Porque estoy acostumbrado a la pobreza. Estamos acostumbrados a la pobreza.
- No, está bien, lo entiendo… ¿Pero tan peligroso es? ¿Y nadie hace nada?
- Mire todo lo que escuche es cierto, y nadie hace nada porque aunque es tierra de nadie, eso le pertenece a alguien…
- ¿A quien?
- Jum mmm, no importa, ustedes sólo no pregunten y escuchen las advertencias y van a estar bien. Bien, después de bordear la costanera los dejo en el centro ¿si?
- Perfecto, gracias – Contestó Francisco un tanto preocupado por lo que acababa de oír. Intentó no mostrarle su consternación a la familia disipando el tema con otras charlas.
Al bordear la costanera con el taxi se podía observar el oscuro puente fronterizo, con gente que según el taxista lo recorría a toda hora. Del otro lado, el terreno paraguayo. Lía observaba que no había tanta distancia entre ambos países, con lo cual podía apreciar el paisaje del otro lado del río. Le llamaba la atención que, a pesar de la pobreza que sucumbía a la zona, había un montón de camionetas importadas estacionadas en los restaurantes a ambos lados del Paraná. “Bueno, serán los pocos ricos de la zona” imaginaba Lía. Como sea, decidió no darle importancia suficiente a su observación.
El paseo duró una media hora, no había mucho más para ver. Aunque linda, Posadas era una ciudad pequeña. Demás está decir que después de haberla conocido mejor y de haber pasado unos días, Lía se sintió más atraída al lugar y menos frustrada por el cambio.

Laberinto verde

Capítulo 1: El cambio

Mediaba julio. Un oscuro día con nubes interminables amenazaba con llorar. Desde la ventana de su cuarto Lía observaba aquel serio paisaje, frotando sus manos heladas y deseando que llegara la lejana primavera. Una lágrima caía lentamente, hidratando su mejilla y mojando débilmente el piso. Al oír un golpe en la puerta, Lía se dio vuelta.
- Si qué pasa…
- Hija, permiso – interrumpe tímidamente María, su madre.
- Estoy ocupada má…
- Ay hija… ¡Dejá de evitarnos! Sé que te duele dejar esto pero tratá de entender, todo va a ser mejor allá. Papá necesita esto y vos también.
- ¿Yo? ¿Qué te hace pensar que salgo beneficiada con esto? A ver si me entendés, yo no quiero vivir lejos de todo. ¿Qué te hace creer que mudarme al medio de la selva me va a ayudar?
- No te mudás a la selva Lía, ¡no exageres! Posadas es una ciudad, no tan grande como Buenos Aires, pero te va a gustar.
- No lo creo… pero bueno, como quieras. Si al final siempre hacemos lo que ustedes quieren… A mí nadie me preguntó si dejar a mis amigos y a la facultad me iba a gustar.
- Tranquila con eso, ¡tenés la facultad allá también! Dejá de buscarle la quinta pata al gato y pensá que es una nueva etapa para todos.
Luego de esa charla, Lía se convenció egoístamente de que nadie podría entenderla. Siempre odió el trabajo de su padre, de hecho juraba nunca ser arquitecta. Le encantaba viajar, incluso estaba convencida de que un periodista (como ella sería en un futuro) debía viajar en busca de la información, pero este no era el momento. Estaba empezando la facultad forzosamente, tenía sus amigos, su pareja (aunque ella le temía al noviazgo), estaba bien así. La noticia de la mudanza a Posadas le había caído como una bomba.
Francisco, su padre, había sido enviado a construir cuatro puentes a unos 20 Km. de las ruinas de San Ignacio, aunque seguramente terminarían encomendándole más trabajo. En resumidas cuentas, a Lía le esperaban unos 3 años de residencia en Posadas, y eso representaba una gran crisis para ella.
Era de madrugada y faltaban tres horas para partir. El tren salía a las 5 AM, así que esa noche no estaba preparada para dormir. Lía ya tenía preparado su bolso y unas cuántas cajas que atesoraban libros, discos y chucherías varias. Como si dejara a alguna persona querida, cerró tristemente la puerta de su habitación y se dirigió al hall principal de la casa, donde la esperaban sus padres Francisco y María y su hermanito Manuel.
María la observaba con una mirada comprensiva, en el fondo entendía lo que su hija sentía. A ella también le costaba dejar sus cosas. Tenía una vida profesional próspera, era una reconocida psiquiatra y daba clases en la Universidad de Buenos Aires. A pesar de todo eso, ahora tendría que dejar todo eso y seguir a su marido, sabiendo que tendría un conflicto en puerta el día que algún paciente suyo necesitara nuevamente de sus servicios. La incertidumbre, en el fondo, estaba a la orden del día.
Por su parte, Manuel estaba feliz y ansioso de ver si la selva tenía lianas y animales extraños como imaginó tantas veces. Siempre que podía acompañaba a su padre al trabajo. Para sus escasos catorce años era muy alto y, por ende atolondrado, no controlaba los movimientos de su cuerpo. Eso era lo único que preocupaba a María respecto de su hijo y aquel nuevo destino. Temía que sufriera accidentes o que en tierra desconocida lo lastimara algún animal. Pero Manuel ignoraba todo eso y trataba de demostrar que era lo suficientemente grande como para ser tan sobreprotegido por sus padres. Necesitaba que confiaran en él.
Francisco analizaba los gestos de Lía de reojo y confiaba en que pronto se le pasaría lo que él consideraba un berrinche. También sentía que este viaje cortaría con su mala suerte. Ya había pasado por muchos trabajos y había empezado de nuevo muchas veces, para ser un hombre de tan sólo de 45 años. Era un hombre muy idealista, libre, pero no obstante ese espíritu, confiar en sus ideales y en su libertad a la hora de hacer negocios no le había dado suerte. La experiencia le había mostrado que el país estaba hecho para las grandes empresas y que sueños como los de él quedaban destinados a sobrevivir en frustrantes relaciones de dependencia económica. Sin embargo, esta oportunidad de crecimiento para su empresa abría un nuevo capítulo en la vida de la familia.
………………………………
La llegada a la estación de tren fue rápida teniendo en cuenta el poco tráfico que circula a las 4 y media de la mañana. A las 5, como estaba pautado, el tren arrancó y de esta manera Lía y su familia se alejaban de una parte de su historia para enfrentar otra que parecía ser diferente. El viaje duró unas 13 horas y ya sobre el final del trayecto la paciencia de todos había traspasado los límites esperados. Manuel se había tornado insoportable para Lía, que sólo quería retornar a su conocida habitación. Francisco y María charlaban, dormían, pero igualmente se mantenían expectantes ante la llegada a destino.
Una vez llegados a Posadas esperaron en una de las esquinas de la estación a que alguien de la empresa de Francisco los fuera a buscar. De repente, comenzaron a oír frenadas de un vehículo que parecía estar a punto de chocar. Ante la sorpresa de todos, sólo fue una maniobra brusca generada por un exaltado conductor a bordo de una Grand Cherokee negra, que más bien parecía marrón debido al polvillo colorado que levantaba al andar. Violentamente, la bestia de cuatro ruedas frenó justo en frente de la atónita familia.
- ¡Hey! ¡Gringos! – decía una voz desde el interior del vehículo - ¿La familia Castroman?
- Sí – dijo Francisco – Usted debe ser…
- ¡Segundo! – contestó el hombre mientras se bajaba de la camioneta – Soy su capataz señor, ¿cómo le va, viajaron bien? Denme sus bultos, que los pongo en el baúl.
- Mucho gusto Segundo, gracias por venir a buscarnos, estamos medio desorientados ya…
- ¡Ahhh! Pero no se preocupeee… ¡Si Posadas es recontra chico! ¡Va ´ ver que enseguidita se va a sentir como en casa! Pero que esperan, ¡suban! Nos espera un viajecito hasta la casa.
Sorprendidos aún por la efusividad de Segundo, todos subieron a la camioneta. Lía sacó un cuaderno que llevaba a todos lados, con la esperanza de hacer un pequeño relato del viaje en tren, pero en cuanto Segundo arrancó el vehículo abandonó su empresa sin pensarlo. El capataz parecía llevarse el mundo por delante desde su camioneta, manejaba tan bruscamente que María ya tenía náuseas. “Es que así se maneja acá”, dijo Segundo, “ya va ´ ver que no va a encontrar a nadie que maneje con prudencia, ¡ja!”
Mientras Segundo manejaba, María intentaba no pensar en su estómago, Francisco y Manuel no dejaban de mirar al pueblo desde la ventanilla y Lía se tomaba su tiempo para analizar al capataz. Era un hombre particular Segundo. Con su pelo largo y enrulado parecía un perro lanudo. Tenía un símbolo de la paz y una letra china tatuados en sus brazos, y algunos aros en su rostro. Parecía joven, de 35 quizás. Su tez era morena del sol y resaltaba sus ojos azules aturquesados. Tenía todo el aspecto de ser un bohemio con sus sandalias de cuero y shorts de jean rotos. Sonreía todo el tiempo, era amable, parecía un buen hombre. A Lía ya le caía bien, le causaba gracia su forma de ser tan avasallante.
- Perdón – dijo Francisco – No le presenté a la familia. María, mi esposa, y mis hijos Manuel y Lía.
- ¡María! ¡Como mi primera esposa! Simpática era la María jaja. ¿y vos cuántos años tenés pibe? ¡Como 18 para mí! ¿ehh?
- No… - dijo tímidamente Manuel – tengo 14 en realidad…
- ¿Ah sí? Te salió grande este ¿eh? Jaja. Ahhh, Lía es una damita ¿ah? Me imagino los novios que habrás dejado llorando allá ¿no?
- Jajaja, no para nada… - dijo tímidamente Lía, pensando cómo extrañaría a su Nicolás, a quien mantuvo todo el tiempo alejado del conocimiento de la familia.
- ¡Bueno, seguro nos llevaremos bien! – Sonrió Segundo, esperanzado. – Ah, ya llegamos y menos mal, porque la cara verde de María explota ¡jaja! Queridaaa, ya te vas a acostumbrar a esto…
En cuanto bajaron de “la bestia” (como le dijo Manuel bautizó a la gigante camioneta) María se sintió mejor. Los hombres comenzaron a bajar el equipaje del baúl y las mujeres se encargaron de examinar la nueva casa. Había tres habitaciones grandes para todos, una cocina con un comedor y un living muy espacioso. Tenían pileta de natación y un hermoso quincho. La casa entera estaba decorada con madera y piedras como una cabaña del sur, lo cual era original a los ojos de Lía.
Tras haberse instalado, lo único que quedaba era recorrer Posadas, la obra de Francisco y todo lo que rodeaba a este lugar que parecía ser tan enigmático, pero que ahora sería su nuevo hogar.

una parte...

La antesala al laberinto verde

Cuántas ideas habrá en la mente rondando solitarias, esperando ser exteriorizadas en la voz de la escritura. Cuántas, hoy ausentes, estuvieron deseosas de ser usadas. ¿Será que se han olvidado de mí? ¿Será que ya no son tan atractivas? Algo les sucede, algo se las llevó de mis recuerdos. Como sea, en algún momento tienen que regresar a mi conciencia.
Cuando empecé a pensar en este proyecto narrativo sentí que me sumergía en una laguna de la que nada valuable podía sacar. Así es, es una extraña paradoja la de tener tantas ideas en momentos inoportunos y ninguna ahora, cuando más lo necesito. Lo intolerable es que esto sucede cada vez más seguido, cada vez que me siento a escribir. ¿Seguirá sucediendo por siempre? Tantas preguntas y sólo un fin: escribir.
Ni siquiera tengo un indicio, una huella, un incentivo. Sólo oscuridad en la mente. O mejor dicho blancura. Ambos extremos son temidos, en ambos extremos siento que estoy. Con la mente dando vueltas imagino una temática, algo. Ficción, ni pensarlo. Se me nublaría aún más la mente. Más perdida no creo sentirme pero prefiero no arriesgarme. Crónica. Interesante objetivo el que viene a mi mente. ¿Sobre?... El territorio del “Delta” me mira desde mi escritorio y yo, en una posición de desgano sobre mi cama, presiento que sin pruebas o ensayos no hay hipótesis para refutar.
Internada sobre este territorio de aguas marrones e islas acumuladas, leo “Claroscuros del Delta”. Atrayentes me parecen los datos históricos, el fervor de algunos inmigrantes que con dos dólares compraban parcelas, como quien hoy –preocupado por la inflación que amenaza con explotar – compra un kilo de pan. Sorprendentes son los relatos sobre aquella gran inundación que superó todo límite esperado. Llamativo y triste es su resultado: el abandono y la desidia de un lugar venido a menos, desconsiderado y rechazado para cualquier inversión. La desconfianza a lo imprevisible se transforma en temor y el éxito se busca en otros rumbos. Cómo un hecho fortuito puede desencadenar tal final resulta difícil de explicar. Y cómo desarrollar ideas que surgen de esta lectura con la mente tan obnubilada, me resulta aún más complejo de entender.
Me engaño creyendo que puedo resolver lo que me sucede, intentando leer los textos que prosiguen con la descripción del Delta. Tras innumerables y frustrados intentos me doy por vencida. Intento leer “Sudeste”. Tan sólo la densa descripción inicial, en conjunto con mi estado de indecisión, me hacen abandonar dicha empresa. Llego desganada a los diálogos. Nada cambia. Leer sobre “las rachas” que tiene el pescado me desvía de tema. Algo similar me sucede con “El río sin orillas”, de Juan José Saer. Aún pensando que podría seguir recorriendo este lugar, que imagino gracias a la lectura y a algunas visitas, siento que no es éste el rumbo a seguir. Pasan las semanas y me sumerjo más profundamente en esta laguna que es mi mente.
Un territorio que no esperaba leer comienza a resonar en mi cabeza casi retumbando. Misiones. Lugar frondoso y verde como pocos, aparece ante mí como una posible solución. Recorro sus kilómetros de palabras y pienso cómo conectarlo conmigo. Y ahí es cuando las vueltas de la vida me llevan a un objetivo. Como caído del cielo un viaje a Posadas se le presenta a un familiar muy cercano a mí, con lo cual lo único que se me ocurre es pedirle fotos y datos, todo lo que pueda traer.
Una semana después me encuentro con fotos varias, un folleto sobre las ruinas de San Ignacio y un abanico de anécdotas que alimentan algo aún indefinido. Ficción. Con temor descubro que una posibilidad es aquello que yo creía imposible. La solución está en el problema. Habrá que adentrarse en la jungla misionera y ver qué hay.
Pienso personajes, nombres, descripciones, lugares. Conecto relatos de viaje con la imaginación. Misiones me busca, yo la busco. Nos encontramos en mi puño y letra. La mente está clara ya, no hay extremos peligrosos, sólo la extensión de lo que escribo. Pensar que estuve semanas en blanco y en tan sólo media hora surgió un proyecto, una idea que brotaba de mi cabeza a borbotones. Las palabras comenzaron a saltar en caída libre hacia el papel, y la trama empezó.
Una historia de aventuras y suspenso se asoma por mi cabeza y mira al papel. La lista de personajes está completa, solo queda contar los hechos que ya están ordenados en la mente.

Personajes
Lía: soñadora como pocas, encuentra en un viaje con su familia a Posadas la posibilidad de conocer otra cultura. Al principio reacciona con ira ante la noticia de la mudanza, ya que se aleja de un lugar al que está aferrada. Teme que Misiones no sea lo que espera, que de hecho es lo que ocurre. Le gusta escribir, quiere ser periodista. Lleva papeles sueltos y un lápiz a todos lados y anota todo lo que ve. Es testigo de hechos importantes y peligrosos, y tras el alejamiento de su madre, le envía cartas con información para que la guarde, porque la investigación que desarrolla pone en riesgo hasta su propia vida.
Francisco Castroman, el padre de Lía: Arquitecto joven, de 45 años, no le gusta trabajar en relación de dependencia. De joven era idealista, hoy busca terminar con la mala racha económica que buscar ideales le trajo, pero se olvida de sus deseos.
Le ofrecen un trabajo a realizar en Posadas, Misiones, con el cual cree que tendrán mejor suerte. Es un impulso para su pequeña empresa personal, y contrata un capataz y obreros de la zona. Se choca con un hábitat y costumbres extrañas a las suyas.
Manuel, hijo de Lía: 6 años menor que Lía, en Misiones se vuelve inseparable de ella. Atolondrado, alegre, desea vivir y es solidario con su hermana. La ayuda en el comienzo de la investigación.
María, la madre: Psiquiatra reconocida en Buenos Aires, sigue a su marido a donde sea. Un paciente reclama su presencia en Buenos Aires, con lo cual no de establece por mucho tiempo en Posadas como el resto de la familia. Igualmente se comunica mucho con la familia, y actúa como cómplice de Lía, quien le envía información recolectada de su investigación para que la proteja de cualquiera que quiera robarla.
Segundo, el capataz: Joven, 35 años. Bohemio y mujeriego, va por su tercer matrimonio. Se lleva el mundo por delante, maneja a altísimas velocidades y conoce la selva como la palma de la mano. Es el único en quien confía Francisco porque le advierte sobre los peligros de la selva, los indígenas ocultos en ella, la frontera con el Paraguay y los contrabandistas.
Armando Abalos, el contrabandista: lidera una organización ilícita que entre otras cosas logra actuar con total impunidad en la frontera, el lugar “sin ley” por excelencia. Secuestros, robos, importación y exportación ilegal son algunas de las actividades que realiza.
Martín, periodista de Posadas: futuro amigo de Lía, que además la ayuda a investigar desapariciones de obreros del padre. Todo apunta a Abalos y su organización.
Indígenas: Pacíficos, sufren la extinción de su cultura en la selva, mueren por el avance de obras de otros hombres, supuestamente más civilizados. El pueblos tiene conceptos errados respecto a su maldad (quizás también hay mitos respecto a sus muertes). Lía investiga sus desapariciones y muertes y las relaciona con el contrabando que lidera Abalos.

Nuevamente aparecen trabas en lo que sospeché que me ocurriría al escribir una ficción. Ordenar una trama no es fácil, y menos cuando siento que la producción hecha es insulsa. Transmito mi sentimiento en sucesivas clases. Es verdad, mi sensación se nota en la narración. También es verdad que insulso es una palabra fuerte para definir a un texto propio. No llego a terminar la historia y tampoco tengo ideas para lograrlo.
Es entonces cuando aparecen esos momentos inesperados pero deseados, que le dan una vuelta de tuerca al asunto y que ayudan a vislumbrar la salida. La ayuda de otros es fructífera, sus críticas generan la posibilidad de darle dinamismo a mi trabajo y eso me consuela mucho. La desazón ya no es tan grande, así que nuevamente me dispongo a tratar de superar mis obstáculos.
Releo el territorio de Misiones y encuentro algo interesante en “La Argentina ya no toma mate”, de Walsh también. Ese racconto que devela el decaimiento económico de una zona me sirve. Pienso que podría utilizarlo en mi narración, y argüir que todo se debe al avance económico de Paraguay sobre nuestros mercados, junto con el florecimiento del contrabando como medio único de subsistencia para las clases bajas.
A su vez me llama la atención la frase que inicia a “Kimonos en tierra roja”, del mismo autor también: “Vinieron de lejos con sus tractores y sus canciones. Nueve años más tarde enfrentan la secular desgracia del campesino japonés: no era ésta la tierra prometida”. No era esta la tierra prometida. Algo resuena de la última parte. Si bien mi relato comienza con la descripción de un lugar que parece prometedor, se termina narrando la contracara de un punto que aparentaba ser simplemente turístico. La explotación, la pobreza, la cultura en terapia intensiva terminan siendo grandes protagonistas de esta historia. Misiones no es la tierra prometida de la familia Castroman en mi historia, mucho menos de los indígenas y de los obreros pobres que trabajan de sol a sol.
Algo que resuena después de una reunión de taller me hace releer “Esperando a Godot en Sarajevo”. Es real esa sensación de que nada pasa, pero esa nada nos aferra a la lectura de igual manera. Pienso que quizás esa nada rodea a la vida del misionero, aunque siempre hay lapsos en los que sucede todo lo contrario. Considero que esto puede ser útil para retratar cierta rutina que adoptan los personajes en Posadas, aún sabiendo que la trama adoptará mayor dinamismo en el nudo.