Capítulo 2: la ciudad y sus recovecos
Los primeros dos días estuvieron dedicados a ordenar las cosas de la casa y a conocer la zona: supermercados, despensas, farmacias, todo. Lía y Manuel ordenaron sus cosas velozmente para dedicarse más tiempo a recorrer la ciudad. Ni bien pudieron se apoderaron de sus bicicletas y tras 2 KM de viaje, alcanzaron la ciudad. El resto era fácil, sólo había que preguntar dónde quedaban los principales puntos turísticos.
Conocieron la plaza, la Iglesia, la Biblioteca Popular, la rotonda principal, la comisaría y los lugares más frecuentados por los habitantes, desde pooles hasta confiterías. El paseo excluía una única zona: la costanera, el puente fronterizo que comunicaba con el Paraguay y las cuatro cuadras que desembocaban allí. En Posadas ese lugar era temido, un tabú para cualquier charla. Era tierra de nadie. Segundo fue muy firme al advertir a la familia:
- Nunca vayan solos al puente fronterizo ni a la costanera, ¿ah? Muchos paraguayos aprovechan la frontera para realizar negocios truchos, contrabandear y robar. La frontera es un arma de doble filo: del lado argentino es peligrosa pero dentro de todo segura, del lado paraguayo… del lado paraguayo no hay ley. Así que si por algún motivo se van o se los llevan para ese lado, cuenten con que estarán solos y nadie los ayudará si les pasa algo. Mejor ni se acerquen, ¿ta clarito? –
Al atardecer ese día, todos decidieron salir a caminar para conocer y buscar un restaurante donde comer, ya que tenían la heladera vacía. Luego, y siguiendo las advertencias de Segundo, tomaron un taxi y recorrieron el lugar.
- Qué linda es la ciudad ¿eh? – le dijo Francisco al taxista.
- Sí, muy bonita… Pero recuerden que esta zona… sólo en taxi. Y no lo digo para ganar más dinero ¿eh? Porque estoy acostumbrado a la pobreza. Estamos acostumbrados a la pobreza.
- No, está bien, lo entiendo… ¿Pero tan peligroso es? ¿Y nadie hace nada?
- Mire todo lo que escuche es cierto, y nadie hace nada porque aunque es tierra de nadie, eso le pertenece a alguien…
- ¿A quien?
- Jum mmm, no importa, ustedes sólo no pregunten y escuchen las advertencias y van a estar bien. Bien, después de bordear la costanera los dejo en el centro ¿si?
- Perfecto, gracias – Contestó Francisco un tanto preocupado por lo que acababa de oír. Intentó no mostrarle su consternación a la familia disipando el tema con otras charlas.
Al bordear la costanera con el taxi se podía observar el oscuro puente fronterizo, con gente que según el taxista lo recorría a toda hora. Del otro lado, el terreno paraguayo. Lía observaba que no había tanta distancia entre ambos países, con lo cual podía apreciar el paisaje del otro lado del río. Le llamaba la atención que, a pesar de la pobreza que sucumbía a la zona, había un montón de camionetas importadas estacionadas en los restaurantes a ambos lados del Paraná. “Bueno, serán los pocos ricos de la zona” imaginaba Lía. Como sea, decidió no darle importancia suficiente a su observación.
El paseo duró una media hora, no había mucho más para ver. Aunque linda, Posadas era una ciudad pequeña. Demás está decir que después de haberla conocido mejor y de haber pasado unos días, Lía se sintió más atraída al lugar y menos frustrada por el cambio.
viernes, 12 de septiembre de 2008
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