viernes, 12 de septiembre de 2008

Capítulo 4: Encontrarse con lo que no esperamos

Había pasado el mediodía y sin embargo el sol no se mostraba en ciertas partes de la cerrada jungla, lo cual sin embargo ayudaba a soportar el calor y la humedad del lugar.
- Y ¿cuántos obreros están trabajando? – Lía trataba de mantener una charla con Segundo.
- Son como 30, todos de Posadas. Hay uno que es indígena...
- ¿Ah sí? ¿Hay indígenas?
- Sí, por estos pagos hay muchos escondidos. Pero no tratan con la civilización. Son guerreros por lo que se dice. No es el caso de Nahuel, pero que los hay, lo hay.
- Pero qué… ¿viven por acá?- Interrumpió Manuel interesado.
- Sí peque, pero no te confíes, no creo que te cruces con ninguno. Son cortados, viste.
Al poco tiempo llegaron a la obra. Era tremendamente grande, y la meta era poder hacer un camino a lo largo de la selva que atravesara diversos arroyos que había en las inmediaciones. Cuando se acercaron vieron a Francisco comiendo choripanes con los obreros, era tiempo de descanso. Segundo, Lía y Manuel se sumaron y charlaron con el grupo entero, compartiendo un momento de comida y chistes. Le gente del interior era diferente, y el caso de los obreros no era una excepción. Eran todos muy humildes, se notaba su pobreza, pero también eran “buena gente”, educados y no prejuzgaban a los gringos como los Castroman.
Lía le pidió la cámara a Manuel y les sacó fotos a todos, lo había pasado tan bien en el almuerzo que juró que volvería a visitarlos, estaba encariñada con todos. Luego, mientras Manuel acompañaba a Segundo y a su padre a recorrer la obra (protegido con equipo de seguridad, demás está decir), Lía se sentó y se dedicó a describir todo el trayecto, y la gente a la que había conocido.
Estaba escribiendo cuando un grito desesperado irrumpió su relato. Era Manuel, quien tirado en la tierra colorada gritaba de dolor. Lía corrió lo más rápido que pudo y cuando llegó al lugar a ver la escena, se asustó hasta quedar blanca como un papel. Su hermano estaba tendido en el piso, ya sin conciencia, todo hinchado y con la piel morada. “No te acerques, lo mordió una yarará”, explicó Segundo mientras su padre y el resto de los obreros hacían espacio para que Manuel tuviera aire. El capataz fue muy operativo y reaccionó rápido, ya que le inyectó suero y mandó a buscar paños y un boul con agua fría. Entre varios obreros levantaron a Manuel y lo acostaron en el obrador, donde había una camilla.
-¡Llamen a Nahuel!- gritó Segundo, cuyo alegre rostro ahora mostraba perplejidad.
A los dos minutos apareció un hombre alto, con tez morena, ojos achinados y nariz ancha. Todos hicieron silencio y el joven se dispuso a curar a Manuel. Nahuel era curandero, y como indígena conocía muchas formas naturales de curar heridas como ésta. Buscó la mordedura, que halló en el tobillo derecho de Manuel y succionó el veneno, que rápidamente escupió. Aconsejó al paciente unos días de reposo y se retiró silencioso.
Lía había quedado atónita con lo ocurrido. Le intrigaba hablar con Nahuel, conocerlo y saber algo acerca de su cultura. Le preguntó a Segundo si podía charlar con aquel misterioso hombre, y el capataz le confesó que era muy difícil tener una conversación con un indígena, ya que no confiaban en nadie.
Ignorando toda negativa, Lía se acercó a Nahuel y lo saludó. Con muchísimo respeto y hasta admiración agradeció la ayuda que recibió Manuel, a lo que Nahuel se sonrojó como un niño, esbozando una tímida sonrisa. Tras compartir unos amargos, Lía entendió que era cuestión de intentarlo: Nahuel era una persona, pacífico como pocos, sabio para su juventud. Comprobó que el pueblo tenía feos prejuicios, que seguramente habrían causado más de un problema de convivencia.

……………..

Varios meses habían pasado ya. María se había ido, lamentablemente era de esperarse, su trabajo era muy demandante como para desaparecer. No obstante, ella y su hija se comunicaban por teléfono, aunque también circulaban cartas que a Lía le encantaba escribir. Francisco, por su parte, estaba consumido por la obra y pasaba muy poco tiempo con sus hijos, aunque Manuel concurría muy seguido a la obra para acompañar al padre.
A pesar de todo esto, Lía ya se había familiarizado con el lugar. La selva formaba parte de ella y los paseos por las Ruinas de San Ignacio ya eran una constante. No era necesaria la guía de Segundo, recorrer Posadas y su selva era ahora tarea que se hacía con los ojos cerrados.
Demás está decir que una hermosa amistad la unió a Nahuel, con quien tenía muchas charlas entre músicas varias y mates que sola no tendría sentido tomar. Todo lo que Lía aprendió en este tiempo la tatuó con una extraña expresión en su rostro, como si hubiera nacido de nuevo. Tenía otra valoración por las cosas, era libre y se sonreía ante esa antigua sensación de sometimiento que le generaba la vida tecnologizada de la gran ciudad. Supo reconocer esto ni bien tuvo contacto profundo con Nahuel, quien le habló de su cultura y le hizo ver que había otras formas de vida diferentes.
- Pero, ¿cómo vive tu comunidad?, digo ¿es tan rudimentaria la forma de subsistir o se comunican con la ciudad? – Lía no se daba cuenta que a veces solía preguntar demasiadas cosas en el afán de saber algo más.
- Mirá Lía, la realidad es que yo no tengo contacto con mi pueblo… Yo fui desterrado.
- ¡¿Qué pasó?!
- Te explico: vivir en la selva, abrumado por el avance de la “civilización”, o sea de los pueblerinos de Posadas que pretenden avanzar sobre territorios nuestros, tiene sus consecuencias. Mi pueblo empezó a sufrir, a enfermar, murieron muchos, otros se tuvieron que ir y fueron muy juzgados por eso, pero hambre es hambre…
- Qué feo che…
- Y… fue durísimo… - las lágrimas enjugadas en los ojos de Nahuel generaban compasión en Lía, que sabía que eso era algo duro para hablar, pero egoístamente sentía a la vez cierta alegría debido a la confianza que Nahuel estaba depositando en ella.
- Bueno Nahuel, pero vos lo necesitabas… Y antes que morir…
- Sí, en realidad siempre supe que esta también era una forma de luchar por lo que es mío, por mi vida. Pero no me entendieron. Allá son muy cerrados, casi como los de Posadas.
- Lo que no entiendo es por qué el hombre del pueblo se ensaña tanto con tu comunidad.
- No sé si se ensaña, quieren crecer y está bien. Pero no sé si esa es forma de crecer, nos perjudican, nos generan pobreza, nos matan…- Nahuel sintió que no debía continuar la oración, así que bajó la cabeza y se puso a cebar el siguiente mate. Lía, que se dio cuenta de esto, en seguida quiso seguir la conversación.
- ¿Matan?
- Sí – Nahuel se resignó y prosiguió - Matan, vienen con sus camionetas, nos prometen trabajo y nos llevan. Pero nunca nos volvemos a encontrar. La comunidad no sabe bien por qué. En la ciudad se dice que nos llevan a la costanera a cruzar la frontera, y que una vez en el Paraguay… no hay suerte. Nada es lo que parece, o por lo menos nada parece ser como nos prometen.
- ¡Con razón! – Lía ataba cabos sin darse cuenta que había interrumpido la charla, que se tornaba trascendental.
- ¿Con razón qué?
- ¿Viste a esa gente de las camionetas vos?
- Sí, una vez de chico los vi… Por eso estoy seguro de que algo pasa y hace mucho, porque fui testigo…
- Contame…
- Recuerdo a una camioneta blanca muy moderna. Fue hace unos años esto, yo tendría 16… Estaba con la comunidad todavía. Una tarde, estaba buscando algunos frutos por la selva y entre los arbustos y plantas veo algo blanco, enorme... Escuchaba voces, gente gritando y dando órdenes. Me acerqué, escondido, y miré con más detalle. Sí si, era blanca o de un color claro. Había algunos hombres que empujaban a un par amigos de mi comunidad. Los metían en la camioneta, los cargaban Lía… Vi a un hombre que me llamó la atención.
- Pará, pará. ¿Nunca le hablaste de esto a nadie? O sea, ¿la gente siguió desapareciendo? ¿Esas son las desapariciones que decís? Esperá, ¿qué hombre? Pero además, ¿cómo sabes que murieron?
- Lía… ¿Quién le va a creer a un chico que quiere ser hombre, que estaba solo en ese momento…? Además pensá, según se dice, muchos indígenas fueron llevados a la frontera, los cruzaron al Paraguay para hacer de mulas en negocios ilegales y cuando no sirvieron más los mataron y chau.
- Ahora entiendoooo…
- ¿Qué?
- El primer día que pasamos en Posadas quisimos hacer un recorrido y todo el mundo nos advirtió que no vayamos solos a la costanera… Y que la frontera era muy peligrosa. Lo que me llamó la atención de las advertencias fue que todo el mundo describió al lugar como inseguro, pobre, con cosas medio ilegales y demás pero toda la costanera estaba llena de camionetas modernas, caras, de colores variados… Algo raro me sonó, qué se yo. – Lía se mordía los labios, quería preguntar cosas que no sabía si Nahuel toleraría, la charla alcanzaba un terreno ya extraño para ambos. No se contuvo. – Pero igual no entiendo, si estás seguro de esto, ¿por qué nunca hiciste nada?
- Lía repito, nadie le va a creer a un indígena. Esa es una de las razones, pero hay mucho más… y la gente lo sabe bien, pero lo callan por seguridad propia. Esto es conocido en el pueblo.
- ¿Seguridad propia? ¿Hay gente muriendo y nadie dice nada?
- Sí, aunque no lo creas sí, además ya te dije acá el indígena está muy aislado de todo, muy discriminado. Pero por otra parte, aún haciendo algo… Este negocio tiene dueño y él acapara todo… Estoy seguro.
- ¿Quién es?
- ¿Te suena Armando Abalos?
- ¿Quién…?
- Armando Abalos es un contrabandista muy rico de Paraguay que hace muchísimos negocios en Argentina… Algunos legales, pero la mayoría ilegales.
- ¿Ah sí? ¿Y si la gente lo sabe por qué no hacen nada?
- Lía, esta tierra ya es suya también. La gente tiene hambre y para no sufrir tanto la pobreza vive bajo órdenes. O se van en sus camionetas con alguna promesa… Pensá que acá la producción de yerba mate era la fuente de vida de Misiones, pero está en descenso hace años. A Paraguay le va mucho mejor, acapararon el mercado, así que imaginate que a mucha gente no le queda otra que aceptar cualquier trabajo.
- ¿Y tu comunidad?...
- Sí Lía, estoy casi seguro que todo eso es por él. Seguro los manda a Paraguay como mulas de carga de sus drogas, o para transportar millones de cosas que contrabandea en la frontera.
- Pero ¿tenés pruebas de lo que decís?
- No, tengo algunas pero son débiles como para acusarlo… Y si lo acuso estoy muerto. Es un tipo con mucho poder Lía, no hay nada que hacer… Pero algunas pruebas tengo. Es más, cuando los vi en la selva… Ese hombre que me llamó la atención era Abalos. Bajó de la camioneta blanca con un sombrero de cuero enorme, muy bien vestido. Miraba toda la escena ancho, como orgulloso de su trabajo. Es el ícono de la esclavitud y está matando a una cultura, a una parte de mi historia. Pero ¿qué puedo hacer yo?
- Me dejás mal con esto… Algo hay que hacer… Quiero investigarlo, si me ayudás.
- No Lía, te lo prohíbo. No quiero que corras riesgos nena. Además esto se extendió mucho por lo que vi. Ya no es sólo con los indígenas…
- No me digas que hay más…
- Tu padre no te muestra la preocupación que tiene pero en su obra desaparecieron 4 obreros ya.
- ¿Desaparecieron? ¿Y no hizo la denuncia?
- No no, Segundo le recomendó que no lo hiciera, que esto era algo común y que no se podía hacer nada. En realidad todo el mundo en la obra dice que abandonaron por vagos, no aguantaron el trabajo y se fueron a buscar mejor suerte, que eran amigos y lo estaban planeando. Yo no lo creo. Si fueran tan amigos y si lo hubieran planeado se habrían ido el mismo día y no hubieran dejado a sus familias sin noticias.
- Bueno, pero quizás las familias se quedaron porque ellos prometieron enviarles dinero desde donde estén.
- Líaaa… no seas ingenua querida. Uno desapareció en mes pasado, el otro hace dos semanas, el tercero la semana pasada y ya van cuatro días que el cuarto hombre no viene.
Para Lía todo estaba desordenado, la cabeza le daba vueltas y ya no entendía nada. Cuando se despidió de Nahuel quedó como en stand by, la gente le hablaba y ella sólo asentía con la cabeza. No decía nada, pero decía todo. Manuel se dio cuenta en seguida que algo andaba mal y la increpó para saber detalles de ese algo que Lía ocultaba.
Mientras Lía narraba toda la historia, la cara de Manuel se transformaba. Sus expresiones pasaban de preocupación a consternación y hasta miedo.
- Pero Lía, hay que hablar con papá.
- No nene, imaginate! Puede correr riesgos si sabe algo. De nosotros nadie sospecharía. De mí por lo menos no. Voy a investigar.
- ¿Vos estás loca? Sola no lo vas a lograr…
- ¡Hay que llegar hasta el fondo Manuel! Desaparecen los obreros, los indígenas, ¿querés que desaparezca papá o nosotros también?

No hay comentarios: