viernes, 12 de septiembre de 2008

Laberinto verde

Capítulo 1: El cambio

Mediaba julio. Un oscuro día con nubes interminables amenazaba con llorar. Desde la ventana de su cuarto Lía observaba aquel serio paisaje, frotando sus manos heladas y deseando que llegara la lejana primavera. Una lágrima caía lentamente, hidratando su mejilla y mojando débilmente el piso. Al oír un golpe en la puerta, Lía se dio vuelta.
- Si qué pasa…
- Hija, permiso – interrumpe tímidamente María, su madre.
- Estoy ocupada má…
- Ay hija… ¡Dejá de evitarnos! Sé que te duele dejar esto pero tratá de entender, todo va a ser mejor allá. Papá necesita esto y vos también.
- ¿Yo? ¿Qué te hace pensar que salgo beneficiada con esto? A ver si me entendés, yo no quiero vivir lejos de todo. ¿Qué te hace creer que mudarme al medio de la selva me va a ayudar?
- No te mudás a la selva Lía, ¡no exageres! Posadas es una ciudad, no tan grande como Buenos Aires, pero te va a gustar.
- No lo creo… pero bueno, como quieras. Si al final siempre hacemos lo que ustedes quieren… A mí nadie me preguntó si dejar a mis amigos y a la facultad me iba a gustar.
- Tranquila con eso, ¡tenés la facultad allá también! Dejá de buscarle la quinta pata al gato y pensá que es una nueva etapa para todos.
Luego de esa charla, Lía se convenció egoístamente de que nadie podría entenderla. Siempre odió el trabajo de su padre, de hecho juraba nunca ser arquitecta. Le encantaba viajar, incluso estaba convencida de que un periodista (como ella sería en un futuro) debía viajar en busca de la información, pero este no era el momento. Estaba empezando la facultad forzosamente, tenía sus amigos, su pareja (aunque ella le temía al noviazgo), estaba bien así. La noticia de la mudanza a Posadas le había caído como una bomba.
Francisco, su padre, había sido enviado a construir cuatro puentes a unos 20 Km. de las ruinas de San Ignacio, aunque seguramente terminarían encomendándole más trabajo. En resumidas cuentas, a Lía le esperaban unos 3 años de residencia en Posadas, y eso representaba una gran crisis para ella.
Era de madrugada y faltaban tres horas para partir. El tren salía a las 5 AM, así que esa noche no estaba preparada para dormir. Lía ya tenía preparado su bolso y unas cuántas cajas que atesoraban libros, discos y chucherías varias. Como si dejara a alguna persona querida, cerró tristemente la puerta de su habitación y se dirigió al hall principal de la casa, donde la esperaban sus padres Francisco y María y su hermanito Manuel.
María la observaba con una mirada comprensiva, en el fondo entendía lo que su hija sentía. A ella también le costaba dejar sus cosas. Tenía una vida profesional próspera, era una reconocida psiquiatra y daba clases en la Universidad de Buenos Aires. A pesar de todo eso, ahora tendría que dejar todo eso y seguir a su marido, sabiendo que tendría un conflicto en puerta el día que algún paciente suyo necesitara nuevamente de sus servicios. La incertidumbre, en el fondo, estaba a la orden del día.
Por su parte, Manuel estaba feliz y ansioso de ver si la selva tenía lianas y animales extraños como imaginó tantas veces. Siempre que podía acompañaba a su padre al trabajo. Para sus escasos catorce años era muy alto y, por ende atolondrado, no controlaba los movimientos de su cuerpo. Eso era lo único que preocupaba a María respecto de su hijo y aquel nuevo destino. Temía que sufriera accidentes o que en tierra desconocida lo lastimara algún animal. Pero Manuel ignoraba todo eso y trataba de demostrar que era lo suficientemente grande como para ser tan sobreprotegido por sus padres. Necesitaba que confiaran en él.
Francisco analizaba los gestos de Lía de reojo y confiaba en que pronto se le pasaría lo que él consideraba un berrinche. También sentía que este viaje cortaría con su mala suerte. Ya había pasado por muchos trabajos y había empezado de nuevo muchas veces, para ser un hombre de tan sólo de 45 años. Era un hombre muy idealista, libre, pero no obstante ese espíritu, confiar en sus ideales y en su libertad a la hora de hacer negocios no le había dado suerte. La experiencia le había mostrado que el país estaba hecho para las grandes empresas y que sueños como los de él quedaban destinados a sobrevivir en frustrantes relaciones de dependencia económica. Sin embargo, esta oportunidad de crecimiento para su empresa abría un nuevo capítulo en la vida de la familia.
………………………………
La llegada a la estación de tren fue rápida teniendo en cuenta el poco tráfico que circula a las 4 y media de la mañana. A las 5, como estaba pautado, el tren arrancó y de esta manera Lía y su familia se alejaban de una parte de su historia para enfrentar otra que parecía ser diferente. El viaje duró unas 13 horas y ya sobre el final del trayecto la paciencia de todos había traspasado los límites esperados. Manuel se había tornado insoportable para Lía, que sólo quería retornar a su conocida habitación. Francisco y María charlaban, dormían, pero igualmente se mantenían expectantes ante la llegada a destino.
Una vez llegados a Posadas esperaron en una de las esquinas de la estación a que alguien de la empresa de Francisco los fuera a buscar. De repente, comenzaron a oír frenadas de un vehículo que parecía estar a punto de chocar. Ante la sorpresa de todos, sólo fue una maniobra brusca generada por un exaltado conductor a bordo de una Grand Cherokee negra, que más bien parecía marrón debido al polvillo colorado que levantaba al andar. Violentamente, la bestia de cuatro ruedas frenó justo en frente de la atónita familia.
- ¡Hey! ¡Gringos! – decía una voz desde el interior del vehículo - ¿La familia Castroman?
- Sí – dijo Francisco – Usted debe ser…
- ¡Segundo! – contestó el hombre mientras se bajaba de la camioneta – Soy su capataz señor, ¿cómo le va, viajaron bien? Denme sus bultos, que los pongo en el baúl.
- Mucho gusto Segundo, gracias por venir a buscarnos, estamos medio desorientados ya…
- ¡Ahhh! Pero no se preocupeee… ¡Si Posadas es recontra chico! ¡Va ´ ver que enseguidita se va a sentir como en casa! Pero que esperan, ¡suban! Nos espera un viajecito hasta la casa.
Sorprendidos aún por la efusividad de Segundo, todos subieron a la camioneta. Lía sacó un cuaderno que llevaba a todos lados, con la esperanza de hacer un pequeño relato del viaje en tren, pero en cuanto Segundo arrancó el vehículo abandonó su empresa sin pensarlo. El capataz parecía llevarse el mundo por delante desde su camioneta, manejaba tan bruscamente que María ya tenía náuseas. “Es que así se maneja acá”, dijo Segundo, “ya va ´ ver que no va a encontrar a nadie que maneje con prudencia, ¡ja!”
Mientras Segundo manejaba, María intentaba no pensar en su estómago, Francisco y Manuel no dejaban de mirar al pueblo desde la ventanilla y Lía se tomaba su tiempo para analizar al capataz. Era un hombre particular Segundo. Con su pelo largo y enrulado parecía un perro lanudo. Tenía un símbolo de la paz y una letra china tatuados en sus brazos, y algunos aros en su rostro. Parecía joven, de 35 quizás. Su tez era morena del sol y resaltaba sus ojos azules aturquesados. Tenía todo el aspecto de ser un bohemio con sus sandalias de cuero y shorts de jean rotos. Sonreía todo el tiempo, era amable, parecía un buen hombre. A Lía ya le caía bien, le causaba gracia su forma de ser tan avasallante.
- Perdón – dijo Francisco – No le presenté a la familia. María, mi esposa, y mis hijos Manuel y Lía.
- ¡María! ¡Como mi primera esposa! Simpática era la María jaja. ¿y vos cuántos años tenés pibe? ¡Como 18 para mí! ¿ehh?
- No… - dijo tímidamente Manuel – tengo 14 en realidad…
- ¿Ah sí? Te salió grande este ¿eh? Jaja. Ahhh, Lía es una damita ¿ah? Me imagino los novios que habrás dejado llorando allá ¿no?
- Jajaja, no para nada… - dijo tímidamente Lía, pensando cómo extrañaría a su Nicolás, a quien mantuvo todo el tiempo alejado del conocimiento de la familia.
- ¡Bueno, seguro nos llevaremos bien! – Sonrió Segundo, esperanzado. – Ah, ya llegamos y menos mal, porque la cara verde de María explota ¡jaja! Queridaaa, ya te vas a acostumbrar a esto…
En cuanto bajaron de “la bestia” (como le dijo Manuel bautizó a la gigante camioneta) María se sintió mejor. Los hombres comenzaron a bajar el equipaje del baúl y las mujeres se encargaron de examinar la nueva casa. Había tres habitaciones grandes para todos, una cocina con un comedor y un living muy espacioso. Tenían pileta de natación y un hermoso quincho. La casa entera estaba decorada con madera y piedras como una cabaña del sur, lo cual era original a los ojos de Lía.
Tras haberse instalado, lo único que quedaba era recorrer Posadas, la obra de Francisco y todo lo que rodeaba a este lugar que parecía ser tan enigmático, pero que ahora sería su nuevo hogar.

No hay comentarios: